A través de la Universidad de
Los Andes y por invitación, estuve hace ya un buen tiempo haciendo una pasantía
por el Servicio de Psiquiatría del Hospital Gregorio Marañón, en Madrid. Fue un
verano muy caluroso, en el cual me planteé seriamente la posibilidad de migrar
de Venezuela con la aspiración de tener un mejor porvenir. De las experiencias
de ese verano tengo unas cuantas historias en el tintero, pero en esta ocasión
me referiré específicamente a unos asuntos propios del migrante que va
descubriendo universos conforme pasa el tiempo.
El primer paso
A mi parecer, el primer paso
para poder migrar es establecer un propósito de lucha. Se migra para “ir a”. Si
se migra para escapar o “irse de”, el camino, obviamente va a ser más tortuoso.
Pero si se parte con la finalidad de llegar a un puerto y ese puerto lo tenemos
medianamente claro, las posibilidades de yerro son menores. Como montañista
aprendí muchas cosas, incluyendo metáforas que me han servido para poder viajar.
Una vez establecida la bitácora del viaje, en la cual debemos tener claro para
dónde y con qué motivo partimos, armamos los pertrechos y llevamos los avíos
necesarios para sobrevivir.
El campamento base
En un primer momento, debemos
hacer una parada en la casa de alguien cercano que nos permita, durante un
promedio de dos a cuatro meses (ni más ni menos) poder estar seguros e intentar
aclimatarnos en lo que sin duda va a terminar siendo un enorme desafío
personal. Ese desafío se multiplica por mil cuando migramos con familia que
depende de nuestras acertadas decisiones. En una primera fase, al campamento
base debe ir el mejor prospecto del grupo familiar. Una vez que tenga la
posibilidad, se trae al resto de los miembros del clan. Ese salto es siempre
una acrobacia, pero los miembros de una familia no deben estar separados por
mucho tiempo.
Exigido por mil
Salvo los momentos de
esparcimiento o de reunión entre amigos, mientras antes vayamos pisando el
pasado, mucho mejor. Desprenderse de cosas como las preocupaciones políticas y
otros pesos que no aportan para nada al migrante es fundamental para llevar el
morral más liviano. Se mira hacia adelante cuando se parte y en función de un
proyecto tangible que, si se pierde de vista, el barco hace aguas. Tal vez desprenderse
de ese anclaje a lo que dejamos atrás es de las cosas más difíciles, pero
imprescindible. Someterse a la tortura de la nostalgia es potencialmente
autoflagelarnos sin necesidad. La vida es una y con frecuencia es contra reloj.
La gente es cariñosa
En la medida que vamos
descubriendo escenarios y personas, vamos moldeando una percepción que se nos
va formando progresivamente acerca de la identidad colectiva del pueblo a donde
llegamos. Cada grupo tiene sus particularidades, las cuales necesariamente
podrán ser aceptadas sin necesidad de ser practicadas. En relación con el
proceso de descubrimiento de las identidades colectivas, habrá muchas percepciones.
Ahí juega un poco la ruleta de la suerte. Sin embargo, es prudente recordar que
el ser humano, en su esencia, es el mismo, independientemente donde vayamos.
Hay personas que bien merecen ir al cielo, así como sobran los canallas. Es el
eterno retorno a lo humano.
Competidores eternos
Como humanos que somos, y
muchas veces sin darnos cuenta, competimos y potencialmente le arrebatamos
espacios a las personas de un lugar. De ahí que los trámites migratorios suelen
ser infernales, todo lo cual tiene el propósito de obstaculizar la plena inclusión
de un extranjero a una sociedad. Nada es casual en las oficinas de extranjería,
entre otras cosas porque “el tiempo de uno no es el tiempo de los demás”. La
solidaridad no suele ser un concepto fácil de hallar en la infinita burocracia
que rige el planeta. De ahí que se aprecia cuando por sana necesidad nos
apoyamos unos con otros, incluso en las más adversas dificultades.
Publicado en el diario El
Universal de Venezuela (02-08-2022) y en otros medios de comunicación
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