¿Quién
podía pensar que iba a haber una inquisición parte 2 en el siglo XXI? Como si
se tratase de una mala broma, el ojo inquisitorial no deja espacio para las
mentes más ágiles y antes de que se pueda expresar la libertad a sus anchas,
aparece la lupa que pretende mutilar y si es posible hacer desaparecer aquello
que incomoda a múltiples intereses atomizados que en nombre de pequeños grupos
se apoderan de los espacios de las grandes mayorías. En eso se va gran parte de
la energía de quienes se han trazado como meta cambiar la sociedad e imponer
una supramoral que parece salida de una chistera.
Censura, autocensura y otros
Junto
con Daniel Márquez Bretto, Jesús Alberto López y Roger Vilain Lanz, en la
década de los noventa del siglo pasado, editábamos semanalmente y encartado en
un diario de circulación regional, un suplemento literario que se llamó El
sombrero de copa. Era una publicación literaria que no tenía objetivo
distinto que ostentar de carecer de línea editorial y publicar absolutamente lo
que se nos ocurriese, en la Mérida gloriosa de sus mejores tiempos en donde la
Universidad de Los Andes hacía alardes de grandeza. Los cuatro editores salimos
egresados de esa universidad y los miércoles teníamos la reunión de costumbre
en El palomar, donde leíamos los trabajos, escogíamos las fotos y nos
poníamos de acuerdo solo en el orden en el cual iban a aparecer los textos.
Nunca se le dio una respuesta negativa a la enorme cantidad de personas que nos
hacían llegar sus trabajos, por lo que El sombrero de copa bien se ganó
el puesto de ser la publicación más libertaria de cuantas han existido en mi
país de origen. De ese tamaño fue la importancia de ese semanario que será sin
dudas objeto de estudio para quienes se interesen en saber qué tan libres
éramos en esa sociedad y en ese tiempo. Arepas con queso rallado hechas por
Anita Rodríguez, acompañadas de cervezas heladas eran el epílogo nocturno de
cada miércoles: Un brindis semanal por la vida.
Los
maravillosos ochenta y noventa
Luego
de la dictadura férrea de Marcos Pérez Jiménez, se instauró en Venezuela un
bipartidismo que permitió que las personas de los estratos más disímiles de la
sociedad pudiésemos acceder a la educación universitaria pública y de calidad
en forma masiva. Ese bipartidismo se comprometió con la educación a tal punto
que muchos venezolanos pudieron formarse en las universidades más prestigiosas
del planeta y luego incorporarse a la planta profesoral de casas de estudio
como la de Los Andes y otras célebres universidades nacionales. En algunas de
las cátedras en las cuales me formé en la Universidad de Los Andes, la
totalidad de los profesores habían realizado estudios de especialidad, maestría
o doctorado en el exterior. Eso nos permitió literalmente ser cosmopolitas de
formación y atesorar una riqueza y bagaje intelectual que con dificultad se ha
dado en algunos centros urbanos del mundo. En los ochenta y noventa, Mérida fue
una incomparable ciudad universitaria, de gran amabilidad para vivir, en donde
el respeto al otro y la vida sana y bucólica propia de las montañas andinas era
lo que prevalecía. Ese tiempo y esos espacios eran una invitación para
estudiar, pensar, crear, disfrutar la vida, socializar y amar a plenitud, sin
sobresaltos ni contratiempos. De ese espectacular lugar vengo porque ahí nací,
crecí y me formé como ciudadano. A ese mismo sitio volví luego de una gran y
larga vuelta, para incorporarme como profesor universitario hasta mi partida a
tierras lejanas en un peregrinar que además de aventura, ha sido un exilio voluntarioso.
Sin
perder el foco
Veo
dificultoso vivir de manera distante a lo pasional. Lo adusto me complica
porque me cuesta atrapar su esencia. Me parece que lo civilizatorio
necesariamente tiene que ver con el acto de pensar y dejar volar las ideas.
Asunto cada vez más temerario, como si se tratase de franquear un gigantesco
campo minado. Un amigo me llama preocupado porque solo sabe de mi existencia
por esta columna de prensa. Mi amigo es una gran persona. Le cuento que estoy
bien, leyendo, estudiando, escribiendo y con el foco fijo hacia adelante, sin
tiempo para pensar en asuntos que me desvíen de mis objetivos puntuales en esta
etapa de mi vida. Rechacé una oferta editorial y varias entrevistas de prensa
porque me distraen de conquistas más terrenales y logros concretos. Si el foco
está adelante, no se puede retroceder. En ocasiones echamos una miradita para
atrás, para no olvidar de dónde venimos y tener presente que éramos capaces de
sacar más que conejos de un sombrero de copa, lo cual siempre es reconfortante.
En la actualidad me dedico nuevamente a coleccionar instantes excepcionales y
momentos extraordinarios en una cadena que solo puede ser sublime por lo que se
logra con cada avance. Todavía no logro tener mi propia ermita, pero todo
parece apuntar a que ese es mi camino. Sí, tal vez sea cierto que se puede ser
nihilista y feliz.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 28 de diciembre de 2021.