Durante un tiempo
considerable me dediqué a cultivar una hermosa relación con mi vecina. De ahí
salió una secuencia de textos en los cuales con pelos y señales expresaba lo
que compartíamos y la infinita plenitud que eso me generaba. A veces, en medio
de la profundidad de los sueños, ella reaparece. Hace alardes de su capacidad
seductora, comparte buenos vinos conmigo y me dijo en la última de mis
ensoñaciones que había dejado de preferir los Chardonnay californianos para
dedicarse a degustar los Pinot noir chilenos. En esos bellos momentos que
compartimos, solía manifestar su fascinación por lo peluda de mis piernas y
entre fragmentos de Rayuela y cafés italianos en greca, disfrutábamos la vida
sin más prisa que quien desconoce la existencia del tiempo. Siempre una melodía
de buen jazz nos acompañaba e hicimos de las conversaciones sobre la obra de
Modigliani un tema recurrente. ¡Qué buen tiempo pasé con mi vecina!
Vecina a la carta
¿Cuál es la materia prima del arte de
la escritura? A mi juicio, la no evasión de la capacidad de hacer testimonial
una secuencia de hechos. En otras palabras, la posibilidad de hacer tan propia
como personal, la historia que contamos. Eso hace que el arte de escribir entre
en una dimensión cercana a la del equilibrista que camina en la cuerda floja
sin redes que lo atajen en la caída. En cada intento por crear una narración,
se nos va parte de nuestro ser. Así nomás y si no es de esta manera, se estaría
perdiendo la savia de lo que hacemos aquellos que nos dedicamos a compilar palabras
y tratar de darle algún sentido a lo que escribimos. ¿Qué tiene de especial mi
relación con mi vecina? No tendría nada de excepcional porque de vecindades
están repletos los barrios y de relaciones tendidas y distendidas con vecinos
está hecho el mundo. Lo especial radica en la posibilidad de transfigurar una
dinámica al punto de hacerla de interés para un grupo de personas que se
acerquen al texto, pero, por encima de todo, entusiasmar a quien lo escribe, lo
cual potencialmente es de interés para quien lo lee.
De relaciones
cabales
Quisieron las
circunstancias que mi teléfono anda dando vuelta por el mundo con esto de la
capacidad expansiva de la información (para divertimento de informantes) y un
domingo temprano por la mañana, mientras preparaba el desayuno, mi vecina me
llamó. En medio de la modorra de la mañana, me emocioné mucho con la alegre
comunicación desde lo más profundo del Mato Grosso brasileño, entre Amazonas y
Roraima. Su voz de terciopelo y estridores de gata se escuchaban con una delicadeza
con la cual estoy familiarizado. Estuvimos hablando por un par de horas,
haciendo recuento de nuestras andanzas en los corredores de nuestra antigua
morada y no pudo sino invadirnos la más profunda emoción y afecto que la
distancia no logra mitigar, porque en los laberintos de nuestra memoria se
halla más vivo que nunca la relación que tuvimos, tenemos y seguiremos
teniendo, imbatible al paso del cronómetro. Colgando la llamada y con el
desayuno frío, me puse a cavilar sobre los asuntos propios de la dimensión
temporal, lo increíble que es la memoria, particularmente cuando nos hace
trampa y decide seleccionar aquellas cosas que nos pueden interesar más que
otras. Pensé sobre las oportunidades que no se repiten y di gracias por no
haber dejado pasar el poder cultivar esa relación tan bella que mantuve con mi
vecina. También pensé en su linda figura y sus bondades, no esperen más de mí,
por favor.
Que nadie nos
quite lo bailao
Recuerdo haber
bailado una noche entera en Cartagena de Indias hasta desfallecer. Creo que
amanecí dormido en la calle. Me despertaron las sirenas de la policía, pues Kid
Pampelé repartía golpes a diestra y siniestra en una taguara y se necesitó de
un grupo comando para llevárselo detenido. En Los bancos, entre los
estados Táchira y Mérida, vía Santa María de Caparo, conocí el mejor centro
bailable. La cerveza era fría, la música era muy buena, pues era la época de
oro del merengue de Juan Luis Guerra disputándose territorios en las pistas con
la salsa erótica de Jerry Rivera. Se dio en ese tiempo la fusión de las mejores
canciones bailables de los ochenta con la de los noventa y apenas tenía 24
años. Cada letra de cada danza era una invitación al galanteo en buena lid, con
su salvaje dosis de calor. Esas voces y esos ámbitos van creando la bitácora
del anecdotario de la vida privada de cada uno, que conforme van generándose
lazos, la privacidad se vuelve compartida. Es el gran sistema de relaciones
interpersonales, activas y presentes, que van permitiendo que fluyan los
encuentros y las afectuosidades. La vida es una gran oportunidad de
experimentar satisfacciones, si somos lo suficientemente audaces de no hacer ni
hacernos daño. El baile ha representado una instancia tan recurrente en mis
pasos que no hay día en que no tataree una de esas melodías. Son placeres
exponencialmente compartidos. ¡Saludos, vecina!
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 16 de febrero de 2021.
Cuan espontánea y fluida su conversa,si no ofende su amalgama psiquis y filosofía,y que maravilla narrar esa conexión con la vecina, además de la bailada andina cubierta de calores y vapores.Me ha gustado leerlo y recuerdo mis tiempos de escribir que se han quedado por ahí;tal vez en La constelación de Orión. Pero al fin,la idea es decirle,cuánto disfrute de su alegre y fogoso trabajo. Buena vida.
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