Me fui unos días a Mendoza,
Argentina, y estuve trabajando en una buhardilla, leyendo y escribiendo. Entre
medio, pude disfrutar de sus legendarias carnes, sin comparación y del buen
Malbec que es una distinción y un regalo de estas tierras, para quien lo pruebe
alrededor del mundo. Recuerdo muchas reuniones, en mi Mérida natal, donde más
de un invitado hablaba de la grandeza de los vinos de Mendoza, mientras
conversábamos sobre las banalidades de la cotidianidad y asumíamos el abismo de
la vida con risa y buen tono. El invierno del Sur suele obligar a guarnecerse
con buenos abrigos y no pude evitar la tentación de comprar estupendos zapatos,
hechos por una familia de fabricantes con larga tradición, cuyo buen gusto
sobrepasa cualquier expectativa. Tiendas de talabartería incrustadas en una
urbe repleta de restaurantes y cafés hacen que en esta ciudad lo bucólico se
siga sintiendo como una atmósfera que la recorre y la inunda de atavismos y
buenas historias.
El Paso de Los Libertadores es
una ruta que siempre sorprende, porque no es posible que dejemos de ver algo
que nos deje sin aliento en cada travesía. La infinidad de cóndores que se ven
por estos lados tiende a dejarlo a uno paralizado. La Cordillera parte en mi
tierra natal, en los Andes Venezolanos, por lo que recorrer estos lugares es
también un viaje al interior de mis recuerdos y andanzas, como lo son la
mayoría de los viajes. El Ulises que llevamos dentro se reaviva con prontitud
en cada oportunidad que tenemos de ir de un lugar a otro. Ese espíritu aventurero,
que parte de una necesidad de recorrer mundo, es una manera de cultivar el
propio viaje a nuestro mundo interior. Una y mil veces mil, hasta que se pueda.
De descubrimientos interiores está hecha la insulsez de lo humano. Tal vez el
gran salto lo damos cuando somos capaces de cultivar lo elemental, lo simple,
lo sencillo, incluyendo el gusto por hacer el bien, que, en definitiva, se
traduce en hacernos bien a nosotros mismos.
En Mendoza pude leer un libro
de aventuras, sin muchas pretensiones literarias diferentes a entretener al
lector a través de una historia bien contada, asunto que el autor presenta sin
muchos aspavientos intelectuales. También pude acercarme a una trilogía de
textos en los cuales, por el contrario a la lectura previa, hay un intento por
enmarañar la trama y tratar de conseguir la excelsitud de las letras. No creo
que el autor logre alcanzar su objetivo. En esas se me va el tiempo, entre
caminatas, análisis de textos, escribir esta columna, que atesoro y hago con
esmero, a la par de disfrutar de los incomparables ojos de bife, que, según los
entendidos, se extrae de ternera, entre las costillas seis y doce, siendo el
Malbec mendocino su acompañante de rigor. Largas y serenas caminatas van a la
par de días fríos y otros en los que el sol se asoma de manera divertida, con
propensión al juego, haciendo del ambiente de esta región de La Argentina, una
zona realmente incomparable por su atmósfera con elementos propios del campo,
haciendo amagos por mostrarse como ciudad. En algunos momentos se calienta
mucho la buhardilla con la rústica estufa y se me olvida que estoy cerca de la
Cordillera de Los Andes, cultivando mi propio espacio de intimidades y
cercanías con la infinitud que cada posibilidad de vivir nos ofrece. Creo que
tengo una lista de diligencias por hacer antes de marcharme, de manera que la
aquiescencia, que en ocasiones es tan valorada por mí, se termina por convertir
en amago de movimiento para transformarse en movimiento para luego desembocar
en una nueva carrera.
Las comparaciones no pueden faltar por aquello de que miramos a través del lente de la experiencia. Cada vez que nos asomamos a una nueva dimensión de situaciones, propendemos a compararla con cosas que ya hemos vivido o experimentado antes. A menos, claro, que la experiencia sea tan inédita que se haga incomparable. Estos días en Mendoza fueron una recreación y un nuevo experimentar de emociones y vitalidad a borbotones, porque, a la par de disfrutar de este lugar, también me recordé de mi tierra natal, entre montañas, un lugar en donde pude cultivar la bohemia y la felicidad a la par de materializar esas cosas que tanto me agradan como leer y escribir, así como experimentar los placeres sensoriales de la buena mesa y las mejores compañías. En esa Mérida de los años ochenta y noventa del siglo pasado, escribí un poco y leí mucho. Dejé una obra que perdí en el camino y la cual me conmueve cuando la evoco. La mañana luce despejada y me invita a salir de esta buhardilla. Me preparo, de esta manera, para emprender un viaje de regreso a mis asuntos cotidianos, al trabajo, a las exigencias de la ciudad y la necesidad de cumplir con los deberes de rigor. Bellos días, estos en Mendoza.
Publicado en varios medios de comunicación a partir del 26 de junio de 2023.
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