En
el último vagón de la noche, una joven asustadiza me mira a los ojos como si me
estuviese preguntando: “-¿Es seguro ir a esta hora?”, a lo que yo le
respondo moviendo la cabeza de manera afirmativa. La joven me regala una
sonrisa y relajada, viaja a mi lado. El viaje se transforma y siento que estoy
en otro tiempo.
“-¿Es
posible vivir en la desesperación y no desear la muerte?”, es la frase de
Goethe que marca la novela 1934 y esa dirección es la que orienta la
extraordinaria obra del escritor italiano Alberto Moravia, cuando el
protagonista de un viaje a Capri se consigue con una hermosa joven en un pequeño
barco, quien desde la distancia lo mira a los ojos mientras él se encuentra
ensimismado en su pensamiento recurrente: “-¿Es posible vivir en la
desesperación y no desear la muerte?”. La joven asiente con la cabeza y se
desarrolla la trama de una de las más grandes genialidades escritas sobre el
fascismo italiano y de cómo afecta la vida del común de las personas.
Una
suerte de virtud ilumina a unos y deja sin entendimiento a la gran mayoría. Los
clásicos lo llamaron sentido común y para un andino es la marca propia del
hombre de la sierra. Para alguien con cierta suspicacia sería la paranoia y
para quien cree en lo esotérico o lo religioso es el designio divino que
acompaña a unos cuantos elegidos.
Se
requiere de predictibilidad para poderse anteponer a los movimientos del otro y
esa posibilidad de predecir se encuentra en cada ámbito de lo humano, como por
ejemplo en las relaciones interpersonales, o en las habilidades requeridas para
seleccionar la pareja que de manera anticipada nos da una serie de señales para
sugerirnos que vamos en buen camino. Predictibilidad para no exponernos ante
circunstancias comprometidas o para ser capaces de advertir un potencial
peligro. Se necesita predictibilidad para vivir.
De
alguna manera el predecir marca el terreno de ciertas genialidades, como la
fortuna para hacer negocios, la pertinencia de una toma de decisión personal en
particular, el ser asertivo al inter-vincularnos con los otros y en saber en
quién se puede confiar. Predictibilidad es lo que da el cuño del buen sentido
de orientación cuando como sociedad nos movemos hacia una meta y es la esencia
de lo político, así como de saber, por el aroma, cuando la torta en el horno se
encuentra bien cocida.
Porque
si lo vemos con detenimiento, los grandes aciertos o los más funestos yerros
con mucha frecuencia tienen que ver con no haberle hecho caso a esa parte de
nuestro entendimiento que se encuentra más cerca de lo animal y lo
potencialmente ajeno a la razón que a aquellas cosas que le damos una estructura
de carácter más lógico.
La
joven viaja a mi lado en un vagón lleno de la más disímil fauna nocturna y
tiene depositada la confianza en mí. ¿Qué hace que sea capaz de generar
confianza en una desconocida? ¿Acaso mi actitud, mi manera de caminar, mi forma
de vestir, lo que no digo, la posibilidad de traspasar muros con la mirada o
intentar hacerlo?
A
dos grados de temperatura y abrigado enteramente le pregunto sin rodeos: “-¿Por
qué confías en un desconocido?” y la respuesta no puede ser más avasallante.
“-¿Acaso no es usted el personaje de la novela de Alberto Moravia? ¿No es
usted el protagonista de 1934?”
Desconcertado
por mi falta de predictibilidad o tal vez por exceso de ella, a estas alturas
la confusión me embarga y lo único que tengo claro es cómo las grandes
transformaciones históricas y particularmente las políticas, nos ponen en los
escenarios más insólitos al punto de que una multitud de ciudadanos vamos de un
lado a otro enarbolando las mismas banderas sin percatarnos plenamente de ello.
Situaciones que se repiten una y otra vez, sin escrúpulos en el confín de todos
los tiempos, como si de nada sirviese aprender si no es precisamente para
cultivar el arte de predecir lo que con mucha seguridad va a ocurrir.
“-¡Prooooooofe…!
¿no se acuerda de mí? -Hola, Doctor, desde cuándo vive por acá… Saludos Alirio,
ya decía que en cualquier momento me iba a encontrar contigo”; son las
frases de rigor con las cuales me deslumbro cada vez que me topo con una
persona en cada viaje, posada, aeropuerto, autobús, restaurante o taguara de
mala muerte, de este mundo que en ocasiones se antoja pequeño.
Atajos,
formas inadecuadas de tratar de resolver los problemas, ausencia de ciudadanía,
falta de compasión y las más erráticas percepciones de cuanto acontece, son
apenas pequeños peldaños que debemos librar en esta intrincada carrera
laberíntica que es la vida.
La
esencia de conceptuar la vida, en mi caso, se encuentra de la mano con el
sentido de la aventura, lo inesperado, lo que nos hace cambiar el sendero que
creíamos seguro, pero por encima de cualquier cosa, con el desenfado que nos
hace vivir para sortear cada paso que nos conduce a la desolación. La aventura,
como el amor, protegen del abismo y las tinieblas.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el martes 29 de mayo de 2018.
Twitter:
Enlaces:
No hay comentarios:
Publicar un comentario