Para muchos, la subida al Chomajoma es una de las
partes más duras de la travesía por la Sierra Nevada de Mérida. Luego de hacer
cumbre en el Humboldt se hace necesario cruzarlo para llegar al Pico Bolívar y
muchos ya están cansados del trayecto recorrido. Personalmente siento que el
Chomajoma no tiene mucha dificultad, ni técnica ni física, porque en ese lugar
no hay opciones y se sube o se sube. No hay enigma alguno, porque lo contrario
es devolverse hasta La Verde, luego a La Coromoto y bajar hasta La Mucuy para
terminar en la ciudad de Mérida, lo cual significa darse por vencido y abortar
la escalada. En eso de conseguir dilemas donde no los hay, parece que a muchos
se les va parte de la vida. Tal vez si algo enseña la montaña, además de
recordarnos lo profundamente humanos y vulnerables que podemos ser es también a
medir fortalezas y tomar decisiones que pueden costar vidas. Tratándose de una
distracción, el montañismo tiene su dosis de seriedad, de profunda seriedad.
Seriedad de altura
Subir y bajar cerros requiere de gran preparación física.
No es menor la preparación emocional. Más cuando algunos hemos desafiado el
sentido común y gozamos al retar la montaña con nuestra soledad como compañía.
Eso de asomar decisiones va de la mano con tomar posturas, mostrarse como se es
y asumir las consecuencias de estar vivos y que otros se enteren de nuestro
tránsito por el planeta. Pasar desapercibidos puede ser el arte de quienes
carecen de atributos o los necesitan ocultar por tenerlos en demasía solo para
no opacar a otros. Parece que las dos cosas van de la mano y cierta
discrecionalidad aplica. En ese subir y bajar cerros conocí gente muy sencilla,
que es capaz de disfrutar de la contemplación y hacer de un instante una
eternidad de recuerdos. Eso ha sido la montaña en mi vida y lo he asumido con
el aplomo de quien no se plantea la idea del reposo como un fin, sino de
entender la vida como una aventura que lleva a otra en una espiral infinita de
ir y venir en torno a los mimos lugares y estampas que están ahí, esperándonos
para ser descubiertos y a la vez descubrir cosas de nosotros mismos, como la
capacidad de desarrollar el sentido común y el respeto por la solemnidad de la
belleza.
Llantos en la montaña
En la cumbre del Humboldt un montañista amigo se
puso a llorar cuando gritó cumbre y me dijo que le dedicaba el esfuerzo a su
hermano, que forzosamente había tenido que migrar a Chile por la situación
social y política que existe en Venezuela desde hace más de dos décadas. Me
explicó que había sido duro para todos en su familia, pero gracias a que su
hermano estaba en el país del Sur del continente, su gente había podido recibir
remesas y mejorar las condiciones de vida. No le conté que ya tenía los pasajes
comprados para hacer la misma travesía que su hermano, porque en eso de tomar
decisiones no se me va la fuerza y Chile asomaba como el único lugar en donde
se podía vivir en la América Latina. La gran incursión a lugares remotos es un
lugar común en la vida de los pueblos y forma parte de la civilización. De
migraciones a la fuerza está hecho lo mejor de lo humano y así seguirá siendo.
Lamentablemente no es algo nuevo bajo el sol. El asunto no es migrar sino saber
qué sitio apuntar. En el desairado presente cualquier lugar donde se pueda
trabajar es buen destino. A veces los aires se ponen enrarecidos al punto de
parecer que vivimos en una gran pandemia o simplemente no parecerlo. La
impetuosa incertidumbre gusta salirse con las suyas y hacernos bromas de mal
gusto. Después de un largo recorrido, resulta que en nuestras alforjas no
existe ningún avío, sino que su contenido fue sustituido por piedras pesadas.
¿Caminando o por avión?
“-En realidad vine nadando”, le respondí a la
compatriota que vendía celulares y trataba de imitar el acento de los locales,
a la vez que le devolví al pregunta: “-¿De qué parte de Venezuela eres?”, para
confirmarme que teníamos el mismo origen, tanto de partida como de llegada,
distanciados solo por meses de diferencia en el arribo a estas tierras lejanas.
En estos tiempos y ajenos lugares he conocido lo mejor de lo humano, para
asombro y deleite. De la mezquindad y las bajezas ya sabemos, porque siempre
nos han tratado de sabotear y las distinguimos sin mucho esfuerzo porque como
abejorros al dulzor, revolotean a nuestro alrededor. La dura Venezuela de donde
vengo es una escuela de artes y oficios para empaparse de la miseria humana. La
mediocridad circundante en cualquier rincón es tan natural como que salga el
sol o respire una rana. Lo interesante es no envilecernos quienes apostamos por
un mundo mejor, en esa extraña y quijotesca lucha contra entuertos provocados
por remedos deformes de humanos. Se salva quien no pisa el peine de ponerse al
nivel de quien vive en el inframundo mental de lo mediano. Trasciende el hombre
con aspiraciones de hacer cosas buenas para sí mismo y para cuanto le envuelve.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 20 de abril de 2021.
Con respecto a tu último artículo, o escrito, no se si has oteado los siguientes libros: El Fin de la Certidumbre de Ilya Prigogine;ENTRE EL TIEMPO Y LA
ResponderEliminarETERNIDAD de ILYA PRIGOGINE - ISABELLE STENGERS... muy interesantes...