Esta semana falleció el
escritor Milan Kundera. He leído y releído sus libros y pienso que es uno de
esos pocos escritores, de los cuales realmente existe solo un puñado, que han
logrado, a través de una obra escrita, desarrollar un arte de carácter total en
el más amable sentido del término. Milan Kundera logró que, en sus textos
literarios, fluyan perspectivas que consiguen cohesionar con buen tino asuntos
propios del ser y el mal aliento. En sus páginas bien puede aparecer aspectos propios
de las profundidades de la existencia como lo lúdico y las banalidades de la
vida. Es uno de los escritores más importantes del siglo XX y con su último
libro, La fiesta de la insignificancia, desarrolla su propuesta sobre lo
que vendrá a ser el siglo XXI que se ha materializado con exactitud. Viéndolo
de esta manera, es un autor, de esos excepcionales, a quienes bien podemos
categorizar como un hombre de varios tiempos.
Diversas décadas del siglo XX
quedaron talladas en su obra, como también lo fue el increíble ejercicio de
atreverse a exponer las contrariedades y simplezas de lo humano al punto de transformar
en aforismos, máximas de la cultura occidental con las cuales lidiamos todos
los días. Con Kundera me pasa que, al leerlo, lo encuentro cada vez más
vigente, como la misma tesis demencial del eterno retorno, con la cual arranca
su libro La insoportable levedad del ser. En su obra, nos vamos
aproximando a cosas que parecen antiguas y se van dejando de lado, a la par que
la realidad las vuelve a traer al presente, sin mucho pudor. Este escritor
logró la inusual proeza de superarse a sí mismo en el sentido creativo,
abriendo propuestas estéticas a la par de ir cerrando temas con los que parecía
ir haciendo las paces. Mientras eso ocurría en sus libros, la realidad de la vida
nos volvía a llevar al mismo planteamiento de sus textos iniciales. La tesis
del eterno retorno a lo mismo pareciera burlarse de todos.
Vivía en Caracas cuando
comencé a leer a Kundera y evocarlo es desenterrar la transformación personal de
lo que le pasa a cualquier hombre en el curso de su vida y de cómo, hagamos lo
que hagamos, el devenir nos lleva a ese sitio que no queremos transitar, pero
forzosamente tenemos que aceptar. En Kundera, lo que atañe al hombre y la
capacidad de enfrentar su destino, es expresado con la crudeza que se necesita
para abordar el tema. En su obra hay acrobacias como esta: Como lo serio y lo
ridículo van de la mano, bien podemos ir pensando en el tiempo y sus
consecuencias, así como podemos hacerle una entrevista al pene y preguntarle
por qué no hizo su trabajo como se esperaba. Esto lo alcanza de manera perfecta
en La lentitud.
En esa Caracas de mediados de
los años 90 del siglo pasado, donde estaba generándose toda una situación
sociopolítica que habría de terminar en tragedia, descubrí a Kundera y lo hice
mi compañero inseparable. En ese lapso, tuve la sensación de que al otro lado
del mundo había personas que experimentaban vivencias tragicómicas tan
similares a las nuestras, que las mismas estaban marcadas por su carácter universal.
De ese tiempo me quedan los recuerdos, las experiencias y la extraña sensación
de que en su obra estaba leyendo mi propio destino, como el de tantos. Hay
ocasiones en las cuales puede pasarnos eso que decía Proust: “Cada lector,
cuando lee, es el propio lector de sí mismo.” Existen obras que tienden a
representar la realidad con pulcritud. En la de él, tanta importancia tiene lo
lúdico como lo tiene el amor. Porque cuando Kundera deshoja la margarita de lo
amatorio, hace que sintamos vergüenza propia y ajena, pero también sentimos que
esa manera como aborda el amor quizá sea la más acertada que exista.
De una broma, bien puede
surgir un enredo que conduce a otro, que nos lleva a una condena y nos hace
descubrir los más inimaginables elementos que conforman el ser. De un encuentro
aparentemente casual en una cafetería, pueden surgir otras circunstancias que,
por ser repetidas, le quitamos el carácter de casual y terminamos por creer que
son las señas definitorias del destino las que nos hablan. O tal vez no sean
señas del destino, sino simples casualidades a las que tenemos que idealizar
para que las cosas puedan trascender en el tiempo. De esas y más va la obra de
este artista inigualable, que describió una época a través de sus
contribuciones literarias, quedándonos el sabor en la boca de que eso que él
señaló, seguirá ocurriendo una y más veces, hasta el infinito. Con la muerte de
Kundera cae la cortina de la literatura que aborda desde una gran ambición, el
carácter total de lo que hemos sido, somos y seguiremos siendo. Una vez más, al
escribir sobre Milan Kundera, siento que el arte de la novela es el más
ambicioso de todas las disciplinas artísticas. Una vez más: ¡Ha caído el telón!
Kundera ha sido nuestro compañero y guía en la vida adulta, solo nos queda dejar que la simplicidad y genialidad de sus palabras sigan llevándonos de la mano en este recorrido finito.
ResponderEliminarDe lo ridículo a lo sublime en una oración, es y seguirá siendo NUESTRO MillanK.