A lo
largo de la historia de la civilización hay obras literarias que han logrado dejar
una huella en las generaciones que las han leído. Uno de esos textos
excepcionales, que se sigue estudiando con interés y ha
marcado el discurso desde los distintos escenarios de las interacciones humanas
es “1984”, escrito por Eric Blair bajo el seudónimo de George Orwell.
Un
día, Winston Smith, el personaje central de 1984,
sometido y vigilado constantemente por la estructura de poder, desarrolla la
necesidad latente de establecer contacto con la resistencia y rebelarse ante el
monstruoso aparato del estado que todo lo controla. Ese sentir es indicativo de
varias cosas, pero particularmente habla del carácter del ser humano, sus
vínculos con todo lo que representa el poder y la inexorable tendencia de
mostrarse desafiante a sabiendas de las repercusiones que eso trae, siendo “el
individuo” la máxima representación de la posibilidad de tomar conciencia ante
lo que no está bien, mientras las grandes masas humanas siguen viviendo y
adaptándose a las escasas dádivas que el estado totalitario les da.
Esa
exaltación del ansia del hombre a rebelarse, parte del desarrollo de una conciencia
individual se halla presente en gran cantidad de personas. No pudo ser más
trágico el siglo XX cuando los totalitarismos y las trastabilladas ideologías
terminaron por cometer las injusticias más atroces, con la altísima posibilidad
de que se vuelvan a repetir. Por eso el nombre de 1984 es usado en la obra como
un tiempo cualquiera, porque entre otras razones el estado totalitario ha
trastocado la historiografía hasta el punto de que el año en que se vive
probablemente ni siquiera sea el correcto, pudiendo ser cualquier otro.
Winston
Smith precisamente trabaja como funcionario público en el Ministerio de la
Verdad, modificando los hechos pasados y reconstruyendo una historia nueva cada
día, que sea conveniente para el poder. Pero en esa necesidad de trastocar la
historia, el plan es mucho más ambicioso y se pretende crear una “neolengua”,
una nueva manera de comunicarse que se apodere de la mente de los ciudadanos.
En
la fachada del Ministerio de la Verdad –que en neolengua se llamaba miniver- podía leerse con letras elegantes, las tres
consignas del Partido: La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La
ignorancia es la fuerza. Este Ministerio, que se dedicaba a las noticias, a los
espectáculos, la educación y las bellas artes, junto con el Ministerio de la
Paz, para los asuntos de guerra, el Ministerio del Amor, encargado de mantener
la ley y el orden y el Ministerio de la Abundancia, al que correspondía los
asuntos económicos, conformaban la estructura de base del sistema totalitario
descrito en 1984.
El
asunto de la esperanza es tratado de manera implacable, pues Winston Smith cree
que las grandes masas populares, que viven una realidad muy distinta a la de
él, se incorporarán a la lucha contra el estado totalitario, asunto que, por
supuesto, no ocurre en la obra. De ahí que 1984 haya sido tema de interés para
los estudiosos de los fenómenos sociales, siendo una especie de brújula
literaria para sociólogos y politólogos que hacen grandes esfuerzos para tratar
de entender los distintos fenómenos humanos. George Orwell, al igual que tantos
genios, hace uso del arte, particularmente el de la escritura para plantear
problemas universales.
Pero
la obra no hubiese sido tan trascendente de no haber tratado el gran problema
de la ética en la forma como lo hace. En la vida del personaje principal
aparece Julia, quien tomando todos los riesgos y asumiendo las consecuencias
más inimaginables, da pie a una relación que comienza con un escueto y
contundente mensaje que de manera secreta le entrega ella a él en una nota. La
expresión es conocida y el contenido da sentido de vida y lucha al
protagonista: “-Te quiero”.
Después
de haber cultivado el enamoramiento, no podía sino ocurrir lo inevitable: Ser acusado
por el estado totalitario de ser un transgresor de conciencia. Eso lleva al fin
último que plantea este texto: Tratar de hacer de un hombre con conciencia
crítica, esperanza y amor en una ficha del Partido. La única manera posible es
la peor de todas: Arrebatar lo más elevado de la escala valorativa del ser
humano; el amor.
La
vida solitaria puede ser insoportable para muchos, pero la vida sin amor es
ridícula, carente de sentido presente y sin connotación de trascendencia. Por
eso desde la estructura totalitaria no basta con mutilar la esperanza ni
someter al individuo a los dictámenes del Partido sino desmembrar el amor al
punto de transformarlo, sea en odio o en indiferencia.
Como
las grandes obras, su influencia no se restringe a una cosa en particular, sino
que sobrepasa los linderos de asuntos puntuales para volverse un clásico de
carácter inmortal y atemporal. Puede ser leído en cualquier tiempo y por
cualquier grupo sin perder vigencia en relación a los asuntos planteados.
Twitter: @perezlopresti
Ilustración: @Rayilustra
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el martes 13 de junio de 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario