El
hecho de que existan individualidades que se opongan en forma tajante “al
sistema” forma parte de los elementos de cualquier sociedad. Es natural que
haya personas que manifiesten su contrariedad por la forma como se conducen las
dinámicas grupales. El arte, por ejemplo, suele surgir como elemento que
contraviene el sistema de creencias de los distintos conglomerados.
Sería
muy poco lo que hubiese cambiado la historia de la civilización si no fuese
porque individualidades o grupos no estuviesen permanentemente señalando
aquellas cosas que incluso no queremos escuchar. Gracias a estas formas de
interpretar la realidad y de percibir el entorno es que se inducen cambios,
como el derecho al sufragio universal o los derechos sexuales y humanos, en
general.
Esto
no tiene nada de especial, al punto de que, con frecuencia, los movimientos que
inicialmente son percibidos como contraculturales terminan por ser parte de la
sociedad en términos de integración a la misma. Los movimientos “contra” o de
vanguardia, acaban por formar parte de lo socialmente aceptable, se academizan
y se normalizan con el paso del tiempo.
Contracultura
de muerte
Bajo
esa premisa, pudiésemos decir que existen propuestas vitalistas, que enaltecen
lo humano y lejos de ser revanchistas u oportunistas, favorecen al desarrollo.
En este sentido, existe una contracultura positiva que finalmente se vuelve
adaptativa. De manera antagónica, existen movimientos claramente signados por
el odio, la muerte, el deseo de venganza y la anulación del otro, que lejos de
formar un aporte se vuelven taras civilizatorias con las que hay que lidiar.
Son capaces de invalidar generaciones enteras y la búsqueda de un fin último de
carácter maligno se convierte en una clara amenaza para la mesura y el alcance
de logros.
¿Cómo
distinguir unos de otros? Es una interrogante difícil de resolver, toda vez que
hay claros ejemplos de movimientos contraculturales que acecharon la paz humana
y terminaron por generar paz y conciencia de los problemas que se planteaban.
De igual manera han aparecido formas de lucha que se mostraban benéficas (casi
beatíficas) que escondían el espíritu de los lobos con piel de ovejas. De ahí
que debe existir un mínimo de sentido común en los grupos que les permita hacer
el discernimiento de rigor y separar la paja del trigo.
Los
rebaños de ovejas
Lastimosamente
para quienes somos parte de la gran nave planetaria, tenemos que ver casi con
espanto cómo gigantescas multitudes hacen cosas sin saber por qué las hacen,
dicen cosas sin saber por qué las dicen y difícilmente son capaces de pensar
con un mínimo de profundidad. Esta muchedumbre es la que en ocasiones trastoca
el buen sentido de los pueblos, apuesta por formas erráticas de convivencia o
idealizan a líderes monstruosos. Son el acompañamiento mayoritario que conforma
la tragedia humana, porque no son reflexivos al momento en que la primera de
las ovejas tome la decisión de lanzarse al vacío. La secundan en una expresión
malsana que apuesta por lo peor de lo humano, lo que es vulgar y carente de
trascendencia. Es la gran chusma, capaz de destruir o poner en jaque de vez en
cuando los cimientos de lo humano. Bajo el engaño y la manipulación de rigor
son capaces de rebajar lo bello y elevado al punto de volverlo cenizas. El
hombre con principios potencialmente se verá enfrentado al gran rebaño, si no
tiene las suficientes habilidades para lidiar con él. Entre hacerse el tonto y
asumir roles de liderazgo habrá de transcurrir la vida de quien tiene el
suficiente talento para pensar por cuenta propia.
La
educación es la gran llave que abre las puertas para poder desarrollar
sociedades sanas. La insania social tiene que ver con incapacidad de tener ojo
crítico ante los asuntos propios de la existencia. Pocas inversiones dejan
tantos frutos como la inversión en materia educativa, porque permite la
movilización y el igualitarismo social, generando equidad. Un Estado
inteligente ha de fomentar la posibilidad de que sus ciudadanos se eduquen o de
lo contrario estará generando el caldo de cultivo para que aparezcan las formas
más inadecuadas de desenvolvimiento. La educación nunca es un gasto y
siempre es una inversión. Pobre de quienes no perciban la educación
como el mejor de los bienes humanos, porque tarde o temprano lo alcanzará la
barbarie. La educación es la máxima expresión sobre cómo materializar la
cultura en términos de equilibrio entre pares y de fomentar mejores niveles de
vida en los habitantes de cualquier país.
En
la medida que el acceso a la educación sea el privilegio de unos pocos o en la
medida en que la educación se masifique al punto que pierda la calidad,
cualquier sociedad estará en peligro de que las maneras más abyectas de
comportamiento sean las que se apoderen el control de los estamentos de poder.
Educar ha sido y sigue siendo parte de lo que soy. Esperemos que la pasión por
la educación se contagie.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 10 de diciembre de 2019.
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