Apuntes autistas y Alberto Fuguet

 


Hace poco terminé de leer el libro Apuntes autistas del escritor chileno Alberto Fuguet, un talentoso escritor, cineasta, escritor-cineasta, que trata de desentrañar a través de este texto, múltiples aspectos atinentes a cuatro actos propios del “buen” (intenso) vivir:

Los viajes, el disfrute del cine, la experiencia de leer y el arte de narrar.

Fuguet nos presenta en el texto Apuntes autistas su vivencia en relación con los viajes. Los mismos lo han convertido en inmigrante que termina reencontrándose con su chile natal. Además, viaja con frecuencia por ser experto en cine, haciéndolo proclive a ser invitado como jurado de eventos, formando parte de la mejor crítica cinematográfica contemporánea.

De la experiencia con el cine surge la inevitable inclinación de volverse un auténtico “cinépata”, que termina haciendo películas, abandonando la inicial crítica escrita sobre tanta y tanta película vista para transformarse en cineasta. La doble visión de crítico y posterior realizador de filmes le da una perspectiva completamente diferente del arte. Una cosa es ver una obra artística y opinar en torno a la misma y otra es ser artista y “arremangarse las mangas” para realizar una película. Son dos visiones muchas veces antagónicas.

Resalta en este texto su gran admiración por el controversial y “escandaloso” Woody Allen (Fuguet le realiza una curiosa entrevista al cineasta norteamericano), surgiendo afirmaciones tajantes en relación a qué ofrece el universo del cine para quien pueda llegar a disfrutarlo. La “oferta” incluye el goce y la reflexión. 

Es valiosa la vinculación que hace Fuguet entre el buen cine y “la familia”. La familia como tema para ser explorado y explotado por lo mejor de la filmografía de todos los tiempos. Este punto en particular me dejó muy impresionado. Creo que es cierto y que el tema “Familia-Cine” no sólo marca la historia de la filmografía sino que de las mejores experiencias de mi vida está la de haber acudido al cine “en familia”.

En relación a las lectura y al acto de leer, el escritor chileno llega a un nivel contagioso de angustia, cuando manifiesta sus ideas en torno al hecho de que los grandes lectores, los lectores de los grandes libros (los agradecidos por el arte literario), están desapareciendo irremediablemente para dar paso  a  un  enjambre  de  personas que persiguen la lectura “fugaz”, sin las ambiciones del que ama con pasión a la palabra escrita.

Son atinadas las afirmaciones sobre Paulo Coelho, así como lo que opina sobre su paisana: Isabel Allende. En lo personal comparto con Fuguet la idea de que Paula es una notable novela. Pienso que es una gran obra literaria, de antología universal, que lastimosamente ha sido opacada por una crítica que no acepta que un buen escritor sea un vendedor de libros como si fuese pan caliente. Isabel Allende será inexorablemente recordada y admirada por Paula. Del resto de su obra se ocupará el tiempo.

Por último, y a la vez inmerso en todo el texto, está el asunto de narrar y de la distinción entre escritor y lector que forma una dupla que casi nunca se conjugan en un solo ser. Si bien necesariamente se es un gran lector para escribir, no debería forzosamente plantearse la idea de escribir a quien le place leer. De hecho, es notable la manera como Fuguet asume el asunto de que los escritores están desfasados de una realidad que no sólo los hace ajenos a lo que los circunscribe, sino que cada vez más, el escritor es un disociado. Este discurso del chileno es propio de quien se dedica a pensar sobre el asunto de escribir. Sin embargo, aunque suene paradójico, no creo que sea de interés para quien escribe. El vínculo con la escritura es un acto inevitable. El escritor se encuentra envenenado por la terrible y demencial atmósfera que embarga a quien se encuentra atado con la palabra.

La literatura es, para quien escribe, su hermano inseparable. Incluso un “monstruo”… pero por encima de todo, un hermano.

 

 

Publicado en el texto de mi autoría Para todos y para ninguno y otros ensayos. Consejo de Publicaciones de la Universidad de Los Andes. Mérida. Venezuela. 2015.



jueves, 27 de agosto de 2020

Traiciones de la cotidianidad


Hace tiempo, un distante conocido me llamó de manera muy protocolar para regalarme un libro e invitarme a cenar. Fuimos a comer una focaccia, plato gastronómico de elaboración primitiva y origen antiguo, para exploradores de la gastronomía clásica. La invitación era en realidad una estratagema para hacerme una consulta que por otros medios tal vez no hubiese accedido. El hombre, ya viejo y desgastado por tantas horas sin dormir, me hizo la interrogante cuando le di el primer mordisco a la focaccia servida.

-“¿Cómo haces para lidiar con la envidia de los demás?”- Fue la pregunta tajante que me lanzó a quemarropa. Dos fueron mis respuestas cortantes. -Primero, trato de lidiar con mi propia envidia. -Segundo, no me siento envidiado por nadie. Con cara de haber perdido su inversión en mi cena, apuró la conversación y tranquilo, terminé por degustar el plato. Más nunca lo vi y por lo que sé de él, es difícil envidiar su vida, mediocre, opaca, a la sombra y tratando de impresionar a los demás para intentar generar una buena impresión.

¿Es la traición un elemento propio de las relaciones interpersonales? ¿Cómo saber en quién podemos confiar y en quién no? ¿Debe ser la desconfianza permanente una manera de conducirse que marque nuestro sino interrelacional? ¿Se puede vivir con desasosiego, atrapados en una eterna desconfianza que hace sombra?

De tanto llevar trancazos basados en la confianza interpersonal, terminamos por desarrollar una especie de Teoría Universal de la Traición. De no teorizar en torno a este asunto, corremos el riesgo de tropezar eternamente con el mismo peñasco. Teorizando, podemos tener claras ciertas posturas y establecer las previsiones de rigor. Cada uno tenderá a hacer su propio laberinto de respuestas, basadas en la experiencia particularísima que individualmente vayamos desarrollando y cosechando, dependiendo de las vivencias que cada uno haya tenido.

En primer lugar, y en términos generales, es imprescindible confiar en los demás para poder sobrellevar los asuntos propios de la existencia. Confiando, establecemos elementos mínimos de certeza, los cuales son imprescindibles para desenvolverse con cierta soltura. La ausencia de confianza genera de por sí una inestabilidad de base cuando es mantenida en forma permanente en el curso del tiempo. Desconfiar eternamente es una forma de amargura.

El problema radica en que la confianza necesariamente depositada puede o no ser vulnerada. En la apuesta a la confianza siempre estará presente el sentido común y la extraordinaria dimensión que llamamos intuición: la intraducible expresión de pensar con “la guata”, como dicen al sur del continente. La vulneración de la confianza tiende a crear una especie de bola de nieve de posición en torno a la existencia. Suerte de arena movediza de desconfianzas crecientes.

En caso de no ser vulnerada, se corrobora lo bien que hicimos en confiar en el otro, lo cual hace que los vínculos se fortalezcan y ganamos todos. Pero… cuando la confianza es vulnerada, la posibilidad de poder generarla nuevamente se vuelve cuesta arriba y muy difícilmente se puede llegar a reconquistar. Esa confianza depositada se torna necesariamente en un asidero de buenos deseos que imperiosamente debe abonarse y bajo ninguna circunstancia romperse, pues las consecuencias son irreparables.

La confianza vulnerada es como si se lanzase desde un edificio de 100 pisos un jarrón chino y nos diesen por tarea el tener que armar los pedazos: muy difícil, por no decir improbable o sencillamente imposible. De ahí que somos lejanos cuando generamos confianza y cercanos si somos capaces de construirla.

Desde que tengo memoria he tenido los mismos amigos de siempre. Seis en total, que el tiempo y sus circunstancias han hecho que nos vinculemos y nos desvinculemos conforme pasan los años. ¿Qué ha permitido que sigamos siendo amigos durante toda una vida al punto de que cada vez que nos reencontramos es como si nos hubiésemos visto el día anterior? Sin dudas que haber apostado a una confianza que la vida ha puesto y sigue poniendo a prueba insistentemente, sin que pueda hacer mella, sin distanciarnos, sin poder generar situaciones de vulnerabilidad en la cual salgamos lastimados. Así es la vida.

Hay una desconfianza básica y defensiva, de carácter incluso animal, que hace que un niño, por ejemplo, a partir de los 8 meses de edad llore ante el hecho de que un extraño lo tome en brazos. La naturaleza en ese sentido nos dio la sabiduría instintiva de ser desconfiado ante quienes no son cercanos.

El trastocar la confianza y la envidia van de la mano, parejitas como gemelos siameses. La mejor pizzería del mundo se encuentra en la ciudad de Mérida, Venezuela, en un local al lado de mi consultorio. Abre de martes a domingo a las 6 de la tarde y luego de terminar mi jornada laboral, una pizza con la mejor salsa y los mejores ingredientes me acompañaba cada tarde, en la cual me vencía el apetito.

 

 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 12 de marzo de 2019.

 


La fulana contemporaneidad


Si algo caracteriza al ser humano de inteligencia promedio es la necesidad de tratar de darle explicación a las cosas, intentar conocer las circunstancias que le rodean, esgrimir multiplicidad de argumentos que le den sentido a su vida, todo lo cual conlleva a que termine creyendo en lo que serán las bases del mundo que lo sostiene. Lo importante es creer, aunque sean falsedades. 

A fin de cuentas, el hombre es, ha sido y será un animal. Es esta su condición básica. Por razones que no sabemos, desarrolló un lenguaje hiperelaborado” que incluso se tradujo en escritura. El desarrollo del signo atinente al lenguaje es la marca que lo distingue y persigue. Es esta condición dual de animal-racional, la que ha hecho de nuestra especie un ente difícil de comprender. Por una parte, está la parte animal, en la que lo pulsional y el deseo prevalecen; y por otra, la parte racional, preñada de culturización, que está en conflicto permanente con el deseo. Dura dualidad que coloca a la persona en un permanente conflicto. Una cosa es lo que se quiere y otra lo que se debe.

Son muchos los intentos de tratar de dar una explicación a esta condición que caracteriza al ser humano. Desde lo religioso hasta lo filosófico, el hombre es para cualquier estudioso, una tinaja (como la de Pandora), que al abrirla plaga todo de aparentes contrasentidos y múltiples dualidades.

Pero en su naturaleza profunda, pareciera que el ser humano abrigar elementos como la solidaridad, que le permitieron en sus tiempos remotos cazar en grupo, todo ello para alcanzar el fin último: La supervivencia.

El rito ha formado parte de la condición humana, apaciguando su ímpetu animal, y si bien es cierto que pareciera un ser profundamente contrariado por su naturaleza, también pareciera ser adepto al anhelo de que ocurran cosas que le favorezcan. Eso ha recibido el nombre de “esperanza”.

Cuando el hombre se considera ajeno a lo espiritual, tiene la necesidad de racionalizar, o sea esgrimir argumentos para justificar la ausencia o presencia a medias de esa función espiritual. Ello conlleva a tener que replantearse la existencia, apareciendo la política, las ideologías y el auge de extrañas creencias, como, por ejemplo, ciertos cultos religiosos, como recursos que satisfagan la mengua aparente de la función espiritual. El hombre tiene la necesidad imperiosa de creer, o en su defecto, convencerse de su ausencia de creencia, que, aunque parezcan contrarios, son cabeza y cola de lo mismo. La racionalidad humana ha llevado a que muchos se consideren incapaces de comprender la dimensión denominada espiritual, lo cual recibe el nombre de agnosticismo.

Básicamente, el agnosticismo es la doctrina filosófica que declara inaccesible al entendimiento humano toda noción de Absoluto, Infinito y Dios. Cuando se asume desde una actitud positivista circunscribe y se reduce al conocimiento de lo fenomenal y relativo. El término se debe al biólogo británico Thomas Henry Huxley y fue adoptado por Darwin y Spencer. Muchos han visto en la filosofía de Kant (Crítica de la razón pura) una base para entender el agnosticismo.

Todos son intentos tímidos que no terminan por descifrar enigma alguno y sólo crean espejismos que tratan de satisfacer una condición que es consustancial a nuestro centro íntimo. Con tantos años trajinados, el hombre contemporáneo, sigue arrastrando todas estas características, con una condición que lo hace aun más extraño: Es incapaz de comprender su propio tiempo, o sea, el hombre no tiene la capacidad para comprender el momento que vive, precisamente porque lo está viviendo. Desconoce los alcances de lo que está haciendo. Motivo por el cual, de manera paradójica, cualquier hombre de su tiempo es ajeno a su tiempo. Esa condición lo hace replantear y cuestionar lo que vive, puesto que su naturaleza hace que sus propias vivencias le sean ajenas e ininteligibles. De lo contrario, no cuestionaría nada. La pobre capacidad de entender lo que nos ocurre conlleva al acto filosófico.

En el siglo que nos ha tocado, el XXI, ocurrió un fenómeno muy curioso y es que ante el fiasco de la puesta en práctica de múltiples creencias (desde ideologías hasta religiones tradicionales), se opta por:

1)Mostrarse distante frente a lo ideológico o religioso. De esta postura surge multiplicidad de enredos conceptuales en un intento generalmente insulso de crear una especie de espiritualidad sin bases que la sustenten.

2)Retomar antiguas creencias, tanto ideológicas como religiosas. Eso explica el hecho de que algunas ideologías que se consideraban absurdas, puesto que su implementación en el siglo XX resultaron ser un estrepitoso y sangriento fracaso, propendan a resucitar. El caso emblemático es, por supuesto el marxismo que trata de existir, dando las pataletas de rigor.

Todo para poder tener la sensación de que la función mental-espiritual esté rellena con cualquier cosa. Sea porque se asumen posturas o se cree que se rechazan.

 

 

Publicado en el libro de mi autoría Para todos y para ninguno y otros ensayos. Consejo de Publicaciones de la Universidad de Los Andes. Mérida, Venezuela. 2015.

 

Star Wars y Freud


Sigmund Freud es una de figuras que más ha condicionado la manera de entender al ser humano y sus vínculos con la cultura universal. Se puede estar de acuerdo o no con su legado. Lo cierto es que forma parte de la manera en que nos comunicamos cada día, incluyendo las expresiones coloquiales.

En mi libro Psicología. Lecturas para educadores (Consejo de Publicaciones de la ULA. Reimpresión 2015), expongo mi posición en relación con las potenciales críticas que desde lo epistémico se pueden hacer al psicoanálisis. Pocas obras han generado tanto escándalo, polémica, rechazo y seguidores profundamente convencidos, como las tesis del médico y filósofo Sigmund Freud.

Lo “psicodinámico” ya venía sembrado en la civilización desde la existencia del mito, lo cual nos precede porque se encuentra inserto en la cultura desde que en la misma surge lo “fantástico”. Además de que es vislumbrado, entre otros, por filósofos relativamente recientes como Arthur Shopenhauer y Friedrich Nietzsche. De hecho, el mismo Freud señala que muchos de sus aportes ya habían sido prefigurados incluso en la cultura popular, como bien aclara al primer volumen de La interpretación de los sueños, un ícono gráfico representativo de los más relevantes textos escritos en la historia de la humanidad.

Es tanta la influencia del psicoanálisis en nuestra vida cotidiana, que se habla de aquello que hacemos o decimos “sin querer queriendo”, además de que es profusa la relación que establecemos cuando señalamos que a veces hacemos o pensamos en cosas que se encuentran ajenas a la razón, siendo el mundo “inconsciente” una representación que con frecuencia evocamos, incluso con mayor convicción que cualquier capítulo de “historiografía” con la cual se nos intenta hacer comprender el por qué y el sinsentido aparente de las cosas.

De todos los aportes y señalamientos hacia quien ha sido denominado el padre de la psicología moderna, sin dudas que el que más controversia genera, entre otros motivos,  por elementos de carácter epistemológico, es precisamente la tesis del Complejo de Edipo, en la cual se apela a la tradición mitológica para explicar una determinada propensión (pulsión) que según Freud determina la estructura de nuestra forma de vincularnos con los demás y de aceptarnos (o no), con toda la psicopatología que habría de acompañar al bípedo que de manera torpe ha intentado y sigue intentando dominar la naturaleza.

No podía escapar a una de las producciones cinematográficas que más dinero ha generado en la historia de la industria del denominado “séptimo arte”, el épico final en donde el hijo y el padre se enfrentan en combate mortal, Luke Skywalker derrotado en desigual contienda por su padre biológico Darth Vader, en clara representación de la dimensión “edípica” de confrontación y eterna vinculación de amor y odio entre padres e hijos, que incluso en las aparentemente banales películas de Hollywood, así como en las telenovelas latinoamericanas, aparece y reaparece con el consiguiente impacto que lo mítico garantiza.


Desde El derecho de nacer, en la cual el joven doctor Albertico Limonta decide donar su propia sangre a Don Rafael, quien quería su muerte para evitar una vergüenza en la familia, hasta Star Wars, el asunto de enfrentamientos con elementos de carácter parricida y filicida, es una constante que hace su aparición con una frecuencia que no sólo es seductora sino que es incomparablemente escandalosa.

Para Freud es la idea de incesto-envidia, el elemento clave, determinante, que condiciona, marca y fija la visión del mundo para cada uno de los que en buena lid lograron o no pudieron cerrar el ciclo vital en donde lo edípico hace su aparición.

Edipo Rey de Sófocles, junto con Medea de Eurípides, constituye los mitos más severos de lo que se conoce como la “tragedia griega”.

Desde lo freudiano se ratifica que los hombres no somos capaces de entender la realidad que vivimos, porque no somos conscientes de ella, como no lo fue Edipo, quien en su esplendor como rey de Tebas y esposo de Yocasta, trata de conseguir un remedio contra la enfermedad” que asola a la ciudad. Al investigar la muerte del rey anterior (Layo) descubre la verdad: Edipo es el asesino que él mismo busca, Layo era su padre y esposo de Yocasta, quien es al mismo tiempo su actual esposa y madre. Yocasta se suicida y Edipo se ciega como castigo.

En Star Wars o en El derecho de nacer, cuando la relación de extrema tirantez hacia lo que representa la figura parental hace su aparición, quedamos deslumbrados como espectadores de un “teatro” que en realidad forma parte de la vida y de nuestros más profundos temores y rechazos que han estado vinculados con la civilización, no sólo desde lo mitológico, sino desde el seno del más tradicional pensamiento occidental, sea para refutarlo por abominable o para aceptarlo como una fuerza que se relaciona con el destino, que al parecer de muchos, luce inexorable.

 

 

 

Publicado en el libro de mi autoría Para todos y para ninguno y otros ensayos. Consejo de Publicaciones de la Universidad de Los Andes. Mérida, Venezuela. 2015.

 


sábado, 15 de agosto de 2020

Babel a ras del suelo


Cargado de simbolismos castellanos” y aderezado con militarismos americanos, a duras penas y con mucho esfuerzo entendemos la lengua con la cual tratamos de defendernos día a día, eso sin ceñirnos a la obligante moda discursiva impuesta por el hampa internacional y los íconos juveniles que trastocan el lenguaje de manera exponencial.

Creo que gran parte de lo existente en lo discursivo” se maneja a nivel de estafa, de embuste, de mentira, de falsear el sentido, de contrariar a través de lo retórico la esencia misma de lo real. De ahí un elemento atinente al éxito de lo humano en su sentido “humanístico” clásico y de ahí su trágico destino.

¿Quién, siendo venezolano, comprende el idioma “español”? Comenzando por esa tontería llamada gramática que, como bien han dicho tantos antecesores, es una excusa para explicar los sinsentidos del lenguaje. ¿Cómo justificar que la letra “h” es muda y paradójicamente pretender que escribe correctamente quien la usa? En Madrid, una que otra vez algún colega llegó a decir que mi castellano era arcaico y que desconocía el significado de lo que a su parecer era el habla coloquial castiza americana.

Durante algunos años me dediqué a estudiar griego antiguo y descubrí que las raíces de casi cualquier cosa que dijera venían de ese sustrato que no sólo nos vincula con una cultura, sino que nos permite tratar de interpretar aquello que tratamos de decir. La sensación que me quedó es la misma que la que viví siendo niño en Nueva York: Sólo conoce una lengua quien es artífice de la cultura de quien la practica.

El conocimiento de idiomas en general es imposible a menos que nos hagamos copartícipes y creadores de la cultura en la cual nos zumbamos de cabeza. Si interpreto un simbolismo azteca es interpretación por encima de cualquier cosa, porque nada me es más ajeno que el preciso hecho de ser azteca. A lo sumo soy merideño de Mérida y puedo vincularme con alguien de mi propia ciudad. A veces, cuando viajo a Margarita, necesito pedir explicación de lo que me dicen porque me es ajena la forma de hablar del oriental, ya que sustancialmente no formo parte de esa cultura. -¿Cómo está todo?, -Todo bien-, respondemos sin ambages en estas serranías, aunque la vida se nos esté haciendo migajas, puesto que es consustancial al hecho de ser andino el tener propensión a “no soltar prenda” acerca de nuestro mundo interior.

Si, como venezolano, me es ajeno mi vecino connacional, ¿cómo podría pretender atreverme a entender lo que quiso decir Homero? ¿O Plinio? O, siendo crudo, Heráclito o Parménides.

Soy de los que piensa que quien no pertenece a la cultura de la lengua de un determinado lugar y momento, necesariamente es ajeno a ello. Por eso un traductor es simplemente un intérprete y un filólogo es un malabarista del lenguaje que inexorablemente miente.

¿Quién puede decirme qué significa la cólera de Aquiles a menos que sea un contemporáneo griego? Lo dice quien se debate en el duro tránsito citadino, ha vivido en unos cuantos lugares, maneja alguna lengua y maltrata una que otra jerga. Lo dice quien ha intentado traducir a Aristóteles a mandarriazos” y ha leído decenas de traducciones de Saint-Exupéry que se contradicen una tras otra. Lo digo desde la perspectiva del lector que se ha acercado a las versiones bíblicas tan contradictorias como ridículas.

¿Cómo entender que hay centenares de maneras de entender a Friedrich Nietzsche dependiendo del traductor o miles de formas de replicar lo que dice Dostoievski? A esta edad de mi vida creo que no hay mayor estafa que la interpretación llamada traducción. Bien lo dice el adagio italiano traduttore, traditore, lo cual no pasaría de ser una frase ingeniosa si no fuese por la enorme tragedia que en ella está implícita.

Para los colombianos, el realismo mágico “garciamarquiano” es una fiesta. Para los rusos es un drama. Para los latinoamericanos, Crimen y castigo es una novela, mientras para los rusos se trata de una obra filosófica sobre la moral y uno de los aspectos filosóficos más trascendentes: La ética.

Total, que en pleno siglo XXI la comunicación” sigue distanciándonos, con traducciones Google y todo, porque el lenguaje no tiene absolutamente nada que ver con la manera de decir las cosas, sino con la forma en que estructuramos la vida, la existencia y la totalidad de la cultura de la cual somos partícipes. El lenguaje es la representación del pensamiento que surge de la civilización a la cual pertenecemos. Por eso nos es tan propio el nuestro y distante el que proviene de otro origen.

Me dediqué a los idiomas para alejarme de Ramos Sucre. Me acerqué a los idiomas para aproximarme a la gran comparsa de farsantes que creen que lo filológico es posible. Tratar de entender el origen mismo de aquello que nos proponemos es como hacer historiografía o declarar ciencia a la política. Un timo más, como decía mi admirado y ajeno Nietzsche, inherente a lo humano, demasiado humano para mi gusto.



Publicado en el libro de mi autoría Para todos y para ninguno y otros ensayos. Consejo de Publicaciones de la Universidad de Los Andes. Mérida, Venezuela. 2015. 


lunes, 10 de agosto de 2020

Todos somos venezolanos


Hay muchos que presumen el haber tenido una abuela sabia que dejó un legado lleno experiencias que nutren y cohesionan a los miembros de la familia. En mi caso tuve la fortuna de haber tenido dos abuelas que imprimieron sus palabras a sus descendientes y cada día que pasa solemos recordar sus enseñanzas. En este texto me referiré a una de las muchas cosas que aprendí de mi abuela materna.

Venía del horror de la segunda guerra mundial en donde ya se había vuelto costumbre el abrir la puerta de la casa con una escopeta en la mano, ‘sólo por precauciones mínimas’. El abuelo había estado en el frente de guerra desde 1939 hasta 1945, pero además había servido cuatro años antes en Libia, lo que sumaba once años de beligerancia en la vida de un hombre que murió alrededor de los cincuenta años de edad.

Se trataba de una familia que llegó al mejor país del mundo llamado Venezuela, en donde se abrían todas las puertas del futuro y esperanza para quienes huían de la muerte, la ruina y la desventura. Soy descendiente de la estirpe de emigrantes que formamos parte del universo de interrelaciones culturales y étnicas que nos hacen copartícipes de una sola manera de ver la vida y entender que los seres humanos solamente podemos ser de un tipo y las divisiones no tienen cabida. Somos hijos de los sobrevivientes de las causas perdidas que una y mil veces han trastocado los destinos de la humanidad.

Cuando un pueblo es perseguido o amenazado, sencillamente siento que pertenezco a ese pueblo, porque en mis raíces parentales la supervivencia es el fin último de todos los proyectos trazados. Resulta que el tío Pepe, recientemente fallecido, siendo el mayor de los hijos de mi abuela, se vio forzado a trabajar a mediados del siglo pasado en las tortuosas rutas comunicacionales del estado Lara, manejando camiones desde que era apenas un muchacho, con un permiso especial, llevando mercancías desde Quíbor hasta Humocaro Alto, pasando por Cubiro, Sanare y pernoctando incluso en las tierras portugueseñas de Chabasquén y Biscucuy. Quiso la mala fortuna que con un camión recién comprado y esquivando una roca en tan intrincadas carreteras, se volcó al precipicio y quedó guindando de la rama de un árbol por el ruedo del pantalón.

Pasaban y pasaban los viajeros que con temor se asomaban a ver al muchacho colgando a punto de perder la vida. Se iban amontonando al borde del abismo a mirar lo que sería un trágico e inexorable desenlace, hasta que un par de robustos jóvenes, acaso un tanto mayores que mi tío y que apenas hablaban español, se lanzaron amarrados de una larga soga arriesgando sus vidas para rescatarlo. El tío Pepe salvó la vida de esta forma y cuando el par de hermanos llegó a la casa de mi abuela después haberlo socorrido, el decreto de la nonna, luego de conocer su procedencia, no se hizo esperar: “En esta familia todos somos sirios”.

Desde ese día, unos europeos llegados a América de los cuales soy descendiente, hicieron amistad, cultivaron el respeto e incluso el parentesco con árabes provenientes de Siria. Siendo fieles al legado de mi abuela, no sólo cultivamos el aprecio por quienes son mis hermanos anímicos, sino que comparto su sufrimiento, porque no se es humano si no se es solidario con el dolor de quien por desventura le toca vivir la trágica experiencia de la guerra y el peregrinaje como emigrante que busca un mejor porvenir para su descendencia.

Desde lo ético, que es el ejercicio intelectual que está por encima de la moral, somos venezolanos porque nos solidarizamos con el que es perseguido por la barbarie y a duras penas sobrevive a un “viaje” injusto. Desde nuestros más originarios confines espirituales somos universales porque descendemos de la misma tradición que señaló que sólo existe un Dios y que está representada en la misma raíz que es Abraham, que es el profeta que une el judaísmo, el cristianismo y el islam. Desde lo fraternal, porque mi padrino es sirio y es uno de los ciudadanos más correctos y ejemplares que he conocido en mi vida.

Somos de todos lados, porque somos cosmopolitas y revisando mi árbol genealógico hasta donde se pueda, mi Péres es en realidad con “s” y no con “z” en un intento de mis predecesores judíos sefardíes que trataban de ocultar su origen cambiando la última letra del apellido para protegerse de las persecuciones religiosas.

En lo particular soy islámico, judío y cristiano, porque soy venezolano, porque sólo se puede ser una persona honesta cuando no relegamos a nadie por su origen. Menos aun siendo procedente de todas las maneras étnicas de expresarse un mestizaje infinito, sin posibilidades de desligarme de cualquier manifestación de lo que pretenda ser humano. 

Ser ciudadano, a veces, necesariamente implica no pertenecer a una ciudad o a un país en particular. En ocasiones ser ciudadano de cualquier parte es un asunto supramoral”. Un imperativo categórico que está por encima de cualquier posible diferencia aparente.

 

 

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 06 de noviembre de 2018.

 

Enlace:

https://www.eluniversal.com/el-universal/24998/todos-somos-venezolanos

  

jueves, 6 de agosto de 2020

La inteligencia se llamaba Juan Nuño


Una de las fortunas con las cuales ha contado nuestro país, es la de haberse nutrido de infinidad de inmigrantes europeos que arribaron a nuestra tierra como consecuencia de tragedias bélicas ocurridas a lo largo y ancho del siglo XX.

Son muchos los extranjeros que hicieron de nuestra nación su propia patria, al punto de tener descendencia en Venezuela y facilitar un mestizaje que día a día trata de seguir construyendo el país que tenemos. Grandes las personalidades y múltiples los nombres de los cuales Venezuela se logró enriquecer. Desde la presencia de temperamentos vinculados con la dinámica económica, hasta lo más relevante del pensamiento venezolano, particularmente en el campo de la filosofía. Uno de esos hombres que dejaron un legado como maestros de generaciones de connacionales es el legendario filósofo Juan Nuño, nacido en Madrid el 27 de marzo de 1927 y arribado en nuestro país como resultado de la terrible guerra civil española.

En la década de los años ochenta del siglo pasado, el Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario de Los Andes, trajo como invitado a Juan Nuño a efectos de dictar un par de conferencias magistrales en la ciudad de Mérida. Al segundo día de estar en mi ciudad natal, un grupo de jóvenes entre los que se encontraban Daniel Márquez Bretto, Jesús Alberto López Cegarra y un servidor, le hicimos una entrevista al destacado profesor de la Universidad Central de Venezuela. El encuentro no pudo ser mejor, pues Nuño fue de una amabilidad y receptividad que se aprecian y recuerdan con frecuencia. En esa época estudiaba medicina y los amigos de mi generación éramos polémicos entusiastas estudiosos y devoradores de cuanto libro nos caía entre manos. Fue inicialmente a través de los conspicuos artículos que semanalmente aparecían en el diario El Nacional como supimos de la existencia de Juan Nuño y luego nos leímos los textos que había escrito.

Eran tiempos turbulentos, marcados por “el eclipse del marxismo”. El partido comunista italiano, después de haber llegado a ser uno de los más importantes del mundo se desmoronaba y el muro de Berlín caía estrepitosamente bajo la mirada estupefacta de quienes creyeron en la farsa que hasta el día de hoy nos persigue: El marxismo.

Juan Nuño llegó a representar para toda una generación de venezolanos la inteligencia puesta al servicio de la crítica a través del ejercicio indómito de pensar. Nuño simbolizaba lo más granado de la intelectualidad en Venezuela para la época y sus objetivos de cuestionamiento eran consustanciales a lo que él consideraba el fundamento del proceder filosófico: La sospecha. Tesis  cultivada al extremo por Juan Nuño.  La polémica llevada a su máxima expresión. Inteligencia e ironía, sarcasmo de inmaculado tejido con dominio magistral del castellano, lo cual no sólo era esplendoroso en sus textos, sino en sus conversaciones habituales.

En esa entrevista grabada, nos dijo Juan Nuño que luego de haber ganado el premio Rómulo Gallegos, Mario Vargas Llosa le manifestó sus deseos de quedarse en la Universidad Central de Venezuela dando clases y de cómo finalmente tomó la decisión de marcharse. A mi juicio, Juan Nuño fue una de las mentalidades más claras y honestas con las cuales hemos contado los venezolanos. Desde lo intelectual, era un crítico indómito, que fijaba posiciones sin ambages. Conocedor de la criatura, la obra de Juan Nuño es recurrente en lo que respecta a la posibilidad de que el marxismo pudiese resurgir; no sólo era la voz de advertencia de un hombre sabio, sino la preocupación de un hombre ético que sabía el significado y la maldición inherente a la existencia de los totalitarismos. Nuño era tan crítico del fascismo como lo fue del socialismo, al cual trataba como agónica presencia indeseable de un mal que potencialmente podía volver, para tormento de los seres humanos.

Con pasión hablaba de sus connacionales Ortega y Gasset y Miguel de Unamuno. Era claro que la balanza se iba para el lado del vasco y no del madrileño. Nuño, así como Unamuno, cultivaban el difícil arte de ir contracorriente. Existe en toda su obra una propensión a ir “en contra de”. De Ortega no toleraba las críticas emitidas en relación a los ingleses. Era de esperar, pues Nuño había conocido en primera fila el positivismo lógico anglosajón.

En medio de la entronización del fin de las utopías cantada por el politólogo estadounidense Francis Fukuyama y aplaudida por muchos intelectuales occidentales, Nuño repetía que era una visión ajena a la realidad y carente de inteligencia. Pienso que estos son tiempos adecuados para retomar la lectura de los textos que nos dejó como legado el Profesor Nuño, obras en las cuales muestra con claridad su percepción en relación al futuro del hombre. Especialmente de su amor por el conocimiento, por el saber, por la controversia, la palabra escrita y la polémica. Por el cultivo de la Escuela de la sospecha. Fin último de toda filosofía.



Publicado en el diario El Universal de Venezuela en enero de 2015. 


Ilustración de @dumontdibujos

Baker Street

Si hay algo gozoso en la relación que establecemos con los libros es poder es leer lo que a uno le plazca, sin compromiso, sin ataduras y por puro deleite. Arthur Conan Doyle fue un médico nacido en Escocia a mediados del siglo XIX que creó un personaje extraordinario, que no solo fascinó por sus aventuras aparecidas en entregas y en libros, sino que cundió por la cultura universal a través del teatro, el cine, la televisión y un sinfín de manifestaciones artísticas.

El personaje, más que conocido es Sherlock Holmes; el genio detective capaz de hacer las deducciones más sorprendentes y descubrir los más brutales y extravagantes asesinatos a través del desarrollo y puesta en práctica de una capacidad perceptiva y un manejo de la razón que asombran. La grandeza de Holmes es mostrada a través de la mirada de Watson, quien no solo es su más conspicuo admirador, sino que, en la obra de Arthur Conan Doyle, se da una dupla en la cual un personaje no podría existir sin el otro, en una inseparable e inigualable amistad. De esa obra magnífica, cada lector señalará cuáles son sus aventuras preferidas, las cuales van superándose cada una en generar interés, comparada con la siguiente.

Sherlock Holmes. Muerte y resurrección

Sir Arthur Conan Doyle, fatigado por escribir en relación a sus dos célebres personajes, y en uno de los relatos, La aventura del problema final, contenido en Las Aventuras de Sherlock Holmes, intentó matar a Holmes en manos de su más inteligente enemigo. Los lectores no lo aceptaron y hasta hubo protestas populares que obligaron a Doyle a resucitar a su protagonista en la narración La casa vacía (uno de mis relatos favoritos), incluida en El retorno de Sherlock Holmes (1903-1904). En La Casa Vacía, Watson describe: “Tal fue, lectores míos, la historia emocionante que en una noche de abril oí de aquellos labios que creí mudos para siempre, mientras mis ojos no se saciaban de contemplar la amada figura de Sherlock Holmes, un poco más delgada, un poco más vieja pero siempre noble, altiva y fugaz. Cuando terminó de hablar me tendió los brazos y nos estrechamos silenciosamente durante unos minutos. Pronto surgió en él la personalidad inquiete y voluntariosa, enemiga del sentimentalismo y de la ociosidad, y separándose de mí, exclamó: -Ya ve, querido amigo, cómo el trabajo es el supremo antídoto del dolor. Durante estos tres años no estuve inactivo un solo día… -Pero esta noche… -Esta noche, Watson, mucho menos. Hemos de trabajar muy rudamente, y si triunfo (que así lo espero), bien puede admirarme y bien puedo enorgullecerme de la victoria.

De esta manera Watson se percata de que Holmes ha vuelto, en un pasaje donde Holmes “resucita”, cundido de gran afectuosidad y expresión de incomparable amistad. 

Sir Arthur Conan Doyle

La publicación de su primera novela, Estudio en escarlata, 1887, y su consiguiente éxito le reveló que había creado unos personajes que encantaban a los lectores de las más diversas edades, generando aficiones variadas entre jóvenes y admiradores cultos que se fascinan con las emocionantes habilidades de sus personajes y pudo ser reconocido en su tiempo. Conan Doyle tuvo una vida intensa, la cual conocemos a través de su autobiografía Memorias y aventuras, publicada en 1924. De esa savia, que es su propia vida, extrae la materia con la cual es capaz de encantar a sus leedores. Estudió medicina en la Universidad de Edimburgo y su experiencia como médico en la guerra de los Boers le permitió escribir La guerra de los Boers, 1900, y La guerra en Sudáfrica, 1902. Ambas obras le valieron en 1902 el título de Sir.

Grandes amigos. Grandes enemigos

Sería poco congruente que con una díada como la de Holmes-Watson, no existiese toda una constelación de fantásticos personajes, que van desde Lestrade, el inspector mediano de Scotland Yard hasta la dupla Profesor Moriarty-Coronel Moran. El profesor James Moriarty es la versión genial pero escalofriante del propio Sherlock Holmes, al cual tradicionalmente se le ha adjudicado en calificativo de archienemigo del famoso detective. Quizá Moriarty es más aventajado intelectualmente y de ahí que sea un contrincante muy difícil. De origen adinerado y prodigiosa inteligencia lógico-matemática es el adversario perfecto para el gran detective. El coronel Sebastian Moran había prestado servicio en Las Indias y tenía fama de ser uno de los cazadores más notables; mejor dicho, el primero en la cacería de tigres. Era la mano derecha de Moriarty, experto en armas y de una inescrutable crueldad. Sería la contraparte del bueno y generoso Watson, quien también tenía destacadas habilidades.

La idea amistad es tan propia de la obra de Conan Doyle como lo es la de enemistad. Tal implica cual, y así como Holmes puede jactarse de tener el mejor de los amigos, no menos presuntuoso puede ser al señalar el tipo de persona a quien se enfrenta, en una apología a la eterna lucha entre los polos de la balanza entre el bien y el mal.

Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 11 de agosto de 2020.


Enlace: 

https://www.eluniversal.com/el-universal/77629/baker-street

 


martes, 4 de agosto de 2020

La nueva Venezuela

En lo personal me interesa disfrutar la vida, conocer personas, viajar por el mundo y dedicarme a lo que durante gran parte de mi existencia he hecho: Cultivar una disciplina de estudio, escritura e investigación, así como aprovechar el tiempo para conocer lo circundante. He asomado la nariz en cuanto me ha llamado la atención y no he dudado en expresar mis puntos de vista sin ambages, especialmente cuando nadie me los ha preguntado. Creo que eso obedece a que soy venezolano y pude disfrutar de lo mejor de la savia de mi nación porque viví en su mejor tiempo. Nacido en 1966, soy un venezolano de la edad de oro de mi país. Ha pasado tanto tiempo desde que Venezuela era un país sosegado hasta el presente, que lo siento ajeno. A duras penas se puede uno sentar a leer, estudiar y escribir en un país en el que las preocupaciones más inmediatas se remiten a satisfacer necesidades básicas para subsistir.

La edad de oro de Venezuela

Como consecuencia de la renta petrolera, la existencia de la magnífica PDVSA (Petróleos de Venezuela) y la gigantesca y generosa inversión que hizo en materia educativa el sistema democrático durante los años prósperos, pude hacerme de una carrera profesional difícilmente viable en otro lugar del mundo. Gracias a esa inversión del Estado en educación, he podido seguir mi vida. Habiendo estudiado en las increíbles Universidades Autónomas, las posibilidades de sobresalir en el exterior se nos han dado a los venezolanos que tuvimos que migrar. Los mismos recintos que en la actualidad se caen literalmente a pedazos, como ocurre con mis dos centros de formación: La Universidad Central de Venezuela y la Universidad de Los Andes. En ese mundo universitario no solo me formé profesionalmente, sino que pude desarrollar una carrera como profesor e investigador que me permitió publicar más de una decena de libros y divulgar mis trabajos en revistas especializadas de elevado reconocimiento. En esas aulas de las universidades venezolanas estudiábamos personas procedentes de los más disímiles orígenes del país y de todas las condiciones socioeconómicas. Uno de los lugares de mayor igualitarismo que haya conocido en mi vida.

Educación gratuita y obligatoria

Nuestros prohombres conceptuaron con infinita claridad la instrucción obligatoria hasta cierto nivel y gratuita en todos sus grados. De esa lucidez pocas veces vista en nación alguna, muchos pudimos favorecernos y esforzarnos para obtener los logros que el Estado nos garantizaba sin empeñar un solo centavo. La enseñanza gratuita, producto de la renta petrolera bien invertida, permitió que muchos nos formásemos en centros de reconocido prestigio internacional a la par de generar una movilidad social pocas veces vista y literalmente a través de la educación. Particularmente la educación que recibimos quienes nos formamos en casas de estudio Autónomas, en las cuales privaba la Libertad de Cátedra, uno de los conceptos más avanzados que se puedan concebir en un modelo educativo: Solo en democracia y solo por la inteligente inversión en materia educativa. Es frecuente el parricidio entre los humanos y así como doy gracias por la formación que tengo y quienes me dieron la posibilidad de obtenerla, otros se dedicaron a acabar con el sistema formativo nacional; particularmente insólito nos resulta el ataque a las Universidades Autónomas, quizá lo mejor de la edad de oro de Venezuela.

El futuro y los oráculos

No creo que se requiera de una inteligencia muy elevada para entender que la situación actual de Venezuela es difícil y el futuro no pinta prometedor. Después de tiempos en los cuales las sociedades logran el máximo grado de desarrollo posible, cosa que alcanzó Venezuela a finales de la década de los años noventa del siglo pasado, se tiende a la degeneración y a la recesión en todos los ámbitos de la sociedad. Lo económico es una obviedad, pero mucho más demoledor y significativo, son consecuencias como: 1. La migración con la insólita fuga de talentos. Mientras puedan, muchos jóvenes venezolanos no tienen mayor aspiración que graduarse (si es viable, en lo que queda de las universidades gratuitas) y marcharse lo antes posible del país en busca de mejores posibilidades de vida y enviar remesas a sus familiares. 2. La ausencia de creación y aporte cultural. En la medida que una sociedad penalice el disenso y se unifique el pensamiento al punto de generar una matriz de opinión uniforme, muere la creatividad y la inventiva. 3. Se disocia el individuo de la realidad universal y el pequeño mundo que ocupa es para invertir un enorme esfuerzo para alcanzar beneficios que en cualquier parte ni siquiera se perciben como algo necesario. Las personas se focalizan en satisfacer las necesidades más básicas. 4. Finalmente se establece lo que los psicólogos llaman indefensión aprendida en la cual se da por hecho que no se tiene la capacidad para cambiar las cosas, aceptándolas de manera pasiva, sin resistencia. 


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 04 de agosto de 2020.