El escritor
universal, independientemente de los juicios y prejuicios con los que se
desenvuelve en el mundo, es escritor sí sólo sí está “comprometido” con su
visión particularmente individual (o individualista) con la cual es capaz de
interpretar lo que le rodea. Podemos
incluso señalar que se es escritor cuando en la balanza entre lo que significa
la libertad individual y la dimensión que percibe al ser humano como “igual” a
sus semejantes, el hombre de letras se ubica en el primero de los dos renglones
históricos.
Parece
inviable escribir una obra literaria que esté al servicio promocional de una
causa política. Si está al servicio de una causa política no estaríamos
hablando de literatura sino de panfleto o periodismo amarillista con ambiciones
literarias. En el mundo de las letras el gran atrevimiento es ir
contracorriente. Ir a favor sería una manera de hacer apología de un
contrasentido. Cuando Sartre plantea el tema de la literatura comprometida, el
concepto se desvanece inexorablemente como algodón de azúcar. La inteligencia
europea no podía caer en la triste carnada de servir a los intereses de un
grupo que desea adueñarse del poder sólo para mantenerse en él, como la
historia trágicamente nos lo ha mostrado.
En el peor
de los casos el escritor podría estar al servicio de una causa política siempre
que sea desde la perspectiva de la subversión. Si no es para subvertir el orden
que intenta imponer el estatus quo, no se está haciendo literatura.
Durante la
decadente época de la revolución rusa, desaparece lo mejor de la literatura
“colectiva” de todos los tiempos. Quedan prohibidos autores que llegaron a
constituir un conglomerado que inusualmente llega a conformarse en el curso de
la historia. Una generación de escritores desaparece porque no existe quien los
releve. Lo uniforme predomina y el arte muere. Sólo se pudo hacer arte desde la
posición del perseguido, del humillado, del confinado o en el mejor de los
casos, amenazado.
Con Pedro
Juan Gutiérrez podemos ver cómo se hacen obras desde la miseria de estar bajo
el manto de lo político. “Nada qué hacer”, es el lema de un buen escritor que
está al servicio de su individualismo y arrastra lo político como sombra
malsana de la cual no puede escapar. Pedro Juan Gutiérrez tiene la experiencia de
vivir en la isla de Cuba, o sea, está “Anclado en tierra de nadie” y castrado
es un libertino. La paradoja del castrado libertino nunca pudo ser mejor
reflejada. De hecho, es libertino porque está políticamente castrado.
En la década
del sesenta del siglo XX, se vive en Venezuela un importante fenómeno literario.
Aparecen en el contexto de procesos que intentan establecer un orden político
de carácter marxista, dos obras que marcan una corriente dentro de las letras
venezolanas. La novela País portátil
de Adriano González León y los textos Entre
las breñas de Argenis Rodríguez; dos puntas de lanza que reflejan cómo la
actividad literaria de la época es impregnada por los movimientos políticos.
Por una
parte, Adriano González León publica País
portátil, un texto literario impregnado de elementos políticos que van a
tener gran acogida y repercusión tanto en el marco de la crítica literaria como
de los sectores de esa posición política que suele denominarse “izquierda”. La
intelectualidad venezolana de la época y las ideas de la “gran Europa”, casi
centenarias, hacen su aparición en el terreno de una lucha armada que tiene
repercusiones históricas tanto trascendentes como estériles.
Existe una
épica en donde la heroicidad del subversivo latinoamericano es vista con el
resplandor de las grandes tragedias. Adriano González León con su novela País portátil, trasciende en el mundo de
las letras venezolanas, amparado y apoyado por importantes personalidades de la
vida pública del país.
En ese
escenario pasional de la década del sesenta y a la par de la exaltación a
través de los medios de comunicación de la obra de Adriano González León,
aparece el artífice de la exaltación de la literatura de la violencia política
más importante del siglo XX venezolano: Argenis Rodríguez, siempre atormentado
a más no poder por los fantasmas propios de quien escribe.
Tanto
Adriano González León como Argenis Rodríguez vienen a representar una especie
de paralelismo perfecto en lo que respecta al interés por los temas violencia,
política, lucha armada y posibilidad de acceder al poder. Es la época dorada de la literatura de la
violencia en Venezuela. Apoyado por algunos “amigos”, Argenis Rodríguez
construye una encomiable obra llena de dolor, encarnando al arquetipo del poeta
maldito. Argenis Rodríguez hace mucho ruido y termina siendo protegido por
intelectuales y escritores de la talla de Ramón J. Velásquez y el muy talentoso
Camilo José Cela. Se crea una semejanza trágica entre Adriano González León y
Argenis Rodríguez. El alcoholismo los mina y Rodríguez termina suicidándose en
la más pura tradición de los poetas malditos.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 02 de abril de 2018
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Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 02 de abril de 2018
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