Había
una vez un profesor, cuya capacidad de responder las preguntas más
enrevesadas, con respecto a los más disímiles temas, asombraba a quien
lo escuchaba. Se trataba de un hombre sencillo y de lenguaje claro,
quien en forma puntual iba resolviendo cada interrogante que se le
planteaba. Atraído por sus acrobacias retóricas, no pude dejar pasar la
oportunidad de preguntarle cómo era capaz de salir de los enredos
intelectuales más complejos y la respuesta fue simple. Me dijo que su forma de conducirse era consecuente con varias
cosas: Claridad de propósito, reconocimiento de lo que desconocía, pero
por encima de cualquier cosa, me dijo, había sido privilegiado con el
don de tener sentido común.
¿Es
el sentido común una especie de gracia de la cual muchos carecen y su
cultivo obedece a espíritus muy elevados? ¿O simplemente el sentido
común es pensar y actuar de manera armónica sin extremismos? ¿Tener
sentido común es asunto de mentes sublimes o es propio de gente
práctica que percibe la vida como un campo en donde hay que resolver las
cosas para bien? ¿La pérdida del sentido común es una forma de
locura?
¿La ausencia de sentido común es la gran condena del
hombre?
Una
de las cosas que va generando como bola de nieve sensación de
desconcierto en muchos venezolanos, dentro de los cuales me incluyo, es
el hecho de que nos parece que el sentido común de nuestros líderes
pareciera haberse extraviado y no percibimos que la brújula del mismo se
enderece. Vemos liderazgos atomizados e incapaces de establecer una
línea uniforme en lo que respecta a los objetivos perseguidos, haciendo
que el ciudadano quede atrapado en una suerte de indefensión en la cual
no percibe salidas a sus desgracias cotidianas. Sin liderazgo
organizado, el enredo venezolano tiende a perpetuarse, porque si bien
es cierto que las luchas por las causas sociales son son como los
caminos largos y angostos, no menos cierto es que las mismas deben tener
una orientación clara y definida. El caso venezolano es ejemplo de
improvisación de lucha y falta de uniformidad de criterios.
A
veces me pregunto hasta qué punto ha de llegar el asunto de
agravamiento económico para que se tomen medidas que permitan solucionar
los graves asuntos financieros que agobian a las personas.
¿O acaso es un plan para inducir un malestar tan grande para tener un
control social que permita implantar recetas anacrónicas asociadas con
formas de entender las relaciones económicas que se intervinculan en una
sociedad? Por más que algunos se lo quieran plantear como una fantasía,
Venezuela no es una isla. Muy por el contrario, los ojos del mundo
tienen la vista puesta en nuestra nación y cada yerro es
escandalosamente percibido por gentes de otras latitudes en donde reina
un mediano equilibrio.
Para
quienes tenemos el compromiso de ser generadores de una conciencia de
carácter educativo en los centros de estudio en donde laboramos, es muy
triste escuchar lo lastimoso que se ha vuelto el discurso de nuestros
jóvenes que solo esperan tener una oportunidad de escapar para hacerse
la idea de tener un futuro en otra nación.
Soy
de los que piensa que una de las características del hecho de cultivar
la libertad es asumir la responsabilidad de pagar su costo. Como
ciudadano estoy dispuesto a hacer sacrificios si entiendo las razones
por las cuales debo hacerlo, mas comprendo que si no se nos da una
explicacioón razonable, una justificación sincera o o por lo menos una
franca disculpa, inevitablmente entramos en conflicto con una
dirigencia que siembra pesares y no resuelve conflictos.
La
casta de líderes que ha tratado de señalar cuáles son los caminos que
debemos transitar ha sido tan infinitamente irresponsable en la toma de
decisiones que solo podemos pensar que no tienen un mínimo de sentido
común; maliciosamente llegar a la presunción de que el caos los
beneficia o ambas posibilidades. Este desastroso malestar cultural tiene
su máxima expresión simbólica en el uso de las palabras más elementales
con las cuales se crea entendimiento en cualquier sociedad. Hablar en
Venezuela de diálogo, negociación, concesión, elecciones o
entendimiento, ha dejado de tener el sentido que cada uno de estos
vocablos posee para terminar convirtiéndose en una suerte de "malas
palabras" con las cuales debemos lidiar.
El
espíritu sano de una nación se basa en su capacidad para establecer un
acuerdo entre partes que jamás debe ser de carácter irresoluble. Negarle
espacios de participación a quien piense diferente o cometer el suicida
acto de no reconocer su existencia es fuente de terribles estados de
desasosiego que deriva en crisis que son muy difíciles de resolver. Si
nos empeñamos en hacer a un lado el más mínimo sentido común, estamos
condenados a extraviarnos
irremediablemente. Si un chispazo asombroso hiciese su aparición y
recuperásemos la cordura, entenderíamos la gravedad del mal que
padecemos y sería difícil llegar a perdonarnos. Así estamos.
Twitter: @perezlopresti
Ilustración: @odumontdibujos
Enlace:
http://www.eluniversal.com/ noticias/opinion/ irresponsabilidad-como-estilo_ 680685
Twitter: @perezlopresti
Ilustración: @odumontdibujos
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 12 de diciembre de 2017
http://www.eluniversal.com/
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