“La suerte está echada”,
digo mientras atravieso el río a caballo rumbo a Roma. Es un 15 de marzo y no
creo en quienes me han dicho que existe una conspiración fraguándose en mi
entorno. Menosprecio los anuncios y las murmuraciones. Es temprano en la mañana
y me dirijo hacia el Senado. Alguien me entrega un escrito denunciando la
conspiración y no me digno a leerlo. Subo las gradas, entro en el salón y
cuando tomo asiento mis más cercanos me rodean. Uno de ellos me toma por el
cuello y asesta la primera puñalada. Me pongo de pie y trato de defenderme con
una pequeña lanceta, pero son muchos, entre quienes distingo a uno que quiero
particularmente y lo había incluido en mi testamento en el grupo de herederos.
Con más de veinte heridas, lo miro a los ojos y en griego le digo: “Tú también,
hijo mío”. Sin voz, me cubro el rostro con un manto y quedo tendido.
Grito ansioso y despierto a
mi esposa, quien me tranquiliza diciéndome que todo es una pesadilla. Le cuento
lo soñado y me serena. -“Es Julio César, no eres tú el del sueño”. Son las tres
de la madrugada y se me ha trastocado el sueño. A pesar de que vivo en una zona
rural, se escuchan a lo lejos las alarmas de algún vehículo que suena una y
otra vez. Mis perros mucuchiceros están alertas y gruñen. Me caliento una
infusión, pero se me hace imposible dormir. Ahora tengo pesadillas en las
cuales soy Julio César. ¿Qué habré leído recientemente? ¿Qué cené?
Me pongo a pensar en la
historia de la humanidad y me viene a la mente un sinfín de impresiones. Guerras
desde la edad de piedra, la crucifixión de Jesucristo, la persecución de los
cristianos, Pablo de Tarsos, las enfermedades a las que nos enfrentamos, el
horror de los que sufren los desvaríos de la mente, la pobreza y mendicidad de
los indígenas con los que conviví cuando trabajaba como médico en las regiones
fronterizas de mi país, el ser un emigrante porque no hay más opciones, el
motorizado que se estrelló contra el retrovisor de mi carro y siguió como si
nada. Lo duro de la existencia, con todas las injusticias y horrores que nos
acompañan.
La infusión está reposando y
la endulzo con miel de carcanapire que me obsequió un vecino. Así se va
atenuando la angustia de la pesadilla. Recuerdo una ocasión en la cual me
encontraba en un centro nocturno, cerca de Abejales, estado Táchira, en donde
bailé con todas las muchachas que se hallaban presentes. Nadie hablaba de
política, ni leía prensa, ni escuchaba radio y mucho menos llegaba la señal de
las televisoras. Hubo un intento de golpe de Estado en la Caracas de ese tiempo
y me enteré a los tres días.
Pienso en la vida agitada de
quienes se dedican a la política y de mis intentos por escapar de la misma.
Pero ni siquiera alejándome lo logro. Tengo pesadillas en las cuales no soy una
persona cualquiera, sino el más grande de todos los políticos: El propio César.
En una ocasión un colega que
trabajó conmigo en un hospital psiquiátrico durante casi diez años me dijo:
“Abraza la filosofía para que no pases la vejez tan solo”. Hay mucho de cierto
en esa frase. La madrugada arrecia por lo oscura y helada. Nietzsche determina
la filosofía de José Ortega y Gasset. De ahí que para Ortega lo que existe es
la biografía humana. “Yo soy yo y mi circunstancia” (…) “y si no la salvo a
ella tampoco me voy a salvar yo”. Expresión magnánima tan criticada, pero
desmesuradamente cierta. Una manera de expresar la grandiosa o pequeña vivencia
humana que cada día marca y determina nuestra existencia.
El filósofo es alguien que
ha caído del barco, un náufrago en el océano arremolinado que debe hacer todo
lo posible para intentar nadar y poder salvarse. La filosofía es el intento de
nadar cuando nos estamos ahogando en la realidad en la que hemos caído. La
filosofía es precisamente el intento de salvación a través de los manotazos que
damos en el agua. No es una dimensión meramente académica, ni al abrazarla
estamos acudiendo a un espectáculo agradable, sino que se trata de una manera
de saber cómo vivir, una forma de conducirse. Tiene que ver con saber a qué
atenernos. Tratar de darle sentido a las formas como nos vamos a seguir
involucrando con la realidad. La tesis de Ortega está más vigente que nunca.
El apego a lo terrenal, a lo
resolutivo, a nuestra capacidad de sobreponernos a las adversidades y la idea
de salir triunfadores se apodera de mi ánimo. Hago una lista de las cosas por
hacer cuando llegue a la ciudad, estreno la agenda que me regalaron en navidad.
El sosiego finalmente llega. Si me apronto, tal vez rescate más de una hora de
sueño. Debo dar clase a las siete de la mañana y uno de los cauchos está casi
en la lona. Debo manejar lento y apuntarme en la lista de los que venden
neumáticos. Seguro la cola va a estar muy larga porque desde hace meses no les
llegaba ni un caucho. Trato de no despertar a mi esposa, pero ella me da un
beso en la frente al acercarme y me dice que duerma tranquilo. Todavía queda
noche.
Twitter: @perezlopresti
Publicado en el diario El
Universal de Venezuela el 25 de enero de 2016
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