Durante el mes de febrero
del presente año se realizó en la Universidad de Los Andes un “concurso de
artículo de prensa” en el cual pudieron participar todos los estudiantes de
pregrado. La temática y título común fue “el futuro de Venezuela”, resultando ganador
el joven y talentoso estudiante Miguel Riveros de la Escuela de Educación,
Mención Lenguas Modernas.
Tuve la fortuna de formar
parte del comité organizador, razón por la cual leí la totalidad de los textos
que fueron recibidos. Quedé gratamente impresionado por la excelente calidad de
los escritos. De manera metódica, clasifiqué los trabajos en tres categorías:
1. Aquellos cuyo discurso se hallaba anclado en el presente y la desesperanza y
la queja era el común denominador. 2. Los que hacían alusión al pasado y las
consecuencias derivadas de una serie de circunstancias provocadas. 3. Los que
reflexionaron sobre el tema y se enfocaron en las potencialidades de nuestra
sociedad para salir adelante.
Sin embargo, no fue lo que
expresaron lo que más me llamó la atención sino lo que no dijeron los
participantes. En ninguno de los textos presentados se habló de liderazgos con
capacidades excepcionales para salir de la coyuntura en la cual nos
encontramos. Contrario a lo que suelo escuchar en personas de mayor edad,
ningún estudiante apostó por el culto a una personalidad en particular que
dirija los destinos de nuestro país en función de futuro. Eran trabajos en
donde vencía el descreimiento por encima del culto a los personalismos. Creo
que la experiencia de estos años ha dejado una enseñanza en nuestras juventudes
estudiosas.
Los que trabajaron el tema
del futuro, hicieron énfasis en la idea de “la esperanza” como talismán frente
a las adversidades y el riesgo de creer que estamos en un callejón sin salida (desesperanza).
En lo particular creo que esta pequeña experiencia muestra un asunto que en el
curso de la civilización hace su aparición de vez en cuando. En la Venezuela
contemporánea y desde la sensatez, suena artificioso que se intente exaltar el culto a una
personalidad en particular, porque una sociedad es armónica y marcha hacia el
bienestar en la medida en que sus instituciones sean transparentes, protejan el
bienestar del individuo y tengan credibilidad. Sin embargo, somos vulnerables a
ser seducidos por el líder carismático que va y viene a manera de ciclos,
dependiendo de las demandas emocionales de una población en particular.
Los latinoamericanos hemos
sido asociados con la exaltación del mesianismo y el culto a los personalismos,
lo cual no deja de ser cierto. Lo que también es cierto es que del fenómeno
“populista” no escapa ningún conglomerado. Es Probable que Pablo Iglesias sea
Presidente de España y Donald Trump dirija la nación más poderosa del planeta.
No tiene nada de extraordinario. Lo que sí es raro de comprender es la ligereza
con la cual ambos fenómenos políticos fueron asumidos desde el comienzo de su
aparición.
Los que vieron inicialmente
a Donald Trump mostrando sus aspiraciones de ser el presidente de los Estados
Unidos incluso llegaron a burlarse de sus pretensiones y no tardaron en
calificarlo de manera ilusa como un representante de la “antipolítica”. La cosa
ha resultado ser al revés y Trump ha hecho alardes de un dominio político tal,
que toda la campaña presidencial del país del norte ha dejado de focalizarse en
lo propositivo para centrarse en atacar al multimillonario.
¿En qué consiste la
estratagema de Trump? Los venezolanos estamos tan familiarizados con su
discurso, que nos parece la aplicación de una receta de bolsillo. Él
simplemente dice lo que el ciudadano norteamericano promedio y mayoritario
desea escuchar. Habla en función de futuro, promete aumentar los salarios de
los que trabajan mucho y ganan poco, señala que deben pagar menos impuestos
quienes menos recursos tengan, se erige como un acérrimo enemigo de la clase
política dominante y lo más peliagudo, señala la existencia de un enemigo
interno y externo al cual hay que ponerle un extravagante muro divisorio para
evitar que le quite el empleo al estadounidense que lo necesite. Trump se apega
a la receta de rigor que ha hecho que desde que el mundo es mundo, los
populismos vayan y vengan, sin importar en cual lugar han de hacer su
aparición.
Es la inevitable necesidad
de creer en un iluminado que viene a satisfacer los más inconfesables anhelos
de las grandes mayorías. Fiel a la receta, Trump es divisionista y escandaliza
a cualquier persona medianamente sensata pero contrario a lo que pueda parecer,
en eso radica parte de su éxito. Psicodinámicamente el populismo es una
necesidad. Desde lo racional es un mal y se intenta luchar contra él, cayendo
en el eterno círculo vicioso que lo caracteriza.
Gane o pierda, el caso de
Donald Trump es el ejemplo de que aun con los esfuerzos por delimitar el
pensamiento mágico como antípoda de la razón, al final vence el inconsciente y
lo irracional suele imponerse.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 07 de marzo de 2016
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