Si algo reforzamos como aprendizaje de vida en estos tres lustros es lo
importante que es la política y los alcances que tiene la misma en la vida de
cada ciudadano. Desde esta instancia se condiciona desde hábitos personales
hasta la economía de una nación.
Con frecuencia se intenta asomar la inopinada idea de que la dinámica económica determina el comportamiento político. Como aseveración de carácter categórico de tipo aforístico no deja de ser una verdad relativa. La política condiciona la economía, porque desde la perspectiva ideológica se trazan planes de carácter económico que son la ruta por la que transitan los pueblos. El término correcto sería hablar de “política económica”, ya que desde el aparato de poder se perfilan estrategias afines a ciertos idearios. Basado en las ideas preconizadas, lo político condiciona la dinámica económica.
Si se asume la utopía marxista, la dinámica económica será de este corte y las costumbres sociales se regirán por la sobre posición de la idea de igualdad por encima de la de libertad. Si se cultivan perfiles idearios cimentados por una economía liberal, ocurrirá lo contrario y se intentará sobreponer la libertad por encima de la igualdad. Dos ejemplos de cómo lo político condiciona lo económico.
El problema surge cuando se intenta materializar un concepto. La concreción de la idea dista de acercarse a cualquiera de estos dos polos. Al revisar cuáles son los países más exitosos en materia de calidad de vida y desarrollo sustentable, son los que se alejan de los modelos de carácter polar y apuestan por el establecimiento de formas de conducirse de tipo mixto en donde se aúpa la inversión de la empresa privada y se protege a los más débiles a través de imprescindibles programas sociales en donde la promoción del trabajo productivo es el eje del convivir viable.
No puede trascender un sistema que promociona la dádiva por encima del trabajo, así como no se puede basar una economía en la mono producción que en nuestro caso está representada por la dependencia al petróleo. Cualquier sociedad que aspire a ser exitosa debe consolidarse a través de la elaboración de los más diversos bienes de consumo y no apostar por una actitud suicida que es la sumisión a un solo elemento.
Estas palabras tienen que ver con dos asuntos que han revivido en nuestra dinámica social. Uno es la manera como se asume ligeramente la nomenclatura política. Si bien pudiese tener un carácter técnico hablar de derecha y de izquierda en sentido de hacerse entender, ambas formas de delimitar lo político son reflejo de un atavismo indeseable que aún campea en el siglo XXI. El mundo no es dicotómico sino infinitamente plural.
El otro asunto que me interesa enfatizar es el rol del actor político como educador. Una persona puede escribir muchos artículos o decenas de libros, pero nada se compara con la enorme capacidad persuasiva frente al lente de la cámara. Cuando un líder se presenta ante un medio de comunicación, particularmente frente a un medio audiovisual, materializado por la imagen televisiva, está usando la herramienta más poderosa que se ha creado para transmitir la palabra. Por eso, todo líder es mediático porque el liderazgo y el uso de los medios de comunicación van de a mano.
Desde la manera de vestirse hasta lo convencido que se encuentre en manifestar las ideas harán mella y marcarán el tipo de liderazgo que ejerza. El líder ha de manejar el arte de la retórica y la elocuencia a su antojo, frente al desafío que representa la trascendencia de la imagen. El insulto, el lenguaje soez y la descalificación basada en irrespetar al ser humano no pueden estar presentes en la dinámica social de una nación que aspire a desenvolverse como un medio sano para la vida. Ningún líder social y mucho menos un político pueden hacer uso de los medios de comunicación a los cuales tienen acceso las mayorías, si no es para garantizar un futuro mejor en donde todos tenemos cabida.
El discurso que promociona la violencia e incentiva el odio entre conciudadanos tiene dos características que lo hacen proclive a lo delictual. La primera es que marca la pauta en lo que se refiere a maneras de comportarse en aquellos que se sientan identificados con las palabras expresadas; por lo tanto el discurso beligerante es un caldo de cultivo para las conductas sociales violentas. Lo segundo es que si algo enseña la historia es que la promoción de lo agresivo tarde o temprano se revierte en contra de quien de manera pendenciera se conduce. Grandes tragedias humanas se acompañan de la exaltación a la confrontación, padeciéndolo en carne propia quienes se han encargado de tratar de encender las pasiones más indeseables.
Que sea el valor pedagógico de las palabras el que se anide en nuestra sociedad en este nuevo año. La brújula que indique a quienes cumplen roles de líderes que por encima de cualquier función, la exclusión de la violencia debe ser la prioridad.
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Publicado
en el diario El Universal de Venezuela el 28 de diciembre de 2015