Una
muchacha muy pero muy guapa iba caminando por la Plaza las Heroínas de la
ciudad de Mérida, en Venezuela. Vestía
pantalones y chaqueta de cuero negro bien ceñidos a su linda figura y no pude
dejar de mirarla. Estaba sentado en una de las muchas cervecerías que están en
ese sector turístico de mi ciudad natal, con una pilsen helada en la mesa, un
libro de Milan Kundera en la mano y un Romeo y Julieta en la boca. Ella sabía
que yo la observaba y me parecía que caminaba casi posando frente a mi mesa.
Finalmente, se acercó y me desafió a quemarropa: “-Dime algo que me
impresione”. Le contesté: “-Miaaaaauuuuuuuu…”. Ese día terminamos comiendo
pizza. Se lo comenté unos días después a una amiga y me dijo: “- Unjú. Pizza.
¡Un oso y una gata comiendo pizza!”.
Vivir en un parque temático
De
mi ciudad natal se pueden decir muchas cosas buenas. Con un cuarto de millón de
habitantes llegó a tener más de 35000 estudiantes universitarios provenientes
de los más variados lugares, lo cual la convirtió en un destino elevado,
cosmopolita y bohemio por antonomasia. En la Mérida del siglo XX se desarrolló
una manera de asumir la vida, pero por encima de todo, un respeto por el
conocimiento y la cultura que se ve en escasos lugares de la historia
civilizatoria. En esa urbe cultivé amores, adquirí compromisos y crecí como ser
humano en un ambiente que giraba alrededor de las cosas que siempre me han
gustado: La educación, los libros con sus buenas bibliotecas y librerías, el deleite
por la cultura, lo apacible y contemplativo de la existencia, las buenas
amistades, las fiestas con sus bailes, la curiosa gastronomía, las
interminables conversaciones con gente inteligente atraída por la magia de la
ciudad y los magníficos paseos y largas caminatas por senderos, montañas y
remotos parajes en donde los páramos con sus frailejones y la nieve de los
glaciares eran una invitación a ser feliz.
En
Mérida me enamoré, tuve los mejores amigos que ser humano pueda conocer y bajo
la sensación de que vivía literalmente en una burbuja escondida en el planeta
tierra, conocí personalidades curiosas y atractivas sin comparación.
Educación y conocimiento
Mérida
fue un lugar para pensar y disfrutar cada día, tratar de leer todos los libros
del mundo y escribir unos pocos; enriquecerse de un amor al discernimiento que
me llevaron a explorar los más apasionantes laberintos de esa dimensión que
llamamos conocer y que al fusionarse con la experiencia se traduce en
sabiduría. En mi ciudad natal no solo me hice de una formación académica que me
ha permitido ganarme la vida de manera honesta hasta el día de hoy, sino que
todo en mi localidad era una invitación para seguir volando en asuntos
atinentes a un desarrollo educativo, que me convirtieron finalmente en lo que
soy hoy en día: Un filósofo dedicado a pensar y a escribir, que se tuvo que
autoexiliar en tierras del sur del continente ante adversidades propias de la
existencia.
Cuando
mis amigos me contactan, me preguntan en qué asuntos estoy montado, porque
saben que la aquiescencia no me es propia y que no suelo dejar de abrir y
cerrar proyectos para entrar en otros, en una suerte de laberintos que conducen
a puertas y ventanas, subidas y bajadas que hacen que la vida sea movimiento y
acción. ¿Cuál es el mejor de los vinos? ¿Cómo te pareció esa obra? ¿Qué te
pareció tal serie? ¿Ya terminaste el libro del que me hablaste? ¿Qué inventaste
ahora?
Montañas y ríos límpidos
No
se podía ser de Mérida sin desarrollar fascinación por conocer sus espacios
circundantes. Hice montañismo desde temprana edad y los parajes y el sentido de
orientación en la más cerrada de las tardes de neblina me son familiares,
tanto, como el olor al aire de los páramos y el sabor del agua de sus límpidos
ríos, quebradas y lagunas. Llegar a casi 5000 metros de altura una y otra vez
me generaron una fortaleza que solo se puede desarrollar con algunos deportes y
lo más importante: Me hice amante de la montaña y sus extraños secretos hasta
casi disociarme con el placer que siento cada vez que me adentro en sus
espacios, muchas veces a solas, durante días enteros, desafiando ventiscas,
torrenciales aguaceros, granizadas y nevadas, para despertar disfrutando de
insólitos amaneceres y lanzarme de cabeza en una laguna casi congelada.
Entré a más de una cueva de proporciones difíciles de calcular y vi a más de una criatura viva que a duras penas puedo describir. Esa fascinación por lo que nos regala la naturaleza se ha vuelto casi una ceremonia espiritual en mi vida y será de las cosas que atesoro como grandes experiencias. Poder explayarme como el animal que soy en el más natural de los escenarios. De planes futuros y otras yucas mantengo la certeza de siempre: Se termina una meta o un ciclo de la existencia para entrar a otro, en un correteo que es la esencia del oficio de vivir. En ese andar, vamos lidiando con pesadumbres y certezas, cultivando cercanías y los más profundos afectos.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 19 de enero de 2021.
Extraordinario y muy grato escrito,que detrás del título El oso y La gata, nos deja saboreando. el escritor: es parte amena descriptiva y autobiográfica de su entrañable amor por la ciudad de Mérida, Venezuela ,su formación intelectual, la naturaleza y espacios académicos donde se formó y creció inicialmente. , sus vivencias y contacto con las montañas, fragancia de los páramos,las gélidas lagunas, la Universidad.todo un caudalde experiencias, apreciacion y amor contagiante. Felicitaciones
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