Aparece la interrogante: ¿Son brutos o se hacen? Es posible que haya gente que no aprenda a la primera, pero que no aprendan después de unas cuantas experiencias es sinónimo de que algo falla. Entiendo la ingenuidad como una característica humana que apuesta por las expectativas de un futuro que sea capaz de brindar esperanzas. De ahí que haya quien crea con sinceridad en causas justas y maneras de conceptuar la existencia, lo cual les da una sensación de confort y paz en relación con estar haciendo las cosas bien. En la dinámica contemporánea hace su aparición cualquier cantidad de colectivos y conglomerados que apuestan por los más elevados ideales. Como si el mundo estuviese siendo creado el día de hoy y la civilización no llevase un tajo de historia a cuestas, hay quienes acaban de descubrir la verdad de las cosas ¡Menuda ocurrencia! Como intento ser un buen disecador en busca de entender lo circundante, no puedo dejar de buscar los filamentos que manejan tanta fuerza en los tiempos que suman. Total, una buena tajada lo que escribimos parte de ahí.
Escepticismo por experiencia
Sin vocación de que me cojan a lazos, sigo creyendo en el ser humano y su extraordinario potencial. Eso no hace que me enceguece; por el contrario, mantener la guardia alta y hacer un poco de combate de sombra forma parte de la rutina de la mañana. Precisamente por creer en lo humanitario es que me arriesgo a relacionarme con los otros a pesar de saber que tarde o temprano en las relaciones interpersonales se tiendan a ver las costuras o los intereses personalísimos de cada cual. Nada qué recriminar, si no fuese por el hecho de que en ese esfuerzo por tratar de comprender la naturaleza humana y sus infinitos bemoles se nos facilita la posibilidad de ver las tenebrosidades de nuestra especie, lo cual tiene su precio. No es inusual ver a las personas que conocimos enarbolando los más sublimes principios siendo contagiados después por el odio, el fanatismo y el resentimiento. Es cuestión de levantar una pequeña capa del envoltorio para que emerja esa cosa turbia que los seres humanos tenemos en nuestro interior y si no somos capaces de hacer introspección, se apodera de nuestras acciones y sentimientos. Dios guarde.
El delito de opinión
Dice un demócrata: -“Digo y escribo lo que quiero, apoyo lo que me parece bien y me apego a la ley”. Aun así, el costo es elevado y la altísima posibilidad de ser enjuiciado de manera colectiva es una apología a lo inquisitorial. Curiosamente vemos en los colectivos autodenominados independientes, las formas más extremas de intolerancia e incapacidad de aceptar al otro. Muchos grupos de “independientes” se consideran (se reconocen como tal) minorías y quieren a hierro y a fuego imponer su visión de las cosas a los demás. Nada más alejado de la vida en sociedad donde el respeto por los otros, independientemente de que piensen diferente, es la base sobre la cual se sustenta toda posibilidad de bienestar colectivo. Enceguecidos por sus creencias, los independientes pueden terminar siendo formas de representación de los más disparatados extremos. Sea por comer carne de cerdo o porque te cocinas el huevo en agua, se puede terminar en el paredón de cuestionamiento en nombre de las causas más exóticas, por no decir retorcidas. En realidad, esa cosa que aparentemente no tiene forma es la más fácil de categorizar, solo es cuestión de tiempo para que los colectivos más extravagantes se paren a la diestra o la siniestra de la minimalista manera de conceptuar las cosas.
El burro bravo patea
En el siglo pasado, en Venezuela, los reputados “Notables”, adalides de todas las causas perdidas y levantando las banderas de la moral, terminaron por hacer daño a nuestra nación. Algo aprendimos de los “independientes” y vaya manera de aprender. Es costoso apostar por una causa. Nada es gratis, por lo que financistas siempre podrán aparecer. La publicidad tiene su valor contante y sonante y con dinero se paga la propagación de las más disímiles ideas. Se necesita publicidad para estas cosas y eso tiene su precio. A la hora del té los grupos terminan entrando por el aro y los aparentemente díscolos dueños de la verdad finalizan su espectáculo sentándose en una mesa negociando el futuro de los demás. De eso se trata la vida en comunidad, de ser capaces de ponernos de acuerdo y no aplastar al otro. Cada uno tiene su espacio, su justo valor y la necesidad de ser protagonista de su propia causa y tratar de ganar seguidores. El circo de la vida va de la mano con la teatralidad que induce a que frente al lente de la cámara se tienda grupalmente a ser díscolos y hacer bravuconadas mientras a puertas cerradas hay que mantener caliente el break. Por lo pronto prefiero saber con cuántas habilidades cuenta el que tengo al frente y la aparente sorpresa que tiende a mostrar el supuesto “outsider” o independiente, suele ser una mascarada repetida hasta el infinito.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 25 de mayo de 2021.
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