Don Juan ha
sido tema de innumerables obras teatrales, novelas, películas, infinitos
ensayos y estudios, muchos poemas, y ha llegado a convertirse en un símbolo
humano. Forma parte de lo que pudiéramos llamar el juego de valores y símbolos
de nuestro mundo. A él nos referimos constantemente y se han convertido en
palabras del lenguaje ordinario las voces “donjuanesca” y “donjuanismo”. El
machismo está profundamente enraizado con él.
Este personaje
universal tiene incluso una imagen definida que parece venir del pasado, la que
muchos artistas han estilizado de una manera atractiva y misteriosa. Es ese
hombre en un traje del siglo XVI, vestido de una forma llamativa y extraña,
generalmente joven, audaz, aventurero, enigmático, tocado de cierto halo
diabólico. La vida es un festín que
ha de ser asumido sin límites. Lo dionisíaco forma parte de su carácter. Este
personaje, que aparece en muchas formas de nuestra vida diaria y que forma
parte de lo que pudiésemos llamar los símbolos básicos de nuestra civilización,
tiene un origen cierto. Tiene un punto de partida desde donde se lanza a todas
las formas del arte, que lo han tomado por tema durante cerca de cuatro siglos.
Don Juan
surge en el siglo XVII en España. Nace español y conserva su carácter español,
con adulteraciones, en todo el teatro universal. De España lo han tomado los
franceses, los italianos, los rusos, los ingleses, todos los pueblos de la
tierra han hecho sus versiones, sus interpretaciones poéticas de Don Juan. Hay
un Don Juan de Puschkin, hay un Don Juan de Byron, Hay un Don Juan de Mozart,
hay varios donjuanes españoles hasta el de Zorrilla. En este hombre existe un
tema fundamental: Es un hombre joven, gozoso de la vida, quien quiere disfrutar
sin freno de todo lo placentero y grato.
Quizá no
exista un personaje más famoso en el mundo de la ficción que Don Juan. Son
muchos los pensadores que lo han utilizado como instrumento para desarrollar
sus ideas. Filósofos como Kierkegaard y Unamuno, entre otros, recurren con
frecuencia a él y los conceptos expuestos por Nietzsche en lo que respecta a lo
apolínio-dionisíaco, son atinentes a la estética de Don Juan Tenorio.
Con la
palabra “dionisíaco” se expresa un
impulso hacia la unidad, más allá de la persona, de lo que es cotidiano, de la
sociedad, de la realidad sobre el abismo del crimen: un desbordamiento
apasionado y doloroso de estados de
ánimo hoscos, plenos, vagos; una extática afirmación del carácter complejo de
la vida, como de un carácter igual en todos los cambios, igualmente poderoso y
feliz; la gran comunidad panteísta del gozar
y del sufrir, que aprueba y santifica hasta las más terribles y
enigmáticas propiedades de la vida; la eterna voluntad recreación, de
fecundidad, de retorno, el sentimiento de la única necesidad del crear y el destruir.
A partir de Humano, demasiado humano, parece claro
que el arte de las obras de arte no puede ser el modelo, ni siquiera el punto
de partida, para una nueva civilización trágica, también sale a la luz que el
arte, tal como se ha determinado en la tradición europea, tiene un carácter
ambiguo: no todo, en él, está destinado a desaparecer con la desvalorización de
los valores supremos. En el arte se mantiene vivo el elemento dionisíaco. Para
los poseídos por Dionisos, señala Nietzsche, no sólo se establece el vínculo
entre un hombre y otro, sino también la naturaleza enajenada, hostil y
sojuzgada, celebra de nuevo su fiesta de reconciliación con su hijo perdido, el
hombre.
Don Juan es
negador de cualquier límite, conduce a la exaltación que el vino proporciona.
Esta actitud ha sido frecuente, no solamente en la vida sino en la literatura y
en la filosofía. Esto es lo que canta Anacreonte, lo que celebra Omar Kayyam y
todos los que han cantado la fugacidad de los placeres humanos y la necesidad
de aprovechar la primavera de la vida. Este personaje no sólo está en esa
situación, sino que la acompaña de una especie de instinto malévolo de engañar,
de burlar. Al Don Juan de Tirso de Molina, modelo y fuente de todos los Don
Juanes, lo que le importa es el engaño, y por eso se llama El burlador de Sevilla.
Para
Nietzsche, el espíritu apolíneo nos arranca de la universalidad del estado
dionisiaco y nos interesa por los individuos; en ellos vincula nuestra
compasión, con ellos satisface
nuestro instinto de belleza, ávido de formas grandiosas y sublimes: hace pasar
ante nuestros ojos cuadros de vida e invita a nuestro pensamiento a descubrir
su profundo sentido, a penetrar hasta el instinto vital que velan estos
símbolos. Lo apolíneo arranca al hombre al orgiástico aniquilamiento de sí
mismo.
En Don Juan,
lo ético estará presente como una sombra que lo sigue. El saber que lo que hace
está en contra de un sistema de valoraciones que conforma su visión del mundo,
lo convierte en un extraordinario representante de las potenciales
características del carácter apolíneo y la ocultación y “desocultación” del
mismo.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 08 de abril de 2018
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