Aun con
mis exigentes actividades, entre pausa y pausa, volví a ver las nueve
temporadas de la legendaria serie de televisión estadounidense Seinfeld,
lo cual me ha vuelto a conectar en ese tiempo, los ochenta y los noventa, que
tantas satisfacciones personales me dio. Una de ellas, es la risa que me regaló
el comediante judío estadounidense Jerome Allen Seinfeld.
Nada es
sagrado
Siendo y
haciéndose el gracioso, quien se dedica a la comedia, cultiva el ejercicio de
burlarse de lo cotidiano, de aquello que la gente, en general, atribuye un
carácter valorativo. El comediante tiene ante sí el titánico desafío de
burlarse de las cosas propias de la vida, incluyendo lo sagrado. Tanto lo bueno
como lo bello, instancias propias del ejercicio de la filosofía, son para
cualquier persona, elementos con los cuales se debe enseriar. Para quien se
dedica a la comedia, aquello que constituye una instancia elevada se debe
transformar en risa. De ahí que la risa siempre es un acto subversivo por
cuanto trastoca el orden. La risa pone a ras del suelo la realidad y la
carcajada es la puerta de entrada al caos. De esas y otras vulgaridades vive el
buen humorista: generar hilaridad y tratar de llevarlo a nivel de instancia
artística, con posibilidades de cautivar multitudes. Durante casi una década,
el comediante estadounidense se interpretó a sí mismo en una serie que terminó
por convertirse en legendaria.
La risa o
la vida
El arte
de hacer reír, en ocasiones llega a ser tan temerario que el comediante puede
llegar a estar claramente en conflicto con los estamentos de poder de su
entorno. Hacer burlas en torno a la sexualidad, la religión o la política son
campos en los cuales el humorista tiene espacio para el desarrollo de sus
temáticas, también son de las tres cosas generadoras de conflicto
civilizatorio. El humorista se tambalea en la cuerda floja en la cual pasa a
ser equilibrista de un arte que necesariamente debe finalizar en risa, la cual
ha de hacerse circular una y otra vez para terminar en un montón de círculos
que llevan al desarrollo de un estilo y una manera de comunicación, que por más
elevada que pretenda ser, siempre va a terminar una fuente generadora de
alegrías que puede molestar a más de uno. Sin que existan personas que se
sientan aludidas, no existiría el buen humor.
Banalizar
versus ridiculizar
El
humorista puede banalizar las cosas propias de lo humano como el amor o el
sexo. Si es más audaz, lo puede llegar a ridiculizar. A mi juicio hay dos tipos
de humoristas, aquellos que intentan banalizar la realidad y aquellos que
llegan al punto en el cual la ridiculizan. Son mucho más osados y atrevidos los
segundos, generando auténticos cataclismos culturales. La ridiculización de
cuanto existe es siempre dirigida a lo que lo humano generalmente híper valora,
lo cual comienza por el atrevido acto en el cual el comediante comienza por
ridiculizarse a sí mismo para poder dar el salto exponencial de ridiculizar lo
humano y si su capacidad artística es elevada, sin dudas que también llegará a
ridiculizar lo divino. De esas va ese asunto intrincado del sentido del humor.
La
cultura estadounidense
¿Qué hace
que la cultura estadounidense genere deseos de ser adoptada y sus estereotipos
tienden a universalizarse? Desde la celebración navideña con pinos y trineos
hasta la internacional hamburguesa de McDonald 's, es difícil que los elementos
del país del norte no tiendan a generar afición y hasta idolatría. El rock y
sus infinitas mimetizaciones latinoamericanas y transcontinentales, precedido
por el cantar de la población afroamericana a la orilla de Río Misisipi,
pasando por la gran literatura, Estados Unidos genera elementos a borbotones
que han marcado la totalidad del rumbo civilizatorio. La humanidad no sería
como la conocemos sin la industria del cine y la televisión de los Estados
Unidos de Norte América, solo para mostrar el botón con el cual prácticamente
han llegado al último confín de la tierra. Ese estilo de vida y esos valores
culturales son fácilmente asimilables, lo cual hace que exista una propensión
natural a imitar lo que los estadounidenses hacen.
Seinfeld,
la moral y el castigo
A través de infinitud de ridiculizaciones de lo humano, un presumido y exitoso humorista se interpreta a sí mismo en un espectáculo que una y otra vez se burla de lo humano y lo divino para generar una secuencia de actos de subversión tras subversión. Lo hace desde un tono aparentemente banal, pero profundamente tendiente a mofarse de aquellas cosas que consideramos importantes en nuestras vidas. El final tenía que ser el que fue, porque para condena de quien actúa de esta manera, lo moral debe pasar la aplanadora de aquello que huela a vida. Es así como Elaine, George, Kramer y Jerry reciben su merecido y en una muestra de necesidad de control, la serie finaliza con el confinamiento de los transgresores. No así del tan necesario sentido del humor, que se sale con las suyas.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 15 de febrero de 2022.
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