domingo, 28 de noviembre de 2021

Lectores y escritores de siempre

 


Si bien es cierto es muy difícil cambiar la realidad en la que estamos, no es deleznable tratar al menos de comprenderla. Con las tecnologías, nos planteamos el mundo desde infinidad de perspectivas, el intento por comprender el escenario que nos circunda y del cual formamos parte se asoma atractivo y hasta riesgoso. Son tantas las fuerzas que mueven las sociedades contemporáneas que nos invade el vértigo cada vez que tratamos de darle explicación a la vida en los tiempos que corren. Cada momento con sus particularidades y en cada tiempo las personas se van relacionando una y otra vez con los libros, con los que se van escribiendo y los que se han escrito. En toda la historia de la civilización, probablemente nunca se había escrito y opinado tanto sobre la propia contemporaneidad. Son múltiples los libros, artículos de prensa e infinidad de formas expresivas que tratan de darle sentido al tiempo en que vivimos.

Escribe y lee, que algo queda

En medio de esta circunstancia, hay un aspecto que sigue apasionando y es tratar de entender la dinámica humana, sus manifestaciones artísticas, pero particularmente la experiencia estética de la escritura. Tanto desde la postura de lector agradecido como desde el lugar que ocupa quien se encarga de escribir libros de papel o en otros formatos. Por mucha tecnología y mucho avance, sigue siendo la vocación de escribir un acto que continúa repitiendo sus principios básicos, de los cuales señalaremos algunos. Para escribir se necesita tiempo, incluso mucho tiempo. Concebir la idea, luego hilvanarla, corregirla, pulirla y hacerla presentable para el entendimiento ajeno continúa siendo un acto profundamente solitario. La soledad del escritor es el elemento primordial que ha de guiar su obcecada propensión a cultivar una disciplina que ha tenido grandes antecesores. Se redacta tratando de que lo expresado sea entendible, lo cual se reduce a que indefectiblemente se termina escribiendo para otros. Cuando se entra en la dinámica propia del acto artístico de escribir, nos planteamos el hecho de que eso que estamos haciendo no sólo debe ser entendible, sino que depende de la aprobación de un conglomerado, pues sin lectores, no hay escritores. Esa premisa ha existido y sigue prevaleciendo en nuestros días.

Leer y escribir

No es posible ser un escritor si no se es un avezado lector. Para poder componer se necesita leer mucho. Los grandes escritores de la historia de la humanidad han sido grandes apasionados del cultivo de la lectura. Lo que se lee puede tener cierto rigor de carácter ordenado y metódico o puede pasar por ser desenfadadamente desordenado, pero todo intento por expresar ideas pasa por el tamiz de cultivar el goce de disfrutar la larga tradición que existe alrededor de la letra impresa. La literatura es la puerta de entrada al mundo de las palabras. A mi juicio no existe otro camino para acercarse a la belleza de los términos y a la grandeza de las ideas distinto al universo literario. Son los libros de cuentos, novelas y poesía los que sientan las bases de todo el que pretenda acercarse al arte de escribir. Cualquier intento por cultivar la lectura pasa por surcar la literatura.

Se escribe aspirando poder publicar el producto de nuestro esfuerzo. Tampoco ha cambiado tanto el asunto, pues independientemente de la digitalización de las obras, sigue siendo el libro impreso, todavía en nuestro tiempo, la forma idónea de acercarse a una sólida formación cultural. Incluso si queremos publicar en versiones digitales propias de nuestro momento, la tentación de que el producto de nuestra vocación aparezca plasmado en papel sigue siendo atractivo y persiste al tener un carácter de vínculo insustituible, que no logra satisfacer la digitalización de las palabras. Lo consensual es lo que se edita. Las editoriales pasan los textos por el filtro de conceptuar lo que se considera de buena o mala calidad. Los consensos, históricamente hablando han sido determinantes para el curso de la escritura, considerando que se han cometido errores y no se la ha dado la justa dimensión a ciertas obras que han terminado por ser inmortales luego de haber sido objetadas. El caso de Carlos Barral rechazando Cien años de soledad y dándole consejos a García Márquez es un ejemplo.

De la mano de criticones y criticastros

Sin una crítica que someta a juicio lo que es bueno, no es posible consolidar obras. Sin crítica, la palabra escrita se empobrece, porque sólo en torno al juicio es que se puede destilar realmente aquello que nos ha de sobrevivir. Más y mejores críticos y más y mejores escritores, tal vez sea una consigna imprescindible en nuestra contemporaneidad. Viéndolo bien, independientemente de que podamos tener la capacidad o no de entender el momento en que transitamos por los caminos de este mundo que se muestra imperfecto, los retos a los cuales se ve enfrentado quien escribe no parecieran haber cambiado tanto.

 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 09 de noviembre de 2021.

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