domingo, 28 de noviembre de 2021

El itinerante ombligo del mundo

 


Sueños prometedores y pesadillas que asustan pueden que aparezcan en nuestras vidas. Tal vez lo más importantes es despertar del mundo de las ensoñaciones. En eso de ir y venir de un lado para otro, vamos aprendiendo cosas insospechadas y dejando atrás muchas certezas que solo conducían a callejones ciegos. Ese ir y venir de enseñanzas y aprendizajes a medias se va acentuando conforme pasa el tiempo y sin ánimos de ser un aguafiestas, terminamos por ser descreídos. Nihilistas felices a veces chapoteamos en las aguas de la existencia sin mapa ni brújula en mano, guiados solo por cierta intuición, sin la cual la vida es difícil de enfrentar.

Hermanos, amigos de la vida y afines

Agradezco a quienes me han venido acompañado en la travesía. En ocasiones he tenido el mal tino de confiar en canallas y desconfiar de bondadosos, pero en general, la puntería ha sido buena. He podido cultivar más amigos que dedos de la mano, los cuales han superado el paso del tiempo y de las vicisitudes propias de respirar. Hermanos de la existencia, compañeros de luchas contra la noche han estado a mi lado desde hace un montón de años. De ellos sigo aprendiendo y con ellos sigo contando para las muy buenas, las buenas, las malas y las muy malas. La solidaridad y el afecto es recíproco. De ese grupo de hombres y mujeres me he enriquecido y espero al menos haberlos divertido un poco. Una vida llevada de la mano con ellos para alcanzar un grado de satisfacción del cual puedo ufanarme: Derrotados por dragones imaginarios y venciendo monstruos marinos, de eso más o menos va la cosa, cuando no de disfrutar de límpidos arroyos de montañas e inéditos verdes que la naturaleza tiende desbordar.

Nuevos atardeceres, espacios compartidos, otros

En la extremadamente incierta ruleta de la vida siempre son bienvenidos los atardeceres. Sin o con sol poniente, no tengo discrepancias con la bruma. Si alguien me pregunta con qué me quedo en estos años de existencia, sin dudas tendré que señalar dos elementos claves del espectro. Las extraordinarias personas a las que he depositado mi afecto y los lugares que he visitado. Creo que con esos dos está completo el espectro en su comienzo y en su fin. En el intermedio estará presente el motón de libros que leí, los que alguna vez pude escribir, las películas que disfruté y las atrevidas manifestaciones del arte con las cuales me vinculé. Esa capacidad de ser atrapado por lo artístico me lleva de una a otra reflexión y de eso va el corazón de estas líneas. ¿Qué es la capacidad de disfrutar sino la posibilidad de convertirnos en intérpretes de primera mano del ombligo del mundo? ¿Cómo decir que vivimos con intensidad si no nos atrevimos a explorar los insondables caminos del amor?

El ombligo del mundo y sus circunstancias

Cada ser va desarrollando una visión de las cosas que tiene que ver con los juicios y los prejuicios que se va formando conforme va creciendo. Crecer es aferrarse a creencias y desprenderse de creencias, siendo el filtro para ejecutar ese malabar nuestra experiencia personalísima de vida. Es difícil creer en espectros cuando ha corrido un tanto de agua en nuestras vidas. Ese mirar e interpretar el ombligo del mundo pasa por adentrarnos en nuestro propio ombligo. Si la necesidad es muy grande, el ombligo del mundo se comparte y a ese acto maravilloso lo llamamos arte.  El poder disfrutar de lo que el otro intenta decirnos desde su mundo interior y poder mostrar nuestro mundo interior a otros es conectarnos por un vínculo de infinitas posibilidades en el que, sin sospecharlo, estamos más hermanados de personas que desconocemos que lo que podemos llegar a creer. Tal vez la vida no sea sino la posibilidad efímera de cantarle a la esperanza. Recuerdo los tiempos en que viví el mundo perfecto, en donde desarrollé un potencial que por puro goce logré compartir. De ahí salió casi una docena de libros de mi autoría que no sé si desaparecieron del mapa o los asumió algún grupo cercano. Tal vez el cronómetro me permita seguir escribiendo desde mi ombligo: Oficio que exorciza y demoniza. Se es artista en la medida que se interpreta al demonio y al ángel, en la medida que el buen juicio y la capacidad de compartir la palabra fluya. Creo que más o menos de eso se trata o estoy cerca.

Desarraigo, arraigo, desarraigo

Nunca pensé que un barco podía salir de un puerto tantas veces y encallar tantas veces. Pues de eso más o menos parece que va el asunto y desde que salí de mi última burbuja, luego de recorrer algunos curiosos lugares, la palabra desarraigo y arraigo me son comunes de tanto escucharlas en mis nuevos compañeros de inéditos viajes. Como si el desarraigo fuese una instancia natural al que hay que llegar para poder hallar lugares que nos den la certeza de estar arraigados. Aparentemente siempre volviendo una y otra vez a nuestro propio ombligo, principio y fin de nosotros mismos y de la capacidad de conectarnos y comprender a los demás.

 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 30 de noviembre de 2021.

De personalidad recia


 

He conocido seres con personalidades avasallantes e incólumes, con claridad de propósito y rumbo claramente definido. Incluso podría decir que son seres excepcionales, básicamente incomparables, a quienes la vida los ha puesto a jugar duro y no se han doblegado. Algunos tienen una sombra que pareciera que los siguiese, porque es natural que de tanto lidiar con la dureza de la vida, al corazón le vayan saliendo callos. Pero otros que he conocido, contrario a lo que pudiese entenderse como una visión oscura de la existencia, son ejemplo de bondad y sencillez.

A veces sueño con familiares que han fallecido. Se aparecen en lo más profundo de la noche y establecen una conversación tan vívida que tengo la sensación de que el sueño es absolutamente tangible y ajeno al mundo de las fantasías. Una de esas personas con quien suelo conversar de manera directa es con mi abuela materna, quien tanta influencia ejerció en mi vida.

En una ocasión la familia materna tuvo la suficiente cantidad de dinero para dar la cuota inicial para comprar un camión Ford, nuevo de agencia, con el cual se podía hacer negocio con pueblos circunvecinos a la ciudad de El Tocuyo. Mi tío Pepe era el hijo primogénito de un total de cinco hermanos y no solo tenía en sus hombros el peso de ser el líder económico del grupo familiar, sino que era el encargado de manejar el camión nuevo por las intrincadas carreteras laberínticas del estado Lara.

Pues resulta que no tenía quince días de haberse estrenado el camión cuando en una curva siguió de largo y todo el capital de la familia se esfumó de golpe y porrazo. El camión nuevo quedó inservible y mi tío salvó la vida milagrosamente. Cuando llegó a casa, aporreado y herido, mi abuela encendió la cocina e hizo una comida copiosa y por demás sabrosa. Pasta en salsa de cordero para celebrar que mi tío seguía vivo. Después de comer, mi abuela se sentó y les dijo a todos: “-Bueno, es tiempo de comprar otro camión”.

Boquiabiertos e impresionados, sin un centavo en el banco, tanto el abuelo como los hijos pensaron que se trataba de un desvarío de mi abuela, quien dijo que al día siguiente hablaría con el dueño de la agencia de vehículos para que le hiciese un crédito y poder comprar un camión nuevo, de agencia, como el primero.

Dicho y hecho, se presentó temprano a hablar con el dueño y le explicó de manera clara, firme y cordial que la única forma posible de poder saldar la deuda contraída era que le fiara un segundo vehículo. El temple con el cual pronunció cada palabra hizo una especie de eco que todavía sus hijos recuerdan. El hombre era aplomado y gordo. Callado, encendió un habano y miró de manera fija y penetrante a mi abuela. Estas fueron las palabras que le dijo: “- Por una razón que no comprendo, usted me ha transmitido una gran confianza.  Llévese el camión del color que más le guste y si lo estrella no se preocupe, que le fío un tercero”.

Esta vez fue mi abuela quien salió manejando el camión, con su esposo de copiloto y los cinco hijos en la tolva. Llegaron a la casa, hicieron pasta con salsa de conejo y en un año pagó las dos deudas contraídas.

A veces, cuando las contrariedades aparecen como si fuesen hierba, evoco alguna de las maneras como mi abuela lograba salir de los enredos propios de la vida y siento que mis problemas se minimizan. Ella venía de la Italia en ruinas de la postguerra, en donde tenía que agarrar la escopeta cada vez que alguien tocaba la puerta de la casa y en donde la diferencia entre la vida y la muerte era poder contar ese día con un poco de granos con los cuales alimentar a una familia.

De origen campesino, había logrado leer lo suficiente para tener una buena cultura, particularmente histórica, a quien la vida la puso en el protagónico papel de ser testigo vivencial del horror de la segunda, de las dos más grandes confrontaciones bélicas del siglo XX. Se casó a los veinte años y murió antes de cumplir los setenta, con cada arruga del rostro surcada en forma triple por los avatares de tiempos difíciles.

¿De dónde sale esa gente excepcional, pujante, dura y consecuente con su sistema de valores? La respuesta se da sin ambages. Esa gente se forma precisamente de lo duro de la existencia y ese carácter solo lo puede dar la circunstancia en la cual una persona se desarrolla. Sea para perderse en lo malsano o para cultivar lo mejor de sí, es la vida dura la que forja los grandes temples y las grandes personalidades.

Porque cuando vemos con lupa a cada uno de estos seres, no se detienen por nimiedades ni los espanta la incertidumbre, sino que la vida se asume como el gran campo que hay que conquistar y cada cosa que se hace o se piensa tiene el fin último de sobreponerse a las adversidades.

A veces, cuando veo a uno que otro que se sale con las suyas y hace de su vida una épica diaria del hecho de vivir, no puedo dejar de pensar en la madre de mi madre, quien tantas lecciones de vida me legaron y a quien tanto he admirado.


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 23 de noviembre de 2021.

Inútil erudición

 


Hace un tanto leí un texto de un apreciado y admirado amigo, en donde señalaba la posición del historiador alemán Christian Meier, prestigioso profesor jubilado de la Universidad de Múnich, cuya obra está animada por la idea de que “la historia no tiene sentido si no es para decirnos algo a los hombres del presente. El estudio del pasado, si no tiene un compromiso con el aquí y el ahora, no es más que inútil erudición”.

Mi posición con respecto a este argumento es precisamente la opuesta.

Abrigué los estudios filosóficos en mi vida, porque a diferencia de la mayoría de las disciplinas, la filosofía está exenta de demostrar su utilidad. A fin de cuentas, el acto filosófico está imbricado al hecho de pensar, a la capacidad para ubicarse en un plano que le permita al hombre tratar de entender ciertas premisas, pero por encima de todo, paradójicamente el querer cultivar la razón podría ser de los asuntos más estériles que existen.

Filosofar tiene sustento tangible cuando se convierte en una manera de conducirse, ya que el hombre que trata de cultivar las ideas debe al menos tener una disciplina personal mínima que le permita dedicarse a cavilar, reflexionar, ordenar sus pensamientos y contar con el imprescindible tiempo de ocio, sin el cual no habría ni razonamientos, ni producción, mucho menos escritura y ni hablar de producción de obras de carácter artístico. Recordemos el origen de la palabra: De ocio (Scholé griego) se deriva el término ‘escuela’. El equivalente entre los latinos sería Otium. Nada es más alienante para una sociedad que perder precisamente la posibilidad de disponer del ocio en el sentido griego, porque sólo a través de este precepto se puede argumentar, controvertir posiciones, producir intelectualmente, sembrar la disposición a la conversación, al sano debate y a la inteligente confrontación de conceptos.

Pensar conduce al arte (muchas veces son lo mismo) y en la medida en que lo artístico se convierta en utilitario, pierde su potencial creativo y queda confinado al uso que pueda tener. Se escribe porque se escribe y como ejemplo señalaré al viejo sabio y ciego Jorge Luis Borges, quien pasó su vida llenando páginas en donde la esencia de lo que plasma es precisamente la erudición en su representación más inútil. La sabiduría como máxima expresión de nulidad, a no ser porque uno podría entretenerse leyendo sus maravillosos textos, o ir más allá y quedar deslumbrado con su carácter estético. En este sentido su obra genera placer y, en definitiva, a lo Omar Khayyam en su Rubaiyat: El placer es el único consuelo del hombre.

En vida, Paul Gauguin no podía ser reconocido como pintor, porque la calidad de una obra es sólo el producto consensual de un grupo de supuestos expertos, a quienes se les atribuye el poder de decidir qué es bueno y qué no lo es. Paul Gauguin fue más perseverante que la “chusma” que le rodeaba y creyó en lo que hacía. Logra trascender con una estética que a veces pareciera no ser de este mundo, todo gracias a que le huía al utilitarismo impertinente que castra la capacidad de crear.

Un aspecto propio de lo civilizatorio es que tanto el pensamiento como la creatividad necesariamente requieren ser amorales. El prejuicio condena a quien se atreve a aventurarse por los caminos del buen entendimiento y cercena el bien más preciado del hombre sano: La libertad. Es por esta razón que los intereses intelectuales están reñidos con la idea del “compromiso”, porque ser libre (al menos intentar cultivar un poco de libertad), requiere ausencia de ataduras, llámense morales, ideológicas o dogmáticas. El espíritu libre no puede estar sometido a la limitante idea de que las cosas en general deben tener una especie de moraleja final (aunque la lleguen a tener).

El otro asunto propio de la cultura es que cualquier chaqueta de fuerza propia de nuestras costumbres es la amputación literal de la posibilidad de pensar. Atreverse a pensar es atreverse a deliberar y ello aterroriza a muchos, porque cuando revisamos nuestras creencias pueden ocurrir al menos dos fenómenos:

1.Que nos demos cuenta de que las cosas que cuestionamos son falacias sobre las cuales hemos estructurado nuestra apreciación del mundo, induciéndonos a asumir una visión más personal de las cosas.

2.Que ratifiquemos las lecciones aprendidas y confiemos más en aquello que terminamos ratificando como cierto. De esta forma sentimos el sosiego propio de la persona crédula.

Como corolario de estas líneas, es prudente aclarar que para mí la erudición jamás podría ser inútil. Sobran razones. Conocer por conocer puede conducir a la sabiduría y pretender cuestionar la capacidad intelectual humana puesta al servicio de un fin elevado es una necedad, porque sería creer que ser sabio es algo malo. Además, y desde una posición más pragmática, es posible que ser erudito y sabio haga a la gente feliz y si alguien alberga esta condición ¿quién se atreve a cuestionar la utilidad de la felicidad?


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 16 de noviembre de 2021.

Lectores y escritores de siempre

 


Si bien es cierto es muy difícil cambiar la realidad en la que estamos, no es deleznable tratar al menos de comprenderla. Con las tecnologías, nos planteamos el mundo desde infinidad de perspectivas, el intento por comprender el escenario que nos circunda y del cual formamos parte se asoma atractivo y hasta riesgoso. Son tantas las fuerzas que mueven las sociedades contemporáneas que nos invade el vértigo cada vez que tratamos de darle explicación a la vida en los tiempos que corren. Cada momento con sus particularidades y en cada tiempo las personas se van relacionando una y otra vez con los libros, con los que se van escribiendo y los que se han escrito. En toda la historia de la civilización, probablemente nunca se había escrito y opinado tanto sobre la propia contemporaneidad. Son múltiples los libros, artículos de prensa e infinidad de formas expresivas que tratan de darle sentido al tiempo en que vivimos.

Escribe y lee, que algo queda

En medio de esta circunstancia, hay un aspecto que sigue apasionando y es tratar de entender la dinámica humana, sus manifestaciones artísticas, pero particularmente la experiencia estética de la escritura. Tanto desde la postura de lector agradecido como desde el lugar que ocupa quien se encarga de escribir libros de papel o en otros formatos. Por mucha tecnología y mucho avance, sigue siendo la vocación de escribir un acto que continúa repitiendo sus principios básicos, de los cuales señalaremos algunos. Para escribir se necesita tiempo, incluso mucho tiempo. Concebir la idea, luego hilvanarla, corregirla, pulirla y hacerla presentable para el entendimiento ajeno continúa siendo un acto profundamente solitario. La soledad del escritor es el elemento primordial que ha de guiar su obcecada propensión a cultivar una disciplina que ha tenido grandes antecesores. Se redacta tratando de que lo expresado sea entendible, lo cual se reduce a que indefectiblemente se termina escribiendo para otros. Cuando se entra en la dinámica propia del acto artístico de escribir, nos planteamos el hecho de que eso que estamos haciendo no sólo debe ser entendible, sino que depende de la aprobación de un conglomerado, pues sin lectores, no hay escritores. Esa premisa ha existido y sigue prevaleciendo en nuestros días.

Leer y escribir

No es posible ser un escritor si no se es un avezado lector. Para poder componer se necesita leer mucho. Los grandes escritores de la historia de la humanidad han sido grandes apasionados del cultivo de la lectura. Lo que se lee puede tener cierto rigor de carácter ordenado y metódico o puede pasar por ser desenfadadamente desordenado, pero todo intento por expresar ideas pasa por el tamiz de cultivar el goce de disfrutar la larga tradición que existe alrededor de la letra impresa. La literatura es la puerta de entrada al mundo de las palabras. A mi juicio no existe otro camino para acercarse a la belleza de los términos y a la grandeza de las ideas distinto al universo literario. Son los libros de cuentos, novelas y poesía los que sientan las bases de todo el que pretenda acercarse al arte de escribir. Cualquier intento por cultivar la lectura pasa por surcar la literatura.

Se escribe aspirando poder publicar el producto de nuestro esfuerzo. Tampoco ha cambiado tanto el asunto, pues independientemente de la digitalización de las obras, sigue siendo el libro impreso, todavía en nuestro tiempo, la forma idónea de acercarse a una sólida formación cultural. Incluso si queremos publicar en versiones digitales propias de nuestro momento, la tentación de que el producto de nuestra vocación aparezca plasmado en papel sigue siendo atractivo y persiste al tener un carácter de vínculo insustituible, que no logra satisfacer la digitalización de las palabras. Lo consensual es lo que se edita. Las editoriales pasan los textos por el filtro de conceptuar lo que se considera de buena o mala calidad. Los consensos, históricamente hablando han sido determinantes para el curso de la escritura, considerando que se han cometido errores y no se la ha dado la justa dimensión a ciertas obras que han terminado por ser inmortales luego de haber sido objetadas. El caso de Carlos Barral rechazando Cien años de soledad y dándole consejos a García Márquez es un ejemplo.

De la mano de criticones y criticastros

Sin una crítica que someta a juicio lo que es bueno, no es posible consolidar obras. Sin crítica, la palabra escrita se empobrece, porque sólo en torno al juicio es que se puede destilar realmente aquello que nos ha de sobrevivir. Más y mejores críticos y más y mejores escritores, tal vez sea una consigna imprescindible en nuestra contemporaneidad. Viéndolo bien, independientemente de que podamos tener la capacidad o no de entender el momento en que transitamos por los caminos de este mundo que se muestra imperfecto, los retos a los cuales se ve enfrentado quien escribe no parecieran haber cambiado tanto.

 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 09 de noviembre de 2021.

¡Que viva la filosofía!


 

El cultivo del pensamiento filosófico occidental sigue siendo la bitácora para tratar de darle sentido a la dura cotidianidad del día a día, pues la confusión a la cual propende la contemporaneidad así parece exigirlo. Al anclarnos en la filosofía, las cosas pueden ser apreciadas con mayor claridad.

Filosofía: Al día y tomando café

Muy al contrario de la corta capacidad de entender lo que estaba ocurriendo a finales del siglo XX, cuando se proclamó  desde una envestidura con pretensiones hegelianas la idea de que la historia había finalizado y como consecuencia de ello, el pensamiento occidental habría de bajar la cabeza ante el triunfo del pragmatismo económico por encima de la capacidad argumentativa y racional que nos distingue como humanos, el siglo XXI se muestra cercano al pensamiento filosófico a fin de buscar las respuestas al sinfín de interrogantes que surgen diariamente. Paradójicamente y como contrapeso, este resurgir de lo filosófico como intento de dar luz a nuestros tiempos va de la mano con estruendosas formas de barbarie y resurrección de formas caducas de pensar. Si se llegó alguna vez a creer que la historia (y con ella el filosofar habían ¿finalizado?), la realidad ha demostrado exactamente lo contrario. La premisa bajo la cual sólo desde el pensamiento filosófico se puede efectuar el duro ejercicio de tratar de entender la realidad no sólo ha revivido con fortaleza, sino que en estos primeros años del siglo que corre, pareciera que la propensión al análisis desde la perspectiva de “lo total” cobra mayor vigor y arraigo. De allí que la filosofía siga metiendo su nariz cuando adopta su clásico y característico “punto de vista de la totalidad” en la forma de intentar observar al hombre y las circunstancias que lo determinan. Esa “totalidad” nada tiene que ver con que un solo hombre o un pequeño grupo dominen todos los saberes, pues sería risible tal pretensión. Lo filosófico lejos de cultivar la ultraespecialización sigue siendo un instrumento que permite la integración de distintas posturas y desmonta las falacias que presumen racionalidad.

Desde lo circense que podría resultar darle sentido a la política hasta el deseo de tratar de comprender los vertiginosos cambios en materia tecnológica, nada escapa a la necesidad de dar un mínimo marco conceptual a las distintas manifestaciones que hacen de lo humano una bola de enredos que el ejercicio de lo filosófico puede potencialmente mitigar. Desde tesis económicas que se estrellan contra la pared por falta de efectividad real, hasta el tratar de comprender la reaparición de conductas extravagantes; necesariamente se requiere del tradicional pensamiento occidental para intentar entender las circunstancias que determinan los caminos por los cuales transitamos en el siglo XXI. Desde los preplatónicos, hasta la investidura que le dieron Santo Tomás de Aquino y San Agustín a lo religioso, pasando por los Maestros de la sospecha hasta la labor que desarrollan Russell y Eco, pareciera que el marco conceptual se hace cada vez más necesario, ya sea para comprender, trastocar o justificar los hechos atinentes a la contemporaneidad.

Resucitan las ideas retorcidas

Llama la atención desde la academia que haya resurgido el malogrado pensamiento marxista en la que pudiese ser la más retorcida de sus interpretaciones. Existiendo dos elementos inherentes al intento de resurrección del marxismo que han calado con éxito en ciertos fanatismos, siendo notable su usanza desatinada y fuera de todo contexto histórico. El primero es el uso del vocablo “dialéctica”, que funciona a fines de confundir como una proposición contradictoria. A decir de nuestro recordado Juan Nuño, nadie se libra de esta plaga, que de las malas palabras que usamos en el día a día es la menos racional. El otro término que se usa en espacios poco cultivados que linda con pobreza de creatividad, es la idea de que el marxismo está ¿concebido científicamente? Aseveración que no tiene ni pie ni cabeza, lo cual hace que no sea un dogma, ni una teoría de ideas sino un ¿método? Pero no uno más de los que se ha cultivado a lo largo de la trastabillada civilización, sino que ha resucitado la rimbombante idea de que es “El método”, declaración propia de una secta.

Recordando siempre a Juan Nuño “ya hemos visto en qué ha parado aquel método y a qué pozo de miseria ha descendido la fulana ciencia marxista, que se las echaba de dialéctica (…) la sórdida mezquindad de la miseria humana, la más barata de las codicias, el desenfreno perverso de las más bajas pasiones. Es decir, lo que siempre ha sido la triste historia del hombre, ese largo cuento de ‘ruido y de furor’ ”.

Ante el desatinado marxismo sigue existiendo la filosofía, tal vez como último reducto para hacer balanza ante formas fanáticas de tratar de explicar las cosas. La filosofía para hacer contrapeso a la barbarie que sigue cundiendo, como las enfermedades infectocontagiosas y el mal gusto.


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 02 de noviembre de 2021.