Creo
que ni siquiera estudiaba bachillerato cuando se armó una sampablera en el
colegio. En el centro del alboroto, había una chica rubia y apretada en carnes
que decía a viva voz, rodeada de varias decenas de estudiantes que el “camino
es la revolución”. Luego de soltar la
inefable frase, quedamos todos en silencio y en un alarde de histrionismo que
pocas veces he visto, cerró el discurso enfatizando que “el camino es la revolución… la revolución del amor”.
Descreído
y casi a punto de salir corriendo por la teatralización que el momento
generaba, di un paso al costado y me retiré con sigilo. No sé qué quería decir
con eso de la Revolución del amor y
ni estaba dispuesto a averiguarlo. Imagino que en el ideario de cada
generación, surgen conceptos que destacan tanto por su banalidad como por su
aparente profundidad. En esos mismos días leí por primera vez El banquete de Platón y entendí que eso
de dizque “amor
platónico” era una chapucería y piratería que la gente repetía sin saber que
nada está más erotizado que el discurso de ese libro.
La
joven se tomó lo de la revolución del amor en serio (al menos así parecía) y
aspiró a ser la presidenta del Centro de Estudiantes. En su campaña repartió un
librito pequeño que tenía en la portada esa foto clásica de un atardecer en
donde los rayos del sol hacen contraluz con la superficie del mar. Es la misma
foto con la cual se acompaña la frase Dios
es amor y la vemos recurrentemente presente en mensajes de autoayuda y
esperanza. El título del librito era La
alegría de vivir.
La alegría de vivir
Hace
poco estuve en misa y no pude evitar sentir risa por la indumentaria del
sacerdote. Aplaqué la carcajada diciéndome a mí mismo que el hábito hace al
monje y recordé el contenido del librito La
alegría de vivir. Básicamente señalaba que se alcanzaba el amor a través
del disfrute de las cosas sencillas de la vida y que el amor finalmente se
materializaba cuando uno encontraba a Dios. De verdad que ya no son cosas que
me parezcan atractivas discernir, pero con sus implicaciones y pesados
elementos culturales, esos asuntos siguen siendo universos que pareciera que
cargáramos siempre a cuesta. Tal vez la cruz de cualquier hombre sea cargar con
sus dudas, así como la liberación de cualquier hombre es abrazar la duda como
eterno elemento inspirador y tendiente a subvertir lo convenido y reconfigurar
la esencia de lo que somos. De ahí que la ausencia de certeza es el motor de
cualquier inventiva que parte, a fin de cuentas, de una carencia. La creación
surge porque hace falta algo y ese algo faltante es el elemento inspirador a
las grandes motivaciones humanas. La ausencia de certeza es una representación
de inteligencia y la certeza absoluta de cualquier prédica es un signo de
potencial fanatismo, sinónimo de fatalismo.
La alegría de vivir, en
su momento, me pareció un libro ridículo y fatuo, para gente sonsa y de escasa
capacidad para el discernimiento propio. Hoy en día me parece un texto que
puede ser de ayuda para muchos y si eso es así, se justifica su presencia y
celebro su existencia. Todos los caminos conducen a tratar de lidiar con la
forma de ver el mundo de los otros y aceptarlo en buena lid es la base de la
socialización sana y la vida en equilibrio en el contexto de una sociedad.
La gente ama y también odia
En una ocasión, ocupando una Jefatura había dos grupos de trabajadores
enfrentados. Con grandes dificultades para crear espacios de entendimiento
decidí ponerme en contacto con dos colegas expertas en resolución de conflictos
y mejora del clima laboral en instituciones. Se me ocurrió que contratarlas a
la vez, sin que ellas lo supieran, podía ser un elemento que sumara potenciales
posturas encontradas en relación al mismo asunto. Resulta que las contraté por
separado y no pudo ser mayor la sorpresa hasta que se dijeron hasta de lo que
se iban a morir cuando se encontraron de frente. Lo malo fue la vergüenza que
pasaron cuando se pelearon frente a todos los trabajadores. Lo bueno fue que
pude prescindir de sus servicios y ahorrarme una buena suma de dinero. El trabajo
de unificar a los grupos lo realicé personalmente a martillazos y de moraleja
nos quedó la percepción de que en muchas ocasiones, hay personas que viven de
predicar lo que no practican. Con eso estamos hartos de lidiar y resabiados de
enfrentar.
A manera de colofón puedo decir que La
alegría de vivir es un manual de comportamiento que por buenos modales no
puedo caricaturizar. En la práctica, prefiero leer libros viejos y novelas
clásicas que me hacen repensar las cosas sin atisbo alguno de burla. Lo que
piensen los demás tendrá mi más profundo respeto, aunque ni o comparta ni lo
crea medianamente sensato. Lo que sí exijo a cambio es la reciprocidad en lo
que atañe a la forma de vincularse conmigo. Respeto se gana con respeto. ¿Cómo
exigirle menos a quien se le ocurra siquiera asomar su nariz y hurgar nuestra
forma de conceptuar la existencia?
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 05 de mayo de 2020.
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