La
vida de cualquier ser humano, de cualquiera, tiene escaleras que bajan y suben,
pasadizos a lugares secretos, sitios de emociones encontradas, perfectos
caminos de inmaculada felicidad y atesoramiento de vivencias miserables y
perturbadoras. Un todo en uno, como esas ventas de comida en donde no se puede
separar una parte de lo que ofrece el menú, porque sencillamente “no se permite”.
Incluso
en aquellos que creemos pusilánimes y apocados, se hallan elementos de vida,
que si nos descuidamos o revisamos son infinitos recintos de lava volcánica,
capaces de impresionar al más templado, si se inicia el movimiento inicial de
rigor, capaz de hacer que alguien aparentemente inerte se vuelva trascendente.
En la novela El profesor de inglés,
de Jorge Masciangioli, el joven estudiante destaca por su mediocridad.
Agudísima obra sobre los alcances de lo que percibimos de los demás y
del efecto de nuestra presencia en el mundo aparentemente anodino de otros.
Nuestras intervinculaciones potencialmente pueden generar un efecto tan
importante en otros, que potencialmente se termina por producir influencias
impredecibles.
El genio de un hombre
La
vida de cualquiera es un relato de locura corriente, de carácter interminable y
absolutamente persistente, que se encuentra caminando de la mano con aquello
que llamamos “la
imagen”, que no es otra cosa que la mezcla que se produce entre lo que somos,
en cómo queremos que los otros nos vean y en cómo nos ven los demás, porque en
esta cosa que es la representación de lo que se percibe de nosotros, todos los
elementos van sumando. La imagen es eso, pero también es eso y más y ser capaz
de conceptuarlo es un desafío de rigor para todo el que tenga aspiraciones a
tratar de comprender un poquito la esencia de lo humano.
En esa
aspiración de hacerse entendedor de lo que significa lo más elevado de lo
humano estará siempre presente el arte, entendiendo como arte: Aquella actividad o cosa,
tendiente a ser inútil pero que puede generar goce o propensión a ser
contemplada, experimentada o practicada con conciencia de que es algo que está
por encima de lo convencional, superior.
Ternurita
Hace
un montón de años, una amiga cercana me decía que le parecía el hombre más
tierno del mundo, que si ternurita esto, ternurita lo otro… Me llamaba “ternurita”. De mi parte no podía
parar de reír, porque a veces he sentido que carezco de ciertas áreas
emocionales que en ocasiones me han hecho díscolo y difícil de sobrellevar,
mientras ella insistía que la ternura era mi fuerte a la par que me sentía de
las cavernas, incapaz de tener las herramientas para armonizar diferencias,
como una especie de plomero de las peores trancas, capaz de hacerle frente a
cualquier cosa que haya que destapar.
Al
mismo tiempo, mientras una amiga elogiaba mi ternura, otra estaba sinceramente
convencida de que era la representación no cinematográfica de RoboCop, versión andina de Mérida, Venezuela.
La verdad es que las dos dieron en el clavo y una parte de uno es susceptible
de compenetrarse con lo más sensible de la existencia, mientras otra suda por
sobreponerse a las adversidades. No hay manera de que lo emocional esté
ausente, así como en la vida ciertas decisiones poco amables aplican. La
sensibilidad es el genio de un hombre y sensibilidad no es sinónimo de
debilidad.
La vida es calle
Lo que
sí creo es que para medio poder lidiar con los demás y tener un mínimo de
capacidad de entendimiento de lo que es el ser humano y sus circunstancias, hay
que haber pisado la calle, saber cómo, cuándo y a quién pintarle la cancha y
saber con quién se puede ser bondadoso a rabiar. En el más puro mordaz y procaz
lenguaje, la vida requiere que el olfato entre en contacto con aquellos lugares
“impronunciables” porque eso
eleva al individuo, porque solo si se conoce lo más básico y tendiente a lo
elemental, incluso si es vulgar (o mejor si es vulgar), el ser humano
literalmente se puede elevar al punto de que logramos caminar unas cuantas
pulgadas del suelo.
Para
poder llegar a ser universal se debe ser impolutamente regional. Tal implica
cual. Si no somos capaces de sortear lo micro, por favor no nos hagamos
ilusiones de bordear lo macro. Desde los más elementales vínculos hasta la
disciplina que implica tratar de entender aquello que somos, requiere calle y
derrotas propias de la calle.
Teoría y práctica hasta la sepultura
Es muy
improbable crear una resonancia trascendente si aquello que preconizamos no lo
hemos experimentado. ¿A quién se le ocurre explicar lo que se siente cuando se
besa si nunca ha besado? ¿Quién puede hablarnos del amor si su cobardía no le
permite tener capacidad de entrega? ¿Acaso nos puede hablar de la muerte el que
no ha sentido su respiración en la nuca? ¿Cómo saber en dónde queda el mundo si
no se ha viajado? ¿Cómo explicar el desafío de lo que implica atreverse a vivir
si no se está consciente de que cada segundo de vida es un escandaloso acto de
fe?
Publicado
en el diario El Universal de Venezuela el 27 de agosto de 2019.
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