Recuerdo
los tiempos en que devoraba los libros de Jack London. Tom King es el
protagonista de un cuento sobre un boxeador ya entrado en años, que tiene que
pelear por necesidad y literalmente por falta de comida se las ve negras en un
combate. De estilo límpido, directo, gráfico y siempre generando emociones,
Jack London es de esos escritores que transmiten goce cundo uno se acerca a su
obra, independientemente de las dificultades y penas por las que pasan los
protagonistas de sus historias. Por un bistec es un cuento perfecto,
como un reloj suizo en el cual no sobra ni falta nada, un texto con las medidas
exactas.
Los
caminos recurrentes
Tal
vez la dureza de la vida, o la capacidad para enfrentar la dureza de la
existencia sea mejor expresada cuando se hace a través del arte. De alguna
manera, la dimensión artística llega a encumbrar a tal punto lo que creemos que
es vulgar que termina por convertirse en algo distinguido. El rugido de las
tripas, como consecuencia del hambre, puede llegar a tener un nivel poco menos
que lírico si se usan las palabras adecuadas, por lo que una cosa es escribir,
otra es escribir bien y otra muy distinta escribir de manera magnífica, asunto
peliagudo que muy pocos logran y requiere genio, disciplina, esfuerzo y, sobre
todo, mucha convicción en lo que se hace. Sin esa convicción, que nada tiene
que ver con los lectores y la aceptación de la obra, la literatura como gran
arte no existiría. Esa convicción de estar transitando por buen camino es
fundamental para atreverse a irrumpir en el mundo con una propuesta estética
que puede generar rechazo, admiración o no generar nada, que es lo peor que puede
pasar. La falta de resonancia, mantenida indefinidamente en el tiempo es el destino
menos deseable de una creación.
¿Sirve
leer?
Tal
vez leer no sirva para nada. O lo que es lo mismo, sirve para lo que la persona
que lee diga (o crea) que sirve. Probablemente tampoco sirve de nada escribir, O
lo que es lo mismo, sirve para lo que la persona que lee diga (o crea) que
sirve. Esa búsqueda del utilitarismo de lo escrito no es relevante ni para el
lector ni para el escritor. El lector puede que lea porque no puede parar de
hacerlo y el escritor porque tampoco puede evitarlo. Esa combinación en donde
el utilitarismo del texto queda relegado y gana el goce de la lectura o el
placer o displacer de la escritura es la esencia del arte literario. Después
viene la sesuda y necesaria crítica que encumbra o aplasta la obra, pero solo
son gajes del oficio del cual particularmente el escritor debe abstraerse. Son
muchos los grandes escritores, denostados en sus comienzos, de los cual después
se hace apología a la excelencia y el buen gusto. Esas cosas pasan y son
atinentes a la vocación de escribir.
Las modas
literarias
Puede caer
en desgracia quien por omisión, desengaño o ignorancia deja de leer lo que le
place porque no está a la moda. En lo particular, prefiero los clásicos y uno
que otro recién salido del horno. Estoy alejado de los concursos y premios
literarios, sintiéndome conforme con mis favoritismos y valoraciones literarias. A los
clásicos tiendo a regresar, porque desarrollaron el camino a transitar de los
que han venido después, siempre deslumbrante e innovador. A los clásicos
también les rindo culto por un asunto que tiene que ver con la certeza. De alguna
manera, los grandes temas propios de lo humano han sido trabajados
laboriosamente por geniales maestros de la pluma y es muy difícil romper con
ellos. La perfección de un arte deja en orfandad a quien se aleja de aquellas
hermosas letras que ha tenido el privilegio de conocer y seguir recreándose en
ellas una y otra vez. Acercarse a una gran obra, permite una elaboración diferente
en cada aproximación. Lectores e interpretaciones de los mismos libros van
mutando conforme pasa el tiempo.
Libros
viejos, libros nuevos
La idea de embarcarse en un proyecto que termine por la materialización de un libro es enceguecedora. Hay que bajarle la intensidad emocional que normalmente genera con la disciplina propia del laborioso artesano y las ideas sopesadas, de manera que no se desborden y contaminen la capacidad de terminar con una obra que sea buena. El oficio de escritor no solo tiene en sí el hecho de que la soledad es propia del asunto, sino que se debe tener bien tejida la armadura de la trama, de lo contrario el desorden podía apoderarse de aquello que queremos presentar y con lo cual solemos establecer un vínculo con quien, por azar o gusto, se interesa en la obra. El libro escrito y en papel, sigue siendo insustituible, entre otras razones, por características que hacen del libro escrito y publicado en papel una realidad tangible y no ahogada los laberintos de la infinita virtualidad. En ocasiones el apremio por el futuro puede llevar a hundimientos seguros. Una apuesta a lo tradicional nos hace mantener el buen tono, cuando no el gusto simple y llano por lo que durante tantos siglos ha sido exitoso.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 14 de diciembre de 2021.
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