Desde
2008, fecha en la cual fue publicado por primera vez, hasta 2015, su última
reimpresión, el libro de mi autoría ‘Psicología.
Lecturas para educadores’, ha ido de la mano con editoriales
universitarias. Inicialmente CODEPRE, y luego el Consejo de Publicaciones de la
Universidad de los Andes, apostaron por un texto que ha servido de guía para la
docencia, pero muy particularmente para quienes creemos en la educación como el
camino para superar las adversidades.
Nada es
tan importante como la apuesta en educación para surgir como un conglomerado en
torno a un ideal de sociedad. Buena parte de la riqueza petrolera fue materializada
en el desarrollo venezolano desde lo educativo y se creó una infraestructura
institucional que ha sido generadora de lo más granado de la inteligencia del
continente. La gratuidad de la enseñanza universitaria ha sido de las apuestas
más serias que ha hecho la nación y muy particularmente la existencia de la
Universidad Autónoma representa el ápice de lo mejor de la venezolanidad.
Ahora, en
2018, las Universidades Autónomas son el reflejo y termómetro por el cual
podemos medir las implicaciones de lo que ocurre en Venezuela. Ha habido un
desmantelamiento operacional del sistema educativo y una de las instituciones
más antiguas de la república hace aguas ante los ojos inertes de un país
impactado por la magnitud de lo que vive.
Las
posibilidades de recomposición es una labor de titanes, todavía más cuando no
hemos salido de la brutal coyuntura por la que estamos atravesando. Cada vez
que uno de mis estudiantes se despide para buscar mejores oportunidades en
otros confines, le respondo lo mismo: independientemente dónde vaya, apostar en
educación es la mejor de todas las inversiones.
A raíz de
la aparición del petróleo ocurren las más intempestivas transformaciones
sociales en nuestro país, lo cual ha sido tema de innumerables reflexiones. No
creo equivocarme al señalar que mucho más trascendente en términos históricos
que la propia aparición del petróleo, que creó hábitos y posturas hacia la
vida, es la implementación del actual modelo político que rige nuestra nación,
que paradójicamente es una deriva de la aparición del petróleo.
De una
nación a otra estamos pasando cada día y bien es sabido que en estos terrenos
no hay vuelta atrás. El país que conocimos, que apostó en la educación como una
manera de igualitarismo social, ya no existe. Lo que estamos presenciando es la
modificación radical (en términos globales) de los más básicos elementos que
componen la estructura social venezolana. Desde la categorización de las
prioridades hasta el sistema de valores que tratamos de defender, todo ha
cambiado en el país que tenemos en el siglo XXI.
Creo en
el poder de la educación y sé que ningún abordaje educativo puede llevarse a
cabo sin afectuosidad por la labor que se realiza. El docente que no siente
pasión por lo que hace termina por engañar a los demás y lo que es peor,
termina viviendo en un engaño. Hacer que un alumno se interese por lo que
decimos e impartimos en clase requiere el esfuerzo de dedicar muchas horas en
el desarrollo de estrategias para que nuestras palabras resuenen. ¿Cuál es el
destino del mensaje?
En primer
lugar, despertar la motivación necesaria para que el alumno aprenda a
aprehender. Que se transforme en un sujeto crítico y adquiera la capacidad de
desarrollar una visión constructiva hacia las enseñanzas que recibe.
En
segundo lugar, sólo a través del amor por la docencia, el buen maestro puede
salir airoso en un campo de batalla donde tantos antecesores han sido
derrotados; sólo a través del amor por la educación podemos desarrollar una
visión que dé sentido a lo que hacemos y nos sirva de escudo protector ante las
irregularidades e injusticias.
El amor
nos protege del tedio y de la mediocridad. Nos impulsa a ser creativos y vencer
en definitiva a la muerte de la inventiva. En la actual situación por la que
vivimos en Venezuela cada día se hace más áspero para cualquier venezolano
honesto, pero más aun si se trata de alguien que cree en la educación, cuyo
salario no le alcanza para cubrir las necesidades más básicas.
Hace
poco, señalando en una reunión pública lo importante que me sigue pareciendo el
tema educativo, alguien presente señaló que yo era un romántico, en el sentido
más peyorativo que pudiese tener el término. Pues sí. Si creer en las cosas
potencialmente buenas y conducirme conforme a lo que creo me hacen un “romántico”,
lo soy.
De no
sobrepasar la actual situación, las aulas se irán quedando vacías tanto de
alumnos como de maestros y el país entrará en el callejón de los pueblos que
llegaron a tener un momento estelar en algún momento y apostaron por la
transgresión de lo normativo hasta convertirlo en norma. Para los que creemos
en el poder de la educación, no es posible abandonar las banderas de la misma,
porque sería aceptar el recurrente triunfo de la barbarie sin que nada se le
anteponga.
Twitter: @perezlopresti
Publicado
en el diario El Universal de Venezuela el 23 de enero de 2018
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