De las múltiples aficiones que cultivo,
además de leer y escribir, suelo cocinar. Las largas caminatas por infinidad de
senderos y mi apego a la buena mesa han sido espacios en los cuales me he
refugiado para salvaguardar áreas de vida en donde solo tiene cabida lo placentero
de la existencia. Que bien puede ser una punta argentina o unas berenjenas a la
plancha, la idea del disfrute por cocinarlas y el poder hacer un buen maridaje
con vinos seleccionados sin prisa me genera goce. Mucho más porque lo hago con
la mujer que amo. La mayoría de las veces cocino para compartir con ella y en
otras ocasiones le cocino a ella.
Un paso a la vez
Tengo cincuenta y cinco años de edad y vivo
en Chile. Hace cinco años migré de mi país y no he regresado. Me gradué de
médico cirujano en 1991 y de psiquiatra en 1997. Con treinta años como médico y
veinticinco de psiquiatra, algo he visto. En este país pude validarme como
psiquiatra y trabajo como tal desde que arribé. Trabajar como especialista en psiquiatría en
Chile me ha permitido familiarizarme en primera fila con aspectos de la
idiosincrasia chilena, que por otra vía hubiese sido más complejo. Entre las cosas
a las cuales me dedico en la actualidad, además de compartir atardeceres y
buenas cenas con mi esposa, está el interés y estudio por el tremendo problema
que se ha generado con los más de seis millones de venezolanos que tuvimos que
emigrar. Cada vez son más los compatriotas que se acercan a recibir atención
por sus asuntos emocionales, lo cual va aumentado el mapa de experiencia en
relación con las cosas que voy recopilando sobre el fenómeno migratorio
venezolano y sus repercusiones.
Preparados para partir
Una amiga muy querida, en 2015, escribió
un manual para migrantes venezolanos. Cuando lo leí me pareció que estaba muy
bien a manera de orientación general. El asunto de las visiones en relación con
la migración es que se estrellan con dos factores que el migrante no puede
prever: Los imponderables y la incertidumbre. Como el tiempo de uno no es el
tiempo de los demás, la queja del migrante es un llanto de lágrimas huecas
lanzadas a un pozo vacío. La lucha contra los imponderables y la incertidumbre
está más relacionada con la capacidad adaptativa, la maleabilidad de posturas y
tener muy claro y precisado el foco hacia donde nos dirigimos. Si el foco no apunta
hacia adelante, todos los esfuerzos se desvanecen y la tristeza y las formas
más variadas de ansiedad se pueden apoderar de la persona. Ahí es donde
participo como psiquiatra, en el momento en que el barco comienza a hacer
aguas.
Cambiando el mundo
Con gran dificultad podemos cambiar
cosas muy concretas de nuestra propia vida. La posibilidad de cambiar nuestro
entorno se hace casi imposible al migrar. Por eso, para quien migra, se genera
el muy difícil desafío de adaptarse sin renunciar al sistema de valores que nos
protege de caer en desgracia. Hacer lo correcto, independientemente de lo
adversas de las circunstancias, suele abrazar buenos resultados. Mucha
paciencia y perseverancia para alcanzar las metas forman parte del decálogo del
migrante. La solidaridad entre compatriotas se transforma en una bolsa de gatos
cuando no una potencial pesadilla. Recurro a Víctor Frankl, quien en su libro El
hombre en busca de sentido deja plasmado que había un grupo de judíos en
los campos de concentración, que, para obtener prebendas por parte de los
Nazis, se alejaban de la solidaridad y se volvían en auténticos adversarios de
sus propios compañeros encerrados. Así ha sido, es y seguirá siendo. De ahí que
las expresiones de solidaridad genuinas pueden surgir de donde menos lo
esperamos. Sigo con mis notas acumulando experiencia.
Publicado en el diario El Universal de
Venezuela (23-08-2022) y otros medios de comunicación.
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