Por los
lados de Mantecal, camino al Alto Apure, llegué a una encrucijada de caminos.
Como no tenían señalización, me detuve a esperar que pasara el primer viajero y
me diese la información correcta. La bifurcación no aparecía en el mapa, así
que encendí un puro y lentamente lo fumaba por ratos. A las dos horas y media
de espera, con un solazo inclemente con las piedras, llegó una camioneta llena
de polvo a la cual le hice señas a la distancia. “-A la derecha, primo”, me
dijo sin vacilar el conductor. Hoy en día recuerdo ese viaje y lo relaciono con
una excelente época de mi vida, en la que el trabajo, los viajes, la literatura
y los parrados me llevaban de un aprendizaje a otro. Muy bueno ese tiempo en el
llano que hasta me permitió conocer y salir con miss Apure y aprovechar cada
fragmento de hálito vital para la posteridad.
Decisiones
definitorias
Esa
bifurcación, que no aparece en el mapa, no solo es un sitio que obliga a
detenerse en la mitad del camino para asesorarse. También es una excepcional
metáfora sobre el asunto de tener que decidir en la vida y las implicaciones
que cada decisión lleva consigo. A veces decidir es un asunto banal y en otras ocasiones
puede tratarse de un asunto totalmente definitorio. De eso se trata. Cada
decisión que vamos tomando abraza la incertidumbre propia de lo que hacemos.
Solo el paso del tiempo aclara si lo que decidimos en un momento determinado
fue o no lo correcto.
El bajo
Apure
Por los
lados de La Victoria, me detiene un grupo armado hasta los dientes, solicita
que abra la maletera de mi automóvil y me roban el buen mercado que llevaba. “-Una
colaboración para la lucha armada”, me dice quien se mostraba como el jefe del
grupo de hombres provistos de armamento. “-Y usted a qué se dedica”- me
pregunta a quemarropa. “-Soy profesor de matemáticas”-respondo sin dudarlo.
“-Un inútil, déjenlo ir.” Enciendo mi
Chevrolet y me alejo por la sabana inmensa, conduciendo a gran velocidad. A
veces el sentido de la aventura es mejor dejarlo bien lejos.
Casas
muertas
Por
Ortiz, cuatro hombres están deteniendo a los pocos carros que pasamos por esa ruta.
Mi nombre es Hugo Chávez Frías, dice el más delgado, vestido con una especie de
liquilique gris y me da la mano, mientras me entrega una publicidad en papel en
la cual llama a votar por una Asamblea Nacional Constituyente. Me explica que
es la única opción para producir un cambio radical en Venezuela. Cuando llegué
a Caracas le conté a unos amigos que me encontré con Chávez en Ortiz,
repartiendo panfletos “en medio de la nada”. “- ¿Cuál fue tu impresión?”, me
preguntaron. “-No hay manera de que pierda. Está demasiado convencido”, les
respondí. A veces, esos mismos me preguntan cómo estaba tan seguro de que
Chávez iba a ser presidente de mi país. “-En Ortiz y eran cuatro personas.
Demasiado convencimiento. Era indetenible”, les contesto.
Rompecabezas
infinito
Me gusta pensar en lo realmente posible, pero mucho más en lo inciertamente probable. La capacidad de pensar en función de probabilidades es potencialmente generadora de entusiasmo. También es una apuesta permanente al futuro. Viendo para atrás, creo que volvería a tomar la mayoría de las decisiones que he tomado en mi vida, incluyendo el desconfiar de quienes han merecido mi suspicacia, confiar porque creo en lo humano, aun cuando esa confianza no ha sido correspondida, pero por encima de todo, por haber apostado a hacer de la vida una especie de interpretación infinita de metáforas. Lo metafórico y lo paradójico tomados de la mano, huyendo a todo aquello que apeste a vacuidad o a lo francamente pusilánime. Ahí vamos.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela, el 05 de julio de 2022.
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