martes, 26 de diciembre de 2017

Navidad: Una buena palabra






Desde 1939 hasta 1945, durante la segunda guerra mundial, mi abuela tuvo un hijo por año y todos nacieron en diciembre. La razón era sencilla: nueve meses antes de cada parto, mi abuelo, que era soldado, había estado en su hogar de permiso. Dadas las circunstancias extremas en las cuales transcurría el tiempo en Europa, no era fácil encontrar fuentes de satisfacción. La maternidad, asumida en ese contexto, era, por decir lo menos, un acto de fe, pero por encima de cualquier cosa, un ejercicio que fortalecía la idea de supervivencia.

Ante la muerte inmanente que inunda cada rincón en los lugares donde hay conflictos armados, la vida, a veces, se sigue celebrando y cada vez que la misma aparece, la esperanza va de la mano con ella. ¿Cómo hacía el día a día una mujer con cinco hijos? Con la visión de futuro tomada de la mano o de lo contrario nada hubiese tenido sentido. El entorno disparaba mensajes negativos por todos lados, pero la dinámica propia de la vida, precisamente porque se hacía cada vez más dura, era la que empujaba a quienes atravesaban por esas circunstancias únicas y extremas a seguir respirando.

El mensaje frecuente de cualquiera que haya sobrevivido a los extremos es el de anteponer el principio de vida sobre el principio de muerte o de lo contrario vence la desesperanza. Pero si a esto le anteponemos la condición de mujer que debe sobrevivir para que otros puedan trascender, entonces entendemos cómo existe gente tan luchadora, para quienes el batallar diario y la vida son sinónimos.

Por una especie de tara o debilidad que nos suele acompañar como especie, solemos ser un tanto reacios a aceptar la idea del equilibrio. De ahí que vemos tantas veces repetida en la historia de la civilización, esa tendencia a romper con las ponderaciones cuando se alcanzan. Tanto a nivel personal, como en el ámbito social, quien entra en conflicto con el equilibrio, tratará por todos los medios de hacer que resurja el caos. Ese precepto se repite, pero las generaciones lo olvidan, porque el aburrimiento y el tedio tienden a conducir a la búsqueda compulsiva y desmedida hacia la aventura incierta en los espacios donde se alcanza bienestar. De ahí que aparezcan tantos advenedizos y pescadores en río revuelto.

La experiencia de cada uno, que es la historia única de vida de cada cual, nos marca en lo que respecta a nuestra manera de leer y percibir la realidad. Solemos reconstruir y construir una postura hacia la existencia que está signada por las vivencias que vamos armando. Una mujer todavía joven y todavía guapa me decía que era desmedidamente infeliz porque el pasado la perseguía cada día. Ella está condenada a no poder pasar la página, o porque siente que le es imposible o porque ni siquiera se lo ha planteado. 

Tal vez el día que más recogimiento familiar produce y mayores expectativas, relacionado con vínculos interpersonales, es el día que celebramos la navidad.  La navidad es una fiesta determinante para saber hasta qué punto nuestra vida va por buen norte, sea para compartir en forma cercana o para condolerse por las separaciones familiares que las circunstancias van generando; la navidad es tiempo de familia y para quienes no tienen una familia como tal, la navidad es la fecha de los afectos más cercanos, que a fin de cuentas son la familia que uno va construyendo a la par de aquella con la cual tiene lazos consanguíneos. Los amigos son la familia que la vida nos va regalando en el transcurso del tiempo. 

Como muchos, y desde que era un muchacho, esperaba como nada la noche buena, por encima de cualquier celebración o festejo; la llegada de la navidad era la mejor época del año y debo reconocer que en cualquier circunstancia por las que he pasado, lo sigue siendo. Incluso es una fiesta como ninguna por un asunto de convicciones. Navidad es la gran celebración y todo lo demás es consecuencia de lo representativo de esta fecha. Tanto desde el plano tangible como del más simple simbolismo.

Tiempos malos y tiempos buenos suelen ser el péndulo que ha acompañado a la civilización. Los malos a veces son proporcionales al grado de bienestar que logramos alcanzar cuando las cosas están bien. El paso del hombre lleva en su brújula las dos vertientes del ser, en un ciclo casi perfecto que conjuga en uno solo el sino que marca la vida de los hombres.

Mi abuela, luego de años de lucha, lo dijo muy claro: “Aquí ya no se puede vivir” y en una lejana noche de navidad le pidió al abuelo que se adelantara a “La América”, porque Europa no ofrecía ninguna posibilidad para sus hijos. Cada vez que escucho esa historia familiar, me repito a mí mismo a manera de talismán, ese precepto que siempre he seguido: “El mejor lugar del mundo es donde nos vaya bien”. Que no sea la tristeza ni la nostalgia aguafiestas la que se imponga sino el más profundo e indómito espíritu que sobrepone la vida sobre los males y la unión familiar sobre los retorcidos laberintos del existir. 




Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 19 de diciembre de 2017.

sábado, 23 de diciembre de 2017

Airio Pérez Lo Presti. Escritor






Nació en Mérida en 1966. Narrador, ensayista y articulista. Ha fijado su residencia en varios lugares, como Syracuse (New York), Valera, Canaguá, Abejales, El Vigía, San Fernando de Apure, Caracas y Madrid; siendo los viajes y las mudanzas una constante en su vida. Escribe desde temprana edad, pero su primer libro apareció en 2006. Co-fundador del suplemento literario El sombrero de copa. Actualmente vive en la ciudad de Mérida, Venezuela.

Desde el punto de vista académico, es Médico Cirujano (ULA), Psiquiatra de la Escuela José María Vargas (UCV), Curso Medio en Salud Pública (ULA), Magister Scientiae en Filosofía (ULA), Doctor en Filosofía (ULA) y Locutor (UCV). Se desempeña como profesor ordinario del Departamento de Psicología y Orientación de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de Los Andes.

CONTACTO:
Artículos de prensa en el diario El Universal de Venezuela:
Alirio Pérez Lo Presti (En linea)

 
LIBROS PUBLICADOS:


Obra humanística:

1) La creación del rosado (Ensayos breves de filosofía práctica). Consejo de Publicaciones de la ULA (2006). Reimpreso en (2007).
2) Los peligros de comer cotufas (Ensayos breves de filosofía cotidiana). Consejo de Publicaciones de la ULA (2007). Reimpreso en (2008).
3) Historias de animalitos (Ensayos breves de filosofía corriente). Consejo de Publicaciones de la ULA (2008).
4) Suelo tomar vino y comer salchichón (Ensayos breves de filosofía ordinaria). Consejo de Publicaciones de la ULA (2009).
5) La verdadera historia de la perra caliente y otros relatos. Dirección General de Cultura y Extensión. ULA (2008).
6) Psicología. Lectura para Educadores. Ensayo publicado por CODEPRE (2008), y la segunda edición aparece publicada por el Consejo de Publicaciones de la ULA (2010). Reimpreso en (2014 y 2015).
7) Cuentos de monte y culebra. Antología de cuentos realizada en conjunto con Ricardo Gil Otaiza. Consejo de Publicaciones de la ULA (2009).
8) Para todos y para ninguno y otros ensayos. Consejo de Publicaciones de la ULA (2015).


Obra científica:

9) Psicología y contemporaneidad. Consejo de Publicaciones de la ULA (2012). Reimpreso en (2014 y 2015).
10) Los cambios psicológicos. Consejo de Publicaciones de la ULA (2013).


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Ha publicado sus trabajos en revistas especializadas, tanto científicas como humanísticas y tiene en su haber una extensa producción de artículos de prensa en múltiples diarios.



LIBROS PUBLICADOS










 


DECEPCIÓNAME MUCHO


Una llamada matutina, de un domingo que prometía ser plácido, interrumpe un sueño entretenido para plantearme a manera de desayuno, los alcances siempre inconmensurables de las relaciones humanas. En el teléfono escucho una lastimosa voz, salpicada de lágrimas de mujer bonita, que enfáticamente repite una y otra vez lo mucho que he decepcionado a la persona que hace tan grande queja. Como creo haber vivido antes alguna que otra situación parecida, decido despedirme cordial y delicadamente y dedicarme a preparar un desayuno que me nutra lo suficiente como para sentarme a escribir. La cocina se ha convertido en mi sala de meditación favorita, así que mientras pico los tomates y las cebollas y bato los huevos para hacer un perico, trato de sacar la cuenta del número de veces que he sido acusado de decepcionar a alguien durante el transcurso de mi vida. Tal vez unas mil veces; eso sin contar aquellas de las que jamás me enteré y espero no enterarme. Tendría, además, que considerar si antes de los tres años (edad a partir de la cual conservo recuerdos) llegué a provocar que alguien se sintiese decepcionado por mí. En tal caso la lista será mucho más larga. Tratando de abrir el abanico de posibilidades de haber decepcionado a algunos, incluiría las veces que mis maestros de la primaria me reclamaban lo que no les parecía correcto, como la vez que le rompí la nariz a Jimmy o cuando me oriné los pantalones o cuando asalté el baño de las niñas. En un bachillerato un tanto huraño, no podría dejar afuera, las citaciones al representante por parte de la profesora de historia, o el haber reprobado química en quinto año y no haber podido acudir al grado. Cuando me hice universitario, creo que la capacidad de decepcionar a las personas adquirió un carácter bastante exponencial, lo cual aunado a mi propensión de venerar a mujeres inteligentes y hermosas, terminó por casi batir una especie de récord, que me ha hecho sentir unas cuantas veces, un muy genuino representante del género de los decepcionadores, con toda la carga de culpas y autorreproches que ello genera. Aun más traumático cuando la persona que acusa, está vinculada al efecto de este simple mortal. No sé si soy el hombre que más decepciones ha generado en la historia de la humanidad, aunque lo haya creído con bastante convicción unas cuantas veces. No sé si se me pueda comparar con Hitler o el hermano Alberto (este último me dio clases en el Colegio La Salle). Tampoco sé qué han sentido y pensado los que se han sentido 'decepcionados'. Lo que sí he logrado, es descifrar el enigma de la decepción. Decepcionar a alguien es simplemente no hacer lo que esa persona quería que hiciésemos. La respuesta es muy simple: Cuando no hacemos lo que el otro quiere, se nos hace la consabida acusación. Eso es todo. Decepcionar es rebelarse a complacer una petición.

Creo haberme sacudido unas cuantas pulgas, como para hacer una solemne proclama, que se me ocurrió mientras le daba forma a las arepas. Pienso seguir decepcionando a mucha gente. Creo que nuestro tránsito por la tierra debe incluir el derecho a decepcionar cuantas veces nos parezca. Decepcionar es simplemente vivir con la ambición de poseer aunque sea un puñado de libertad.
(Tomado de La creación del rosado, 2006)




LAS MUJERES Y LA VIDA


Sube el telón y aparece dando traspiés, por el empujón que le dieron para que saliera al escenario, un saltimbanqui bastante pálido con lentes de miope severo, tratando de reír para estar más o menos a la altura de la gracia, mientras se dice a sí mismo: -“Yo, que no sé reír, estoy tratando de esbozar una sonrisa. En medio de este escenario, entiendo que se trata de la sonrisa de un hombre que no entiende nada, un tonto, probablemente”.
Irrumpe la música de los circos y los carnavales y nuestro actor empieza a ejecutar la sagrada función de improvisar. Los discursos concurren con la facilidad del charlatán que maneja las palabras con estudiados criterios investidos por los tecnicismos y las pseudociencias. La ovación no se hace esperar. Un mejor día para nuestro trágico saltimbanqui. La semana pasada fueron huevos y tomates podridos los que le lanzaron con furia. Esta semana no paran de aplaudirle. La fama –piensa- , “voto de las muchedumbres”. Recuerda que no puede dejar de desempeñar su oficio, sencillamente porque es el único que existe para él. Da una mirada fugaz al público y se da cuenta de lo cercano que está de todos esos miserables con los que comparte el oficio de saltimbanqui y han venido a su presentación para que ese gesto les sea retribuido. Mañana verá la función de cada uno de los que vinieron a presenciar su espectáculo.
Comienza el telón a bajar y nuestro personaje casi cae al suelo por el infinito agotamiento que lo invade después de cada actuación. Las cuerdas son manejadas por una hermosa mujer. Mágica tramoyista sin la cual el saltimbanqui, sencillamente, no existiría. Desde ese oscuro rincón ella suelo soplarle lo que tiene que decir cuando por cansancio, por tedio o por ambos, no recuerda el argumento. Ella lo recoge del sitio cuando el telón toca el suelo. Lo baña, lo viste, lo alimenta y lo consuela.
Mujer, alimento para el espíritu y para las carnes. Mina inagotable de hedonismo. Con tus múltiples efluvios y sagrados vahos íntimos. Único refugio tangible en esta tierra tan gastada.
Es tu fortaleza la que mueve los engranajes de este mundo tan carente de suaves vientos. Sólo ante tu presencia somos capaces de mostrarnos sin telas. Aunque tratemos de disimular nuestros infinitos y muchas veces infames defectos, sigues subiendo y bajando el telón en estos escenarios tan fríos. Esencia, principio y fin de todo proyecto inasible. Tu presencia es la parte viva de la vida, sin la cual, sabido es, el saltimbanqui habría desaparecido hace ya mucho tiempo.

(Tomado de La creación del rosado, 2006)



EL PSIQUIATRA Y DON QUIJOTE



A Don Quijote le dio por tratar de defender causas justas, o sea, causas perdidas. Cuando Don Quijote salió a pelear por causas perdidas, todos pensaron que se trataba de un loco. Todos salvo Sancho. Como Don Quijote era visto como un loco, las personas entendieron por qué le había dado por resolver causas perdidas. Mi trabajo consiste en defender a los Quijotes del mundo. Para tratar de proteger y luchar por los Quijotes, decidí salir al cruel escenario del mundo y me hice psiquiatra, que es algo así como tratar de pelear por causas doblemente perdidas. Los psiquiatras somos defensores de Quijotes; por eso hay quienes piensan que también estamos locos. Sin embargo, existen Sanchos que creen ciegamente en nosotros.
Sancho Panza era un hombre ignorante que creía en Don Quijote. La locura de Don Quijote le dio vida a Sancho y lentamente lo fue transformando en un hombre mejor. Podríamos decir que Sancho era un iluso que se fue volviendo sabio. Tan intensa es la fuerza de la locura.
En el mundo (siempre escenario cruel), se nos castiga por volar. La fantasía (prima segunda de la locura) y la poesía (hermana mayor de la locura) muchas veces son perseguidas y hasta exterminadas. Con la fantasía, a veces se comete el temerario acto de acallarla por algún tiempo. Pero contra la poesía nadie puede. Ella (mujer al fin), se las ingenia para terminar siempre saliéndose con la suya. Resurge de la nada tantas veces como número de afrentas se comentan en su contra. Inevitablemente termina siempre saliendo airosa. Único repelente universal contra la muerte, suele salir de paseo con frecuencia, tomada de la mano de su muy querida hermanita, la traviesa locura.
Lo que la poesía ignora (o tal vez se hace la loca), es que la locura a veces se desdobla y se convierte en un espantoso monstruo de mil cabezas, que trae el sufrimiento y la amargura. Es aquí donde hace su aparición el psiquiatra. No podría ser más ambiciosa su labor: Tratar de hacer que el monstruo de mil cabezas vuelva a ser la traviesa hermanita de la poesía. Un viejo escudo de gran valor artístico hace juego con sus escasos, pero poderosos instrumentos de trabajo. Una linterna con seis pilas, un grueso libro sacado de un santuario llamado biblioteca científica, un puñado de cápsulas, alguna que otra inyectadora y una paradójica y mágica capa con la cual le es posible 'desaparecer sin dejar de ser visto', irrumpiendo entre los alborozos de la locura, con las palabras exactas, calculadas siempre con muy precisos cuentagotas.
Como toda batalla condenada a perpetuarse hasta el infinito, los resultados de tan ardua lucha van apareciendo en forma esporádica. Algunos días son de gloria y en otros, el negro luce más claro. El psiquiatra debe esperar siempre el traicionero ataque del peor de sus enemigos: La ignorancia que vulgarmente todo lo inunda. Temible reptil que se arrastra, y ante el cual debemos permanecer siempre vigilantes. Ningún grado de crueldad es mayor, que aquel que se comete por ignorancia, en este campo de batallas en donde tantos antecesores han sido vencidos.
Enrevesado trabajo este, el de andar de la mano con Don Quijote. Es mi vida, y no concibo otra manera de vivir.

(Tomado de La creación del rosado, 2006)

miércoles, 20 de diciembre de 2017

martes, 19 de diciembre de 2017

El outsider



En los asuntos sociales no existe vacío. Cada espacio es ocupado si se descuida o se deja solo. Tal vez el caso venezolano es la mayor prueba de eso y los vaivenes “nivel carrusel” de los liderazgos hacen de nuestro país una demostración casi obscena sobre los alcances y calamidades relacionadas con asumir la responsabilidad de ser un guía, no ejecutar ese rol acertadamente y sus respectivas consecuencias negativas.


Ante la ausencia de un liderazgo coherente, sensato, no autodestructivo y la premura de conducir al país a mejores senderos, lo normal es que aparezcan protagonistas emergentes. Es algo tan obvio que esperar lo contrario parece incluso ingenuo; de ahí que como fenómeno social es un asunto atractivo, porque adquiere un carácter de predictibilidad del cual es difícil no interesarse. ¿De dónde surge un liderazgo emergente? Del sector que en el entramado de una sociedad se encuentre marginado o afectado en sus intereses, porque en cualquier estructura, poner a un lado a uno de sus protagonistas es hacer tiempo para que inevitablemente reaparezca, pues creemos que tratar de dejar a un grupo humano fuera de juego es como intentar desviar el cauce de un río. Cada grupo de poder termina tarde o temprano por reclamar ese espacio del cual ha sido desalojado. Es la historia de la humanidad repetida hasta el cansancio.


Necesariamente, por representar un liderazgo ajeno a la estructura de los partidos, los que suelen dar este tipo de sorpresas deben desprenderse de los políticos de oficio y el discurso en el cual se asoma la asepsia política es el arma indoblegable que caracteriza a este tipo de fenómenos. Por eso, no puede compararse, mucho menos medirse con ningún otro aspirante en procesos de “primarias”, u otra manera de atajar sus aspiraciones, porque su fuerte es precisamente el distanciarse de “los fracasados” en el constructo mental del ciudadano.


El outsider ha de presentarse como quien no ha tenido experiencia en el lupanar político o de lo contrario, su candidatura se desmembra. En fin, que quien surge debe provenir de sectores marginados o representante de los que están a un lado y estratégicamente no puede ser asociado con el sistema de partidos. Así ha sido de manera recurrente a lo largo de la historia y los ejemplos sobran. Profesores universitarios, gerentes, empresarios e intelectuales, llámense músicos, poetas, dramaturgos, escritores y hasta alucinados, van y vienen en la historia de los pueblos, unos con resultados muy positivos y otros mostrando sin pudor su escandaloso fracaso.


En el fondo se trata de una paradoja perfecta, porque en sus aspiraciones, ha de recurrir al discurso antipolítico por antonomasia, que tanta desconfianza genera en los más responsables sectores del pensamiento occidental. Un liderazgo de este tipo, si aparece, tendría la potencial posibilidad de ofrecer como promesa, en una maniobra certera, unir a todos los sectores enfrentados actualmente en Venezuela. Ajeno a la politiquería, el outsider viene a unificar, porque al no tener en el imaginario un saco de defectos a cuestas, funciona como un redentor que sobrepasa los linderos del bien y el mal. De la idea de salvación operativa al mesianismo más rancio sólo hay un paso y ese es uno de los riesgos propios de este tipo de casos. La aparición de un mesías ocurre cuando los hombres no saben hacer política.


En países en donde la política fluye adecuadamente no aparecen estos fenómenos, mas en el caso de Venezuela, el asunto parece que es la única opción entusiasta que podría tener el votante opositor en el escenario de unas elecciones presidenciales cercanas. El outsider no se “ensucia” con políticos de oficio, porque representa el futuro y lo esperanzador, todo lo cual es asumido como un valor, produciendo gran movilización de emociones, las cuales se transforman en vínculos de carácter pasional. En el surgimiento de estos fenómenos políticos, dado su carácter arrollador (cuando sucede), juegan un rol determinante los asesores (potenciales caimanes en boca de caño), porque a fin de cuentas la genialidad de un político radica en saber seleccionar a las personas con las cuales se rodea. Si sabe escoger a los mejores, la cosa podría potencialmente tener buen rumbo y si escoge malos consejeros, será un desastre seguro.


En la arena política, no tiene nada de raro que se cumpla el adagio y cachicamo suela trabajar para lapa. Cuando esto pasa, se percibe al iluminado de manera dicotómica, como las dos caras de una moneda y se asume la posición “todo o nada” de la vida, y para los que no creemos en cuentos de hadas se da pie a que nos invada la más decantada incertidumbre. Al evaluar resultados de esta clase de fenómenos, como sujetos, unos han optado por aferrarse al poder y minar su imagen y otros han quedado para la historia como los salvadores de su tiempo y de su generación. Desde esta esquina nos dedicaremos a seguir de cerca lo que pareciera propio de una dinámica aparentemente factible.


Twitter: @perezlopresti

Ilustración: 
@odumontdibujos 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 19 de diciembre de 2017

Enlace: http://www.eluniversal.com/noticias/opinion/outsider_681452
 


martes, 12 de diciembre de 2017

Irresponsabilidad como estilo


Había una vez un profesor, cuya capacidad de responder las preguntas más enrevesadas, con respecto a los más disímiles temas, asombraba a quien lo escuchaba. Se trataba de un hombre sencillo y de lenguaje claro, quien en forma puntual iba resolviendo cada interrogante que se le planteaba. Atraído por sus acrobacias retóricas, no pude dejar pasar la oportunidad de preguntarle cómo era capaz de salir de los enredos intelectuales más complejos y la respuesta fue simple. Me dijo que su forma de conducirse era consecuente con varias cosas: Claridad de propósito, reconocimiento de lo que desconocía, pero por encima de cualquier cosa, me dijo, había sido privilegiado con el don de tener sentido común.

¿Es el sentido común una especie de gracia de la cual muchos carecen y su cultivo obedece a espíritus muy elevados? ¿O simplemente el sentido común es pensar y actuar de manera armónica sin extremismos? ¿Tener sentido común es asunto de mentes sublimes o es propio de gente práctica que percibe la vida como un campo en donde hay que resolver las cosas para bien? ¿La pérdida del sentido común es una forma de locura? 
¿La ausencia de sentido común es la gran condena del hombre?

Una de las cosas que va generando como bola de nieve sensación de desconcierto en muchos venezolanos, dentro de los cuales me incluyo, es el hecho de que nos parece que el sentido común de nuestros líderes pareciera haberse extraviado y no percibimos que la brújula del mismo se enderece. Vemos liderazgos atomizados e incapaces de establecer una línea uniforme en lo que respecta a los objetivos perseguidos, haciendo que el ciudadano quede atrapado en una suerte de indefensión en la cual no percibe salidas a sus desgracias cotidianas. Sin liderazgo organizado, el enredo venezolano tiende a perpetuarse, porque si bien es cierto que las luchas por las causas sociales son son como los caminos largos y angostos, no menos cierto es que las mismas deben tener una orientación clara y definida. El caso venezolano es ejemplo de improvisación de lucha y falta de uniformidad de criterios.

 A veces me pregunto hasta qué punto ha de llegar el asunto de agravamiento económico para que se tomen medidas que permitan solucionar los graves asuntos financieros que agobian a las personas. ¿O acaso es un plan para inducir un malestar tan grande para tener un control social que permita implantar recetas anacrónicas asociadas con formas de entender las relaciones económicas que se intervinculan en una sociedad? Por más que algunos se lo quieran plantear como una fantasía, Venezuela no es una isla. Muy por el contrario, los ojos del mundo tienen la vista puesta en nuestra nación y cada yerro es escandalosamente percibido por gentes de otras latitudes en donde reina un mediano equilibrio.

Para quienes tenemos el compromiso de ser generadores de una conciencia de carácter educativo en los centros de estudio en donde laboramos, es muy triste escuchar lo lastimoso que se ha vuelto el discurso de nuestros jóvenes que solo esperan tener una oportunidad de escapar para hacerse la idea de tener un futuro en otra nación.

Soy de los que piensa que una de las características del hecho de cultivar la libertad es asumir la responsabilidad de pagar su costo. Como ciudadano estoy dispuesto a hacer sacrificios si entiendo las razones por las cuales debo hacerlo, mas comprendo que si no se nos da una explicacioón razonable, una justificación sincera o o por lo menos una franca disculpa, inevitablmente  entramos en conflicto con una dirigencia que siembra pesares y no resuelve conflictos.

La casta de líderes que ha tratado de señalar cuáles son los caminos que debemos transitar ha sido tan infinitamente irresponsable en la toma de decisiones que solo podemos pensar que no tienen un mínimo de sentido común; maliciosamente llegar a la presunción de que el caos los beneficia o ambas posibilidades. Este desastroso malestar cultural tiene su máxima expresión simbólica en el uso de las palabras más elementales con las cuales se crea entendimiento en cualquier sociedad. Hablar en Venezuela de diálogo, negociación, concesión, elecciones o entendimiento, ha dejado de tener el sentido que cada uno de estos vocablos posee para terminar convirtiéndose en una suerte de "malas palabras" con las cuales debemos lidiar.

El espíritu sano de una nación se basa en su capacidad para establecer un acuerdo entre partes que jamás debe ser de carácter irresoluble. Negarle espacios de participación a quien piense diferente o cometer el suicida acto de no reconocer su existencia es fuente de terribles estados de desasosiego que deriva en crisis que son muy difíciles de resolver. Si nos empeñamos en hacer a un lado el más mínimo sentido común, estamos condenados a extraviarnos irremediablemente. Si un chispazo asombroso hiciese su aparición y recuperásemos la cordura, entenderíamos la gravedad del mal que padecemos y sería difícil llegar a perdonarnos. Así estamos. 




Twitter: @perezlopresti

Ilustración: 
@odumontdibujos 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 12 de diciembre de 2017

Enlace: 
 
http://www.eluniversal.com/noticias/opinion/irresponsabilidad-como-estilo_680685