viernes, 15 de febrero de 2019

Adorable incertidumbre



Suelo cocinar desde muy temprana edad. Viajes, mudanzas, lugares de trabajo, espacios reducidos, montañas por recorrer, dormir muchas veces en campamentos, las necesarias carpas …en fin, la trajinada tendencia a tener que ocuparme de los artificios propios del imperativo de alimentarme me acompaña desde hace largo rato. El cocinar como un acto de apego a lo ritual, a lo que se repite y tiende a generar estabilidad.  Para algunos, cocinar tiende a ser un acto de certeza. También para mí.

En días recientes, y acompañando las tensiones propias de lo que ocurre en los círculos ajustados a mis afectos más cercanos, estaba tratando de hacer una buena parrilla para un grupo de amigos con los cuales compartimos regularmente los viernes al caer la tarde para hablar de esto y lo otro, de la mano con música divertida y comida y bebida de rigor. El cultivo de las buenas compañías y de las amistades que la vida amablemente nos regala es algo que me es propio y trato de preservar, incluso en las más desafiantes circunstancias. Así hemos sido y tratamos de seguir siendo.

Las gotas crecen e inundan espacios

En eso de estar pelando unas papas y salando la carne, va y aparece una gota del techo de la cocina y cae en mi cabeza. Sentí el frío desagradable en mi cuero cabelludo y comencé a imaginarme que algo inusual estaba a punto de comenzar. Miro al techo fijamente por unos tantos segundos y aparece una segunda gran gota, que chispea mis lentes y cuando trato de limpiar los anteojos va y la gota ya deja de ser tal para transformarse en un delgado hilo de agua que moja mi camiseta. Recuerdo muchas situaciones parecidas en las cuales he estado presente y me preparo para hacer frente una vez más a la más depurada incertidumbre que percibo acechante y por demás cercana.  La incertidumbre que es una invitación para ser creativo y sacar soluciones de un sombrero de copa propio de la cotidianidad.

Casi de manera refleja, trato de buscar un recipiente para solventar lo de la gotera y ya no es un hilo sino un chorrito que va transformándose en un chorro, que comienza a inundar el apartamento. Mientras llamo al conserje, a la inmobiliaria o se me va ocurriendo a quién debo llamar (incluyendo a un plomero), estoy discando el teléfono de los bomberos, el piso está anegado, la biblioteca chorrea agua y estoy literalmente hundido en mi propia casa un viernes habitual que se vuelve inevitablemente un día especial.

¿Qué es un chorro de agua que se transforma en un departamento inundado? ¿Es la vida un largo estrujón a lo incierto repetido una y otra vez? ¿Acaso una inundación eventual del departamento es una prueba más de que la incertidumbre es el eje de la existencia y que una vida segura es falsa y distanciada de la realidad? En esas cavilaciones estaba, entre empapado y compungido, cuando me explican que siete pisos por encima de mi vivienda, a un vecino se le olvidó cerrar la llave del lavamanos antes de irse de vacaciones a Europa. Casi todo el edificio estaba inundado y por las escaleras corría un riachuelo. Deciden cerrar la llave de paso del vecino descuidado mientras ya estoy buscando el secador de cabello de mi esposa para tratar de recomponer mi título de médico, empapado y chorreando tempestad.

El punto medio 

Pasa el tiempo necesario para que, con un par de trapos, el coleto y un tobo, termine de secar el desastre y me vuelvo a vestir para esperar a los invitados. La alfombra totalmente mojada es el último “rastro” de la inundación que no pude resolver. El tiempo y el verano se encargarán de secar la tela adherida al piso.

Si uno pensase que la incertidumbre fuese ajena, la vida probablemente sería asumida como rígida y aburrida. Las cosas se tornarían fastidiosas y nuestra manera de conducirnos sería inexorablemente repetitiva. Por el contrario, si uno interpretara que no existe certeza alguna, la vida sería un sobresalto casi imposible de manejar. Por eso, el punto medio que nos lleva a tratar de cultivar el equilibrio es intentar atrapar la siguiente idea: En la mayor de las certezas, lo incierto será un elemento con el que debemos lidiar y la mayor de las veces abrazar.

Estaba rumiando estos pensamientos cuando tocan el timbre el grupo de amigos que estábamos esperando. La incredulidad y la impresión de la inundación dan paso a los chistes y las alegres carcajadas. Un rato estoy secando y al otro cocinando. Es la forma como fluimos en esta dimensión vital tan enmarañada y compleja en la cual recurrir a lo elemental es una buena forma de llegar a puerto seguro.

Lo que inicialmente comenzó como una mala pasada de un descuido es una anécdota que transgrede la vida personal y grupal de los habitantes de un edificio de un sitio cualquiera. Con la esperanza de que la inundación no se repita y la desilusión espasmódica de no haber sido atinado a la hora de escoger vivienda, el anecdotario personal se ha ensanchado y una nueva y buena historia de trivialidades ha nacido. 



Publicado en el diario El Universal de Venezuela el martes 05 de febrero de 2019.

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