martes, 20 de octubre de 2015

FERNANDO MIRES – Acerca del uso correcto de las palabras en la política



Las palabras son las armas de la política. Cuatro ejemplos: Alemania, Cataluña, la Cuba de los Castro y la Venezuela de Maduro

Mucho se ha insistido acerca de la relación entre política y guerra. No faltan motivos: la política como la guerra requiere del enfrentamiento entre adversarios y por lo mismo de armas. Pero las armas de la política son las palabras. Cuando la política agota las palabras, estamos cerca de la guerra.
Si las palabras son las armas de la política, tenemos que escoger las armas para enfrentar al adversario. En cierto sentido el adversario determina el tipo de armas a usar. Así como en la guerra no podemos enfrentar a un tanque con una bayoneta, en la política no podemos enfrentar a un dictador con un lenguaje sublime.
En política la hegemonía solo puede ser lograda mediante el acertado uso de las palabras. Derrotar al adversario es lograr que nuestras palabras y no las del adversario sean las que dominen en el espacio ciudadano. Al llegar a ese punto no debemos olvidar la primera regla de la semiótica. Dice así: la realidad es una construcción gramatical.
De lo que se trata en política es de derrotar al adversario imponiendo la hegemonía de un discurso gramatizado en cadenas de significantes. Por cierto, ningún significante da cuenta total del significado que pretendemos revelar. Hay que usar por consiguiente los significantes más adecuados. Tal vez deba explicar este punto con ejemplos.
Siguiendo las discusiones en la lucha electoral que tuvo lugar en Cataluña me fue posible observar como diversos grupos políticos se referían al nacionalismo catalán empleando diversos significantes. Los partidos catalanistas se autodenominaban “independentistas”. Sus adversarios en cambio los llamaban “separatistas” e incluso “escisionistas”. Y bien, si las diferencias semánticas entre esos tres significantes no parecen ser muy grandes, en el marco de la discusión política sí son gravitantes.
Independencia significa liberarse de un Estado opresor. Separatismo significa restar una parte de la nación a otra nación. Escisionismo alude a una ruptura sin reconciliación. ¿Cuál de estos términos impondrá su hegemonía? Gran incógnita. Lo único que sabemos es que de esa hegemonía depende el destino de la nación española.
Hay en Europa otro país en donde la lucha política se ha transformado en una discusión (aparentemente) nominalista. Me refiero a Alemania. Pero a diferencia de España, el objetivo allí es imponer un significante sobre un fenómeno que irrumpe desde fuera del espacio político común, a saber, los enormes contingentes de árabes, predominantemente sirios, que entran al país. Sin embargo, al igual que en España, la denominación hegemónica del fenómeno tendrá gran importancia para el curso de la política en los próximos años.
Según sectores conservadores los recién llegados son simplemente “emigrantes”. Para los grupos de la ultra derecha en cambio, se trata de una “invasión”. Los socialdemócratas se debaten entre la terminología conservadora y el uso de términos neutros, como “asilados”. Para  Angela Merkel y quienes apoyan su política de puertas abiertas, los recién llegados son lo que son: “refugiados de guerra”.
Las intenciones que subyacen en cada término son evidentes. Si hablamos de emigrantes nos encontramos frente a un problema que no es político sino demográfico. Si hablamos de invasiones, hay que pensar en bárbaros que vienen a imponer sus costumbres y religiones. Si hablamos de asilados, la tarea es hacer un corte discriminatorio entre los que vienen por razones políticas y los que huyen de bombardeos. Si hablamos de refugiados de guerra, hay que recibirlos a todos.
Todo esa variedad semántica nos demuestra como la significación de un hecho condiciona a la política que hay que asumir frente a ese hecho. Así se prueba una vez más que las palabras que usamos (no sólo en política) a la vez que emergen de una realidad son portadoras (y constructoras) de realidad.
Sin embargo, que la denominación de Angela Merkel: “refugiados de guerra” sea la más exacta, no garantiza de por sí su hegemonía. Términos como invasiones (incluso inundaciones) apuntan a remover miedos ocultos. De la misma manera, términos como emigrantes o asilados son usados para desviar la atención con respecto a la palabra “guerra”, la menos popular en Alemania. En política, ya deberíamos saberlo, no siempre se impone la verdad.
Para que el discurso más verdadero logre su hegemonía se requiere no solo de su verosimilitud sino del más intenso debate público. La terminología que al final se impondrá nos dirá de modo preciso cuales son los sectores o grupos políticos que ejercen hegemonía en la política de un determinado país.
En España y en Alemania el debate público está garantizado al menos por instituciones democráticas, por una prensa libre y por la pluralidad política. Pero ¿qué ocurre cuando la competitividad entre los significantes se encuentra bloqueada o entorpecida desde el poder como suele suceder en regímenes no democráticos?
En América Latina tenemos dos casos extremos. Me refiero a Cuba y a Venezuela.
En esos dos países cuyos gobiernos son controlados por partidos-estados, los detentores del poder han logrado imponer durante mucho tiempo un discurso oficial. Pero también, en los dos casos, dicho discurso ha terminado por perder credibilidad (hegemonía), aún entre sus propios divulgadores. Esa ausencia de credibilidad origina a su vez el desarrollo de contra-discursos los que si bien no llegan a hacerse públicos en los medios de difusión, no por eso dejan de existir.
Fidel Castro y Hugo Chávez lograron -y quizás hay que remarcar: no solo por la fuerza- imponer la creencia de que ellos eran portadores de una revolución. Hoy día, sin embargo, son muy pocos los que creen que Raúl Castro o Nicolás Maduro sean representantes de alguna revolución. ¿Qué nos dice este síntoma? Algo muy sencillo: Si el discurso de regímenes no democráticos pierde su credibilidad (hegemonía) nos encontramos frente a una profunda crisis de legitimidad de esos regímenes.
El caso de Raúl Castro es patético. Cuando pronuncia la palabra revolución todo el mundo se pregunta: ¿Puede hablarse en tiempo presente de una revolución después de más de medio siglo de haber sido iniciada? Y si de todas maneras eso fuera posible: ¿Contra quienes la están haciendo? ¿Contra el capitalismo, precisamente en el país que ha sido convertido en el paraíso de los turistas? ¿el que más ha abierto las puertas al capital extranjero en toda América Latina? Raúl Castro no puede ni siquiera engañarse a sí mismo. La palabra revolución solo tiene sentido para designar a la oposición como contrarevolución y así continuar manteniéndose en el poder con la fuerza de las armas y no con las de la política. Dicho lo mismo en términos casi gramscianos: el castrismo es todavía una fuerza instrumental dominante pero ya ha dejado de ser una fuerza política hegemónica.
Frente a esa realidad la oposición cubana tiene dos opciones que no se contradicen entre sí: designar al régimen de Castro como lo que es, una dictadura militar y designarse a sí misma como “democrática”. Ese segundo camino ofrece la ventaja de que, sin ser nombrado, el régimen es entendido como una dictadura y a la vez la oposición conforma su propia identidad política ante sí y frente al enemigo.
Para Maduro a su vez, toda la oposición está formada por la “derecha fascista”, absurdo significante dedicado a designar a un conjunto político pluralista en el cual los partidos social-democráticos tienen preeminencia. No obstante, a diferencias de Castro, Maduro debe contar con la existencia de contra-discursos muy consolidados en la arena política.
Por un lado, para sectores de la oposición el gobierno de Maduro es fascista, para otros, comunista, e incluso para algunos, las dos cosas a la vez. Pero por otro lado ha aparecido un contra-discurso popular cuyos significantes tienen que ver muy poco con las terminologías en rigor. Lo vamos a decir del modo más sencillo:
A la señora que hace colas para conseguir alimentos, al marido cuyo sueldo ha sido devorado por la inflación, en fin, a la gran mayoría, les importa muy poco si el gobierno es autoritario, fascista, estalinista, bonapartista o cesarista. Para ellos ese gobierno es antes que nada “un gobierno incapaz” (otros dicen “gobierno de mierda”: pero es lo mismo).
“Gobierno incapaz” es un significante surgido de la experiencia cotidiana. Por lo mismo debe ser entendido en su connotación política. Ese significante nos dice que la mayoría de los ciudadanos votará el 6-D en contra de los oficialistas no porque de pronto haya descubierto que representan a una dictadura. Lo va a hacer por la sencilla razón de que la experiencia ha mostrado que ese gobierno ha provocado una feroz crisis económica, política y moral, crisis frente a la cual no es capaz de ofrecer ninguna alternativa. Eso quiere decir que el principal enemigo de ese régimen ha sido su propia incapacidad. Publicitar y politizar esa incapacidad ha sido, a su vez, un mérito de los partidos políticos organizados en la MUD.
Por cierto, “gobierno incapaz” no es una categoría sociológica ni politológica. No obstante, según las informaciones de que dispongo, ese significante ya ha establecido su hegemonía gramatical en el discurso político popular. Harían bien los candidatos si atendieran a ese detalle.
Denunciar al régimen como a una dictadura en el marco de una lucha electoral, más allá de que efectivamente lo sea, solo interpela a los sectores más politizados del país: a los que sufren directamente las arremetidas dictatoriales. En cambio, denunciarlo como “gobierno incapaz” interpela y moviliza a la mayoría, incluyendo a muchos que en el pasado votaron por el chavismo. Y sin mayoría –es bueno recordarlo- no puede haber hegemonía.
La exactitud semántica y la exactitud política de una palabra no siempre coinciden entre sí. La política en tiempos electorales no se rige por normas académicas.



Texto publicado por FERNANDO MIRES en:






lunes, 19 de octubre de 2015

Violencia natural



Respeto y admiro a quienes realizan esfuerzos por crear una cultura de paz que erradique la violencia de nuestras sociedades. Creo que pocas causas pueden ser tan loables como esa y al mismo tiempo tan difíciles de concretar. Nuestro terreno venezolano es un ejemplo de cómo la violencia de cada día vulnera la existencia de un conglomerado en todos sus ámbitos.

En primer lugar es necesario enfatizar que en nuestro medio, y desde la instancia atinente al aparato de poder, llevamos casi dos décadas cultivando sistemáticamente un discurso de exaltación a la intimidación y al fanatismo. En definitiva, cosechamos lo que vamos sembrando y habría que comenzar por hacer un cambio del discurso con el cual intentamos expresar las ideas. Por otra parte, una arenga “introyectada” por un conglomerado, cambia el espíritu del mismo y como consecuencia su comportamiento, incluso sus hábitos más elementales. El desarrollo del culto a la violencia induce una perversa dinámica circular que conlleva a mayores y variadas formas de transgresión que conducen a la autoagresión social.

Desde una visión más amplia, que abarcaría desde lo histórico hasta lo antropológico, debemos entender que esa violencia se encuentra arraigada en nuestra naturaleza, ya sea porque es imprescindible para la supervivencia de la especie y lo aprendemos como tal, o porque forma parte de nuestra estructura genética básica que nos salvaguarda. De ahí que la temeraria exaltación a la misma es una posición que denota irresponsabilidad y crueldad.

Sostengo que: Todo elemento asumido como cultural posee un trasfondo, de carácter biológico, que induce su perpetuación si es necesario o considerado beneficioso para la preservación de la especie. Por eso la violencia nos seguirá acompañando, al menos mientras conservemos nuestro código genético.

Cuando se intenta controlar una determinada tendencia, como sería en este caso la pulsión tanática”, se realiza un gran esfuerzo desde la culturización por dominar nuestra esencia animal. Bajo este precepto, lo social muchas veces es el instrumento de control para frenar nuestros deseos, pero en muchos casos, lo social también es usado como instrumento para preservar lo más básico de nuestra condición humana. En este sentido, la socialización actúa tanto para revelarse contra nuestra parte animal como para amparar la misma.

Por una parte fomentamos la agresividad al sembrar en los niños el culto por los juguetes combativos, pero por otro lado, convertimos lo violento en norma y le rendimos culto desde lo social. La criminalidad, por ejemplo, es rechazada en muchos ámbitos, pero como lo humano está unido a la dinámica criminal, las sociedades la regulamos a través de instrumentos que intentan que se siga ejecutando la misma conducta pero sometida a ciertos parámetros. No se puede matar por venganza, pero la pena de muerte está contemplada en muchas sociedades desde lo legislativo.

El crimen es deplorable, mas si se hace en función de resguardar a los indefensos, “el criminal” que ejecuta el acto con este propósito es enaltecido. Lo vemos cuando se rinde honor a un miembro de un cuerpo de seguridad de cualquier nación al enfrentase y aniquilar a quienes desean hacerle daño a los demás. Un caso emblemático de cómo desde la norma preservamos el crimen es el contorno bélico. Pocas personas pueden recibir tantos reconocimientos como el soldado que en combate logra liquidar al mayor número de enemigos. El héroe de guerra es la máxima expresión del culto a lo violento desde la dimensión normativa que conforma el estamento legal. Tanto los textos bíblicos como el papel moneda rinden culto “al criminal de guerra”. Al que aniquila “en nombre del bien”, basado en la idea de justicia, sea terrenal o divina.

La industria publicitaria invierte sumas extraordinarias en apoderarse de nuestra tendencia agresiva y desarrolla enormes inversiones que contemplan tanto los juguetes más rupestres como los violentísimos juegos de video. En realidad no hace nada diferente que usar nuestra naturaleza violenta como medio de cultivo para sus inversiones. Paradójicamente, muchos notables descubrimientos científicos se deben precisamente a la vinculación de lo humano con lo guerrerista. El revelamiento y proliferación del uso de los antibióticos para salvar a los soldados y civiles de las heridas de guerra, así como los teléfonos celulares que han cambiado la manera de comunicarnos, son consecuencia de la ciencia y la tecnología que se desarrolla en torno a lo belicista.

Como si no fuese suficiente lo anteriormente señalado, si en un futuro no tan remoto desapareciera la carrera armamentista, ocurriría una debacle económica, porque la economía del planeta gira en torno a lo bélico, a lo potencialmente generador de muerte y sufrimiento.

La tiene difícil quien apuesta por la paz. Sería un gran comienzo comenzar por cambiar nuestra propia manera de conducirnos, mientras esperamos que el mundo cambie. 





Publicado en el diario El Universal de Venezuela el lunes 12 de octubre de 2015.

domingo, 11 de octubre de 2015

CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ: 12 de octubre… ¿día de la resistencia indígena?


Renegar de la herencia hispánica y de un componente esencial de nuestra sangre, el europeo, es línea del populismo revolucionario, el poscomunismo. El culto a un falso pasado para negar el presente explica la manía cambiar el nombre al Ávila por Warairarepano, por ejemplo. Esa monserga de la resistencia indígena como ideología se origina en falsificaciones de hace unos lustros. Según ellas “no hubo descubrimiento de América”, sino “un encuentro”, como si en medio del Atlántico se toparan las carabelas de Cristóbal Colón con unos yates capitaneados por Huayna Cápac rumbo al Puerto de Palos. Los indígenas, según la mentira, vivían en un Edén comunista de high culture del que los arranca la invasión colonial. Lo grave es que ahora no lo afirman unos intelectuales alumbrados, sino mandatarios que llevan sus países por la senda de los estados forajidos.

Lejos de tales maravillas, las comunidades precolombinas eran lo que Marx denominaba “despotismo asiático”, abominables tiranías burocráticas. La estatua de Colón en el paseo caraqueño que lleva su nombre desapareció, igual que la del parque El Calvario y el “Colón en Golfo Triste” de De La Cova, ejecutadas por la barbarie. La peligrosa jerga oficial rompe records de racismo e ignorancia. Reniega de la substancia latinoamericana, para José Vasconcelos “cósmica” por integrar europeos, indígenas y negros. Utiliza una historia mítica de las depredaciones coloniales e imperiales y una epistemología del rencor: el “eurocentrismo”. Cierto que los europeos cometieron terribles crueldades en América, aunque jamás peores que las que los indígenas se hacían entre sí. Pero el balance de la conquista arroja que con Iberoamérica surge una nueva y poderosa rama de la civilización. Nuestro verdadero papel en el planeta.

LOS HUMANOS SON CRUELES

Envenenar el pasado es cosa de esa seudoizquierda descolgada del tiempo. No existe una hectárea de territorio en el mundo que no fuera una vez o varias colonizada y una o varias colonizadora. Las relaciones tribales eran y son de servidumbre. La civilización democrática sabe y debe olvidar, mirar hacia delante -a veces se le pasa el ojo-, precisamente para desentenderse de las serpientes de la inquina histórica. Franceses, españoles, alemanes, británicos y belgas no están en guerra con Italia por las tropelías del Imperio Romano, ni los ingleses viven indignados por la violación de aquella reina celta y sus hijas. No se cobran las facturas de la Primera ni de la Segunda Guerra. Su costo ya fue demasiado alto. Hernán Cortés tomó Tenochtitlán, una ciudad de 250.000 almas y acabó con el imperio con sólo seiscientos soldados, porque dirigió la primera guerra de liberación nacional de América.

Fue el levantamiento de decenas de tribus oprimidas contra el colonialismo de los Aztecas. Enterado de que éstos sacrificaban periódicamente miles de indígenas vecinos, preguntó a Moctezuma por qué derramaban tanta sangre. Según Anatole France, el infeliz respondió: “los dioses tienen sed”. En su clímax con Huayna Cápac, el Tahuantinsuyo tuvo un millón de kilómetros cuadrados y doce millones de habitantes. Los incas sometieron a sangre y fuego las poblaciones desde Quito hasta cerca de Antofagasta en Chile y el norte de Argentina. Los “hijos del sol” aplastaron con mano de hierro la cadena de levantamientos de pueblos oprimidos y aplastaron chibchas, aymarás, cara, pasto, panzaleo, cañarí, puruchas, chavín y muchos más.

INDÍGENAS ASESINABAN INDÍGENAS

Si Europa tuvo la Inquisición, los Incas no se quedaron atrás. Con la mitimasecuestraban todos los varones de los pueblos ocupados, desde niños hasta ancianos, y los llevaban a trabajos forzados a miles que kilómetros de sus hogares, donde no podían comunicarse. Nunca volverían a ver sus familias. Nada más cruel que el tratamiento que dio Atahualpa a su propio hermano Huáscar. Luego de derrotarlo, hizo eviscerar ante el prisionero uno por uno sus hijos, mujeres, cuñadas, amigos, para que sufriera al presenciar el tormento  de sus seres queridos.

Luego lo degollaron. Es probable que cualquier persona civilizada desestime necedades como lo de la “resistencia indígena” y los “quinientos años de ignominia” por extravagantes, pero el asunto es mucho más grave: ha sido una incitación en tiempo real para que una parte de la ciudadanía se considere hostil y actúe contra otra de piel más clara, lo que tal vez ayudaría a comprender el incremento de la criminalidad y los casos “atroces” en Venezuela. Es la vieja estrategia totalitaria de quebrar la sociedad en grupos enemigos, héroes y villanos, ricos y pobres, destinados a enfrentarse. Un sicópata muy peligroso, Frantz Fanon -entre él y el Che está el título de primer teórico latinoamericano del terrorismo-, prologado por otro psicópata, Sartre, escribe que “el oprimido” se “humaniza” cuando “asesina un opresor”.

Texto publicado  por CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ
 @CarlosRaulHer  en @Dossier33 el 07 de octubre de 2015.

viernes, 9 de octubre de 2015

ROGER VILAIN: Día de la Raza, o como se llame




Junto a mi mesa conversan dos tipos mayores. Alzan la voz, gesticulan, piden más café, y por mucho que me esudo intentando escapar de esas diatribas con "No digas noche", de amos de Oz, un comentario hace saltar mi taza, los libros, el cenicero y la botella de agua mineral.

Tengo la costumbre de vivir y dejar vivir. Tamaña máxima la aprendí de mi padre hace una punta de años, de modo que entre ceja y ceja llevo la convicción de que cada quien con su cada cual, cada oveja con su pareja, cada loco con su tema o cada luna con su medianoche. Lo contrario es cercenar la más íntima de las necesidades, que es la de privacidad, y es darle un hachazo a la libertad en el mero centro del occipital. Conmigo no cuenten para eso.

Pero a veces se entremezcla la gimnasia con la magnesia y qué va, el cóctel resulta intragable a cualquier hora, lo que me hace fruncir el ceño, levantar como zorro las orejas,  detenerme a propósito del bodrio que mis vecinos tejen a quemarropa. Entonces ya ven, este viernes comento en voz alta para ustedes. Y es que el mundo chorrea belleza, enigmas que bien valen el recogimiento y la contemplación, pero también miserias, escupitajos cargados de prejuicios y resentimientos que, como está el patio, hay que despacharlos rápido sin darles tregua ni respiro.

No sé de qué iba la charla en su contexto general y me interesaba un pepino, pero alguien habló de Venezuela, y luego de América, y de España, y de ahí surgió la acusación, la palabra genocidio -que por supuesto no ha sido lavado todavía, decían-; entonces se materializó el prejuicio, cobró vida el dedo acusador, irrumpió ante mis narices la imbécil creencia de que todo el mal que nos agobia hoy tiene certificado de nacimiento en la Conquista y comienza en aquellos días llenos de espadas, de sotanas y de cruces.

No conozco un sólo país ajeno a la pólvora o al cuchillo, a la violencia demencial en cualquiera de sus manifestaciones. No existe sociedad humana virgen, de espaldas a mil avatares en que las injusticias no se abracen con la sangre, con la explotación o la traición, con las más bajas pasiones a la hora de anexarse territorios, defender dioses, imponer cosmovisiones y enarbolar mejores formas de matar o pisotear. Así que no me vengan con cuentos: dos buenos señores dándole a la lengua, consumiendo café plus con cremita de cereza y chocolate derretido encima y que, pobrecitos, lancen como si nada cuatro chasquidos inocuos producto de conversación ociosa en cafetín de pueblo; vamos, no debería ser para tanto. Pero lo es. De percepciones así, de sentirnos dueños del circo y sus alrededores, de tanto suponer que Cristo ha bajado, que lo tenemos agarrado por las barbas, que nos convida a una cervecita fría mientras asiente dándonos palmadas en el hombro, nace la creencia de que somos superiores, de que nos ultrajaron y hay que cobrar venganza antes o después, pero cobrarla.  A partir de disparates como ése nacen las más alocadas supercherías  sobre nosotros y sobre el lugar que ocupamos en la trama dura y caníbal de este mundo, que ya sabemos no es ningún lecho de rosas.

Nacionalismos de todos los pelajes, complejos de superioridad o de inferioridad letales, ideas de pureza racial o cultural y otros delirios por el estilo, o Nerón, Hitler, Stalin, Milosevic, Pinochet, Castro, Pol Pot; detente un segundo, míralo con calma y dime si no hay que educar en serio para poner de patitas en la calle a cuanto huela a suposiciones parecidas, a "asépticos" diálogos como éste, a tanto tirio y troyano incapaz de meterse en la historia sin gríngolas ideológicas, sin demagogia chauvinista a la hora echarle una ojeada al pasado y al presente.

Por supuesto que  España conquistó, y lo hizo a la fuerza y a la bruta, con saña y crímenes de por medio. Negarlo es una absoluta necedad pero lo otro, alimentar odios, resucitar rencores, culpabilizar y no olvidar, hoy por hoy, es una imbecilidad tallada a fuego lento. A las alturas del año que vivimos la España de la Conquista forma parte de nuestra historia, y nosotros de la de ella, la historia con mayúsculas, y quien pretenda ahora  hacer lodos con aquellos polvos es un tarado que únicamente se cura con lecturas, con buenos libros, con eso que dieron en llamar cultura. Lo otro es bolsería y bajeza humana, buenas para escupir sandeces y peligrosísimas si hallan tierra fértil en la que materializarse. Al diablo con todas ellas, Siempre.



Texto de ROGER VILAIN publicado en el diario El Universal de Venezuela el 09 de octubre de 2015





jueves, 1 de octubre de 2015

Lo indomable y el diablo


¿Por qué el diablo quiere el alma de Florentino?  Durante años, “por razones de trabajo”, estuve residenciado en algunos pueblos del llano venezolano, desde Abejales y El Cantón hasta San Fernando de Apure. Eso me permitió conocer una región, donde la apasionante dupla hombre-tierra crea una cosmovisión que determina una manera singular de conducirse. Fueron muchas las vivencias, como andar pescando en ríos de la zona durante días o haber trabajado con comunidades indígenas del Bajo Apure, cuyos niveles de pobreza eran aterradores.

Sin embargo, el tiempo que viví en San Fernando me permitió deleitarme con expresiones populares, como el habla de los habitantes, la gastronomía de la zona, la música, los “parrandos” y el baile con las hermosas llaneras. Hasta el amanecer presencié los más agudos y creativos duelos de contrapunteo que hacía que la noche vibrara a la luz de las estrellas.

Era frecuente escuchar grupos musicales que representaban la obra Florentino y el diablo, recordando siempre que los legendarios José Romero Bello y El Carrao de Palmarito eran sus máximos intérpretes. Para ese tiempo ya había leído el poema de Arvelo, pero una cosa es familiarizarse con el mismo en las montañas merideñas donde uno habita y otra distinta vivir la extraordinaria experiencia de leer y escuchar las letras de estos versos en el corazón de los llanos.

Florentino y el diablo es el proverbial poema del escritor y político venezolano Alberto Arvelo Torrealba, cuya primera versión es de 1940 y fue ampliada y modificada por el mismo autor. La obra se ha representado en forma de pieza musical, habiendo sido adaptada al cine, teatro y televisión. Es uno de esos textos icónicos que está destinado a la inmortalidad.

Florentino es retado por Satanás a un duelo de versos y logra triunfar. La trama mantiene la estructura tradicional, en la cual, a través de la historia de la civilización se plantea que el alma de un hombre con virtudes excepcionales es deseada por el demonio.

Las interpretaciones y los aportes culturales del poema son innumerables. Desde el comienzo de la obra los dos personajes están claramente marcados por su carácter “distinto”. Sin embargo, al contrario de otras manifestaciones civilizatorias, no se trata de una confrontación entre el bien y el mal. Se trata de un duelo entre la maldad y la excelsitud. Particularmente de cierta forma de excelencia propia de la condición de ser venezolano.

Bajo un manto tenebroso el diablo se muestra en su forma más clásica: “Negra se le ve la manta, negro el caballo también; bajo el negro pelo'e guama la cara no se le ve". Su presencia es atemorizante. "Un golpe de viento guapo le pone a volar la blusa, y se le ve jeme y medio de puñal en la cintura". El reto es directo, y las preguntas las hace de manera contundente, sin ambages. Conoce a Florentino y desea su alma. No se permite ni un ápice de humor y expresa cada verso con agudeza, profundidad y dureza. Lo argumentativo está hiperelaborado, lo que le da más fuerza al texto. Incluso le reprocha a Florentino lo que él considera "flojo" en alguna de sus respuestas: "Así cualquiera responde barajando la pregunta. Si sabe, dé su razón y si no, no dé ninguna"

Por encima de todo, el diablo siente respeto por Florentino, de lo contrario no querría su alma. El contrapunteo comienza de la siguiente forma: "Catire quita pesares contésteme esta pregunta -"¿Cuál es el gallo que siempre lleva ventaja en la lucha y aunque le den en el pico tiene picada segura?" El solo hecho de llamarlo "catire" (venezolanismo) denota seriedad y admiración. 

Por otra parte Florentino es alegre y festivo, al comienzo "está silvando sones de añeja bravura". Su temperamento es lúdico y existe humor en sus versos, incluso cuando sabe que su alma está en vilo. Improvisa de manera divertida y el diablo le recrimina que a veces se le va la idea. Para el llanero, la vida es práctica, pudiéndose resumir en una estrofa su relación con los demás: "Entre cantadores canto, entre machos me rebelo, entre mujeres me sobra muselina y terciopelo, cuando una me dice adiós a otra le pido consuelo". No hay pesar que valga un despecho para Florentino. 

Entonces ¿Por qué el diablo quiere el alma de Florentino? Ese es el punto y el maléfico lo dice claro: "...lo que se perdió no importa si está de pies el vencío. Porque el orgullo indomable vale más que el bien perdío".  Florentino representa al héroe venezolano por antonomasia. El que es capaz de vencer al rey de los infiernos y "reírse de la gracia". Para el diablo, su alma está por encima de cualquier otra porque no hay forma de doblegarlo. No puede convenir con él porque es la representación inusual y extraordinaria de un ser que se destaca de los demás por permanecer incólume aunque luzca derrotado. Es la gran figura criolla por la cual nos embelesamos y sentimos admiración. Su carácter siempre fascinante se encuentra enclavado en nuestro inconsciente colectivo.  






Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 21 de septiembre de 2015.



Ilustración de @Rayilustra 

Tres sospechosos

Si tuviese que opinar acerca de cuáles han sido los tres hombres de pensamiento que más influencia han tenido en la historia de la cultura occidental desde el siglo XIX hasta el presente, no dudaría en afirmar que Marx, Nietzsche y Freud son los cabecillas.

“Maestros de la sospecha” es la célebre expresión que el filósofo Paul Ricoeur utilizó para designar a estas tres genialidades que siguen dando qué pensar en un siglo que obliga a replantearse la forma como se conciben las relaciones humanas y los nuevos cambios que acontecen.

Cada uno de estos pensadores propone una manera de entender al hombre y a lo que lo circunscribe, pero tal vez lo más trascendente es que plantean desde ángulos diferentes, estrategias para la resolución de la dura tarea de “ser un ser humano” en un mundo que cambia de prisa.

Para Marx, son las fuerzas económicas las que explican la condición humana, siendo el marxismo a fin de cuentas una propuesta para cambiar el curso de la civilización, en otras palabras, un método. Los intereses económicos y la recomposición de los mismos, habrían de ser el camino para la creación de una nueva sociedad. Sin embargo, de esta premisa han surgido las peores formas de totalitarismo y cercenamiento de libertades. El fracaso marxista y la testaruda insistencia en retomarlo, sigue dejando huellas de dolor y desolación, que amenazan con prolongarse en este siglo que va sumando años.

En Nietzsche, se cuestiona la esencia misma del hombre, pues plantea una genealogía de la moral que habría estar más allá del bien y del mal”. Para entender a Nietzsche, hay que asumir que expresiones como la de señalar que “la esperanza es el peor de los males, porque prolonga el sufrimiento humano”, conducen a tratar de superar nuestra situación de seres vivos por un ser superior, un “superhombre”, que sería un intento de perfectibilidad de lo que somos en  realidad: Seres signados por la debilidad y las ataduras de los prejuicios y las creencias inherentes a lo aprendido para lo cual Nietzsche plantea la idea “política” de crear un hombre mejor. La exaltación de la conciencia individual por encima del colectivismo que castra el ingenio es una manera como el pensamiento del alemán deriva en la construcción de todo un bagaje de ideas que seducen.

Freud pareciera que resucita cada vez que se le da por muerto. La construcción de un sistema de pensamiento basado en premisas sin posible altercación hace que el psicoanálisis sea una manera de entender al hombre. Son las fuerzas más duramente arraigadas en el plano de lo inconsciente las que determinan la actuación humana. El psicoanálisis estudia al hombre desde la envidia que lo mueve, que lo marca y necesariamente envilece. Las fuerzas más oscuras son las que motorizan nuestra especie, condicionando una forma determinista de conducirse que termina por tratar de comprender el motivo del  triunfo de lo irracional por encima de la inteligencia; de la barbarie por encima de la humano. Es allí donde entra el método a través del cual Freud plantea una modificación de las bases de la condición inconsciente, elevando al plano racional nuestras peores miserias.

Estos tres pensadores europeos siguen elevando la batuta de las maneras como necesitamos arraigarnos a las creencias para dar estructura a nuestro modo de pensar. Ahora bien lo insólito de los tres no es lo que los diferencia, sino lo que los une. Para los tres, la conciencia humana es una conciencia falsa. El hombre es en ser desarraigado de su condición porque no se da cuenta de la misma. Para Marx somos seres alienados porque las fuerzas económicas determinan nuestra vida. Para Nietzsche la blanda condición compasiva y enclenque hace que seamos desatinados al tratar de entender el mundo y Freud señala que lo inconsciente es lo que marca el destino del hombre.

En fin, que lo más atrayente de estas tres posturas frente a lo que significa la existencia y la condición humana está marcada por la percepción de estos tres filósofos de que el hombre no entiende la realidad que vive y difícilmente será capaz de comprenderla por su incapacidad para darse cuenta de lo que acontece en todo aquello que lo circunscribe. Tres formas de ver la vida, tres caminos para tratar de generar cambios, unidos bajo la paradójica visión de que el ser humano es incapaz de entenderse a sí mismo.

En un siglo que asoma la expansión de formas de pensamiento primitivo, donde se ha cosechado el fracaso de las utopías, y la violencia aterroriza a la humanidad, bien vale la pena volcarse al estudio del pensamiento universal, a sus desatinos y a sus enormes aciertos.

Un tiempo para cultivar la introspección y entender que por encima de las diferencias, debe ser el respeto y la infinita tolerancia al otro, lo que marque la civilización y condicione toda acción humana. Por encima de nuestra incapacidad de comprender el mundo, lo que une a las personas suele ser saludable y lo que separa propende a ser malsano.



Publicado en el libro de mi autoría Para todos y para ninguno y otros ensayos, Consejo de Publicaciones de la ULA. 2015.