Va a ser una Navidad especialmente sensible para muchos
venezolanos este año. Con familiares desperdigados por
el mundo, será inevitable que en cada rincón de cada familia se derramen
lágrimas por quienes se han tenido que marchar a otros confines, buscando
mejores condiciones de vida. La fragmentación de las familias y el vacío de la
separación estarán presentes este mes.
De todas las fechas del año, muchos, entre quienes me
encuentro, esperamos los días navideños con emoción y alegría. Para cualquier
venezolano, no tiene nada de especial que la Navidad se celebre desde el 15 de
noviembre en adelante. Para quienes somos andinos, por ejemplo, Navidad es
hasta que se hace la paradura del niño, por lo que la fiesta dura al menos dos
meses. Este tiempo tan particular, con su enorme carga de religiosidad y
tradición, permite que una y otra vez
nos miremos a la cara en torno a la mesa y a los más deliciosos platos de la
comida de nuestro país. Esencialmente la navidad es una fiesta familiar.
Para quienes nos vemos forzados a pasarla en otros confines
la vivencia no es menos rara, toda vez que quisiéramos que la reunificación de
cada familia se hiciese algún día realidad. Ya ni entiendo el problema
venezolano en términos de explicación política, porque el cansancio y el hastío
de las expectativas no satisfechas han
hecho que de alguna manera haya terminando por aceptar nuestro país tal como
es: Una repetición de yerros en los que se sobreponen intereses personales y
grotescos idearios para tratar de justificar tamaño entuerto. Viví la
fragmentación de una sociedad, tanto como ciudadano que trata de cumplir con
las normas como desde el ámbito personal, lo cual remueve el mundo interior,
los valores y los afectos.
En tierras de nadie
La idiosincrasia de cualquier compatriota lo hace vulnerable
al desarraigo y a la sensación de vacío. No es cosa menor andar por el mundo
escuchando música venezolana, comiendo arepas y cantando un cumpleaños feliz
tan largo. Como errantes, nos encontramos con personas de otros países enjutas,
encerradas en su neurosis, carentes de musicalidad vital, mientras la danza, la
fiesta y la carcajada nos acompañan a donde quiera que vayamos. Es que ser
venezolano lo hace a uno sin lugar a dudas un ser especial. Del país de las
grandes celebraciones y la chanza de rigor, solo puede seguir brotando alegría,
aun en las más difíciles circunstancias.
Contemporáneos y familiares están regados por la tierra,
desde Australia hasta Canadá y cada vez que me nombran a alguien, casi por
reflejo pregunto ¿en dónde se encuentra? y las respuestas no dejan de ser
sorprendentes. En general, cada familia tiene al menos una persona fuera de
Venezuela, mientras otros grupos de conocidos se han podido marchar en su
totalidad.
Una colega, en una reunión a la que acudí recientemente, me
decía que tenía tres hijos, en tres países diferentes, mientras se le escapaban
las lágrimas. ¿De cómo llegamos a disolver la esencia de una nación? será tema
de estudio de varias generaciones. En lo que a mí respecta, todo recuerdo
hermoso de mi país lo llevo tatuado en mi memoria. Imagino que solo se puede
vivir una vez en el paraíso.
De lo negativo, que es mucho, lastimosamente está vinculado
con hechos políticos que escaparon a nuestra capacidad de resolución. Los que
pudimos conocer las dos Venezuela, la que una vez tuvimos y la actual, sabemos que
no es mala decisión migrar a otros confines si es imprescindible. En la medida
que nuestras Universidades nos prepararon con una formación de calidad y bajo
la premisa de que pudimos ser beneficiados con educación gratuita, se generó
una condición de igualitarismo que se la agradecemos a quienes tuvieron la
elevada visión de apostar por la enseñanza.
Cuando cada barril petrolero se invirtió en educar a los
venezolanos de los más diversos orígenes, se nos estaba convirtiendo en
potenciales entes transformadores de cualquier contexto en el cual nos
desempeñásemos. Eso somos hoy en día quienes nos tuvimos que marchar, con el
título por delante. Quien no estudió en la Venezuela potencia, perdió la
posibilidad de adquirir una formación que pocos países están en condiciones de
ofrecer a sus ciudadanos.
El mejor lugar del mundo
En estos días de Navidad, no puedo
dejar de recordar las enseñanzas de mi abuela, con sus largas e impresionantes
historias sobre la Segunda Guerra Mundial, su infinita gratitud con el país que
la recibió y las insondables vicisitudes por las que transita cualquier
migrante. En estos días no dejo de recordar a mi abuela cada vez que decía que el
mejor lugar del mundo es donde a uno le vaya bien y lo decía rodeada de
su familia.
Yo digo que el mejor lugar del mundo es donde
a uno le vaya bien y eso tiene que ver con poder compartir cada día con las
personas que amamos. En esta Navidad tan especial, en la cual el
desarraigo está presente en muchos compatriotas, no puedo sino agradecer al país
que tanto me dio.
Publicado en el diario El Universal de
Venezuela el martes 03 de diciembre de 2019.
Feliz Navidad Profesor, agregaría algo al dicho de su abuela, con todo respeto, uno debe quedarse dónde le vaya bien y lo traten bien. .. le envío un gigantesco abrazo de feliz navidad..
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