El
término “oráculo” indica tanto la sentencia como el edificio y la forma en que,
en la Grecia antigua, se practicaba la adivinación (el arte de predecir el
futuro), siendo el oráculo más famoso, verdadero centro del primer helenismo y
del mito, el de Delfos.
Conocemos
las cuestiones que los griegos planteaban al oráculo de Delfos, pues los
postulantes las escribían en tablillas de plomo que los sacerdotes conservaban
con sumo cuidado en los archivos del templo. Es impresionante el carácter
humilde y ordinario de las preguntas, como por ejemplo el siguiente: “Lisiano
quisiera saber de Zeus si el hijo que la mujer Anulla está esperando es suyo o
no”. Incluso los habitantes de una pequeña ciudad enviaron una delegación para
saber si el préstamo pedido por una conciudadana sería una buena inversión.
La
pitia (una médium), desde las profundidades de una caverna, respondía a las
preguntas de los peregrinos observando el movimiento del agua en un recipiente
y hablando en estado de trance. Cabe destacar el hecho de que no siempre se
tenía en cuenta la sugerencia que daba la pitia; antes de la invasión persa, se
preguntó al oráculo de Delfos, en nombre de todo el pueblo griego, qué se debía
hacer. El oráculo les aconsejó que no se defendieran; sin embargo, a pesar de
la turbación, los griegos lucharon, vencieron y olvidaron la sentencia sin, por
otra parte, perder la confianza en el oráculo. De esta forma se impuso la
racionalidad y el sentido común sobre las fuerzas sobrenaturales.
La
explicación de este comportamiento se encuentra en la ambigüedad típica del
lenguaje del oráculo: El dios que habla mediante la pitia nunca se equivoca; no
obstante, puesto que su voz llega a través de un ser humano, no se excluye la
posibilidad de errores. Magnífico ejemplo de pragmatismo propio de un pueblo
sabio. Además, el dios habla siempre recurriendo al enigma. Dice la verdad,
pero usa un lenguaje abierto, susceptible de una multiplicidad de
interpretaciones.
Con
la animosidad propia de quien desea que se materialicen sus deseos, vemos cómo
el lenguaje del venezolano se ha llenado de elementos que van desde el
triunfalismo exaltado hasta la desesperanza más profunda. Lo religioso ha
tenido un protagonismo de carácter tangible con las posturas de la Conferencia
Episcopal Venezolana y la exhortación a elecciones por parte de los asesores
del Vaticano.
Sin
embargo, ante lo que pasa cada día, pareciera que el clima de incertidumbre es
el que se encuentra difuminado en la atmósfera de cualquier persona
medianamente sensata. Solo en los fanáticos hallamos las respuestas directas
ante las vicisitudes que enfrentamos. Aun así, sigue existiendo un par de
elementos de carácter sólido que no debemos perder de vista.
Durante
casi veinte años se nos ha repetido hasta el cansancio que tenemos la mejor
Constitución del mundo. La Constitución de la República Bolivariana de
Venezuela, la cual, su mentor en lenguaje coloquial llamaba “la bicha”, es y
sigue siendo un elemento que cohesiona a quienes forman y a quienes adversan el
actual sistema de gobierno. De ahí que atentar contra el texto constitucional y
promover un cambio del mismo significa la ruptura de una manera de conducirse
que unificaba y sigue unificando los sectores no fanatizados de la sociedad venezolana.
“Dentro de la constitución todo… fuera de la constitución nada” es el lema que
una y otra vez hemos escuchado, internalizado y repetido de manera recurrente,
casi como un reflejo. La defensa del texto constitucional, legado del
presidente anterior es un punto de encuentro y unión de quienes aspiramos una
sociedad más armónica. Hacer cumplir el texto constitucional es, de hecho, un
deber ciudadano.
El
otro elemento que nos unifica es el talante democrático de la sociedad en que
vivimos y el respeto por el voto, las elecciones y los resultados de las
mismas. Es la herencia de cuatro décadas de lo que llaman bipartidismo y casi
una veintena de elecciones durante el actual gobierno. Votar ha sido una máxima
en la vida colectiva y atentar contra ese aspecto de carácter unificador es un saboteo
a cualquier sistema que pretenda conducir al país por el camino del bienestar y
la civilidad.
La
carta magna es implacable en lo que respecta a las normas que han permitido la
convivencia nacional. La defensa de la Constitución y la realización de todas y
cada una de las elecciones contempladas en la misma es apuntar por la
unificación del país y conducir la nave a puerto seguro. Es ser consecuente con
las reglas propias del juego democrático. Sería muy atolondrado salirse del
cauce que marca las pautas del desenvolvimiento como nación. Es apuntar a la
incertidumbre como norma y a lo inestable como manera de vivir.
Sensatos
son los pueblos que aun sabiendo que sus guías les señalan caminos inciertos,
apuestan por lo que el sentido común y la racionalidad determinan. Es otra gran
lección de los griegos para la cultura universal.
Twitter: @perezlopresti
Ilustración: @odumontdibujos
No hay comentarios:
Publicar un comentario