Incapaces
de deslastrarnos de maneras de pensar que permanentemente nos juegan en contra,
pareciera que estuviésemos anclados en una dimensión de carácter pendular en
donde un día estamos mirando para el norte y al día siguiente tenemos las
narices aplastadas contra el sur.
El
pasado está presente
Latinoamérica
tiene una enfermiza fijación por su pasado. Es como si existieses una tendencia
a la autoflagelación, en la cual lo que nos precede no es comprendido como un
proceso natural de cambio y crecimiento, sino como un abismo insondable que
debe martirizarnos. Se pierde demasiado tiempo y energía en un intento raro de
descifrar lo obvio y tratar de comprender lo que no requiere mayor capacidad de
entendimiento. Grupos enteros reniegan de lo que son y tratan de magnificar lo
pretérito como el condicionante del presente. Buen intento de librase de la
responsabilidad de ser diligentes con el tiempo y el lugar que nos ha tocado
vivir. Es tan extravagante el rechazo a lo que somos, que se cae en un
nominalismo compulsivo, donde le queremos cambiar el nombre a las cosas
pensando que con eso estamos modificando el origen del cual venimos. Difícilmente
se puede estar en paz como sociedad, si no somos capaces de entender que el
pasado tiene su justa y necesaria dimensión, sin complejos ni revanchismos. Atacar
el pasado es agredirnos con el látigo flagelante de los enajenados. Esa actitud
es propia de sociedades primitivas y malsanas en donde de manera compulsiva se
apela a lo simbólico y no se aterriza: Demasiados pajaritos preñados y poca
capacidad resolutiva.
¿Compárate
que algo queda?
Que,
si los japoneses, los islandeses, los daneses, los suizos, los noruegos, los
suecos y cuanto grupo humano idealizado como modelo nos pasan por la cabeza, lo
asumimos como el norte y punto final a donde debemos llegar. Tamaña
desproporción, de lo que conceptuamos como meta y lo comparamos con los que
somos, no puede llevar sino a una eterna repetición de errores en torno a lo
mismo. Al final, cada sociedad va labrando su calzada dependiendo de los
recursos con los cuales pretenda progresar, siendo el principal de todo el
talento humano. Un talento que se mide por su nivel educativo y en la medida en
que una sociedad invierta en educación, su grado aspiracional puede ser
potencialmente mayor. En materia educativa, los resultados benefician a todos.
De ahí que no invertir en educación es una manera de autodestrucción. Cada
pueblo ha de conseguir la fórmula que lo hará llegar al destino que
colectivamente va haciendo cada día. Los calcos y remedos no aplican, de ahí la
importancia de contar con gente capaz.
La
paradoja perfecta
Privilegiados
por los esfuerzos que en materia educativa se hicieron durante el período del
bipartidismo del siglo XX venezolano, para poder conseguir trabajos sencillos
en otras latitudes, muchos de nuestros compatriotas se ven forzados a ocultar
su nivel educacional. Venezuela es el más impecable ejemplo de cómo una
sociedad puede llegar a tener altos niveles aspiracionales. La movilización
social generada en el siglo XX, gracias a lo que se invirtió en educación,
generó lo que bien pudo ser una potencia en el subcontinente. Lo que vemos en
la actualidad es el ejemplo de lo que no se debe hacer, la prueba tangible de cómo
una sociedad, habiendo llegado a la mayor perfectibilidad como sistema,
precisamente se desmorona por no haber sabido guiar la recta final hacia una
mejor nación.
Grandes
olas de venezolanos recorriendo el planeta es la marca de Caín que nos ha
caracterizado. Un fenómeno migratorio como el ocurrido en Venezuela, no ha
dejado de ser interesante acontecimiento para ser analizado en importantes
centros de investigación. De nación potencia a “objeto de estudio” es la dura
realidad que nos caracteriza. Se espera que cuando pase la pandemia y producto
de la crisis económica global, la estampida de venezolanos buscando mejor
porvenir aumentará las carreteras, puertos y aeropuertos de los confines del
planeta. Por ser la región el destino más cercano, es inconcebible que no se
hayan preparado las naciones para establecer un plan de contención para las
enormes masas de connacionales que saldrán del país. Trámites de rigor como los
respectivos permisos de trabajo, ya deberían ser parte de cualquier política
migratoria de los países que habrán de recibir venezolanos por montón. La
terquedad con la cual se voltea la mirada y se cierra los ojos ante lo que
ocurre en la nación caribeña es de los desatinos más grandes de la historia
contemporánea.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 03 de noviembre de 2020.
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