A la
hora de evaluar la importancia de una cultura, poco llega a ser tan
determinante como la valoración que se pueda hacer por quienes hacen arte. Los
artistas que una sociedad va generando son el termómetro por el cual podemos
conocer la importancia que puede tener en su contexto una determinada cultura.
Contrario a lo que muchos vaticinaban, el arte todavía no ha llegado a ser
global en nuestro siglo y la genialidad del individuo continúa siendo una
apuesta que hace la civilización occidental. El arte individual es generador de
admiración y la transgresión propia de cualquier obra sigue dando qué hablar
para quienes necesitamos referentes humanos que nos recuerden que el espíritu
del hombre sigue vivo y proactivo.
Lo
artístico, queriendo y sin querer, forma parte de lo más valorativo de la
cultura porque el buen arte tiende a crear interés, potencialidad de ser
interpretado y de manera atractiva, genera cierta forma de confusión que es
seductora. Dicho de otra manera, cuando lo artístico es confuso, va acompañado
de un mayor grado de encantamiento.
Siempre
he sentido un gran interés en tratar de comprender los fenómenos de masas. En
ellos podemos dibujar y desdibujar lo humano y nos da la posibilidad de intentar
interpretar elementos propios de la esencia de los seres. En ese ejercicio de
tratar de descubrir aquello que nos moviliza emocionalmente, estará presente la
dimensión creativa y particularmente la obra de arte como elemento fundamental
de la civilización.
Por un
lado, hay una mirada que hace el artista desde su obra, cuya función seductora
es un propósito que se encuentra presente en los fines trazados en cualquier
proyecto desde su origen. Esa seducción propia del arte es la que puede generar
encantamiento o rechazo ante la persona que entra en contacto con el trabajo de
cualquier creador.
Por
otra parte, quien se adentra en la obra, espera ser seducido por la misma. Esa
seducción termina generando fascinación y esta admiración a su vez es la que
permite que el arte se perpetúe, sea trascendente y pueda sobrevivir al paso
del tiempo. Cuando lo artístico es retador, controvertible y generador de
expectativas, se da una triple complicidad entre quien funge como artista, la
obra con toda su potencial capacidad expresiva y el sujeto cómplice de ambos,
que es a fin de cuentas es el artífice de que el arte se perpetúe o sea
efímero.
El
ciberespacio, lejos de uniformizar mortalmente la creatividad, ha permitido
exploración de otras vertientes y posibilidades intelectuales sin haber podido
aplastar al arte como tradicionalmente lo conocemos. A fin de cuentas, el arte
que se hace en el ciberespacio es realizado por personas, lo cual nos devuelve
al recurrente asunto de que lo artístico está relacionado con la
individualidad.
Si lo
artístico es apreciado por las élites “entendidas” en arte, tendrá un carácter
valorativo porque el consenso de la élite que conoce de arte le da ese estatus.
Si lo artístico surge de lo cotidiano, tenderá a fusionarse inicialmente con lo
popular para luego potencialmente ser reconocido por la cultura de élites, la
cual le dará el nivel elevado que la propia obra se gana con su valor
intrínseco.
Pero
hay formas de arte que son capaces de impactar en el sector más popular y en
los círculos más exigentes simultáneamente. Cuando fenómenos de este tipo hacen
su aparición, no hay quien los detenga, y en una inusual y vertiginosa escalada,
trascienden y se convierten en fenómenos de masa.
Esa
manera espectacular de surgir, en la cual por consenso de intereses disímiles
lo artístico genera deleite y emoción, es de las manifestaciones culturales más
insólitas y suele producir enorme interés para quienes queremos darle forma a
lo que ocurre en el interior de este fenómeno.
Si el
lenguaje del arte es muy directo y ajeno al ocultamiento, perderá el poder
potencial de generar complicidad por parte de quien se acerque a la obra. Si
por el contrario, hay un halo de ocultamiento que invita a la interpretación,
la obra gana porque vence al tedio y surge el asombro de quien es fascinado por
lo artístico.
Lamento
que la palabra “asombro” no tenga la
contundencia que pudo tener hace unas cuantas décadas, porque siento que el
vocablo “asombro” no tiene sustituto y lo representacional es asombroso, es
aburrido o fatalmente neutro. De ahí que quien muestre asombro por una melodía,
un poema, una pintura o un texto es el más perfecto cómplice del arte, porque
lo artístico logra elevarse precisamente cuando es asombroso.
Cuando en una cultura se
agota la posibilidad de crear, lastimosamente ha palidecido en su sapiencia y
pasa a ser un tumulto de seres sin atributos, que contrarios a los impulsos
vitales, son apresados por lo mortuorio, lo apesadumbrado, lo lastimoso y lo
oscuro. Ocultamiento y des-ocultamiento son la esencia de lo creativo porque
son las bases de la seducción, y sin la capacidad de cautivar, no existe arte
capaz de trascender.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela, el 28 de marzo de 2018.
Enlaces:
http://www.eluniversal.com/el-universal/3641/arte-seducir
http://www.opinionynoticias.com/opinioncultura/32214-perez-lo-presti-
http://www.elcolumnero.com/criterio-lectores/el-arte-de-seducir-por-perezlopresti
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