domingo, 5 de agosto de 2018

La densidad como asunto



Ella trabajaba como modelo en ese tiempo, era casi dos palmadas más alta y sin mucho esfuerzo, con una navaja, recuerdo que se podía romper el celofán de esa noche cerrada en la que nos dijimos adiós. El contraste de tamaño llamaba la atención, sobre todo cuando íbamos a eventos de carácter social en donde no faltaba la música y el baile nos esperaba para que realizásemos la ejecución de rigor.

Con las guarachas, el merengue y la salsa, la danza se hacía espléndida sin mucho contratiempo (salvo intercambiar necesariamente algunos roles); pero con el bolero aplicaba la limitante de rigor: la diferencia de alturas hacía tan rara la ejecución del bailoteo que lo evitábamos, tanto por el morbo colectivo que se generaba como por razones técnicas personales.

Lo cierto es que en general, la podíamos pasar conformes, disfrutando amaneceres y atardeceres capaces de paralizar a cualquiera, viajando en el auto, deleitándonos con una melodía o acudiendo al cine. Lo malo, lo muy malo, lo demasiado malo, era nuestra incapacidad para compartir cosas esenciales.

¿Cuáles son esas cosas esenciales que los seres que aspiran a quererse pueden llegar a compartir? ¿Por qué en ocasiones no se puede intercambiar ni un poco de afectuosidad con la otra persona? Estas interrogantes se vuelven un motivo de interés para quienes hacemos algunos malabares por intentar darle forma a lo humano. La respuesta, como tantas que nos podamos hacer frente a cualquier pregunta enrevesada, tiene una solución más sencilla y trivial: lo denso es etéreo. Hacemos conexión con otra persona porque existe una chispa básica, que podríamos llamar química, o deseo, sin la cual todo amorío que no tenga ese ingrediente está condenado a desaparecer.

Esa chispa, conexión animal, interés irracional o elaboración intelectual con la cual podemos llegar a deslumbrarnos por otra persona, tiene, además, una carga de elementos que permite desarrollar cierta estructura: los grandes encuentros interpersonales, con capacidad de trascendencia y que ocurren pocas veces en la vida de los seres humanos, poseen tres pilares de carácter imprescindible para garantizar cualquier intento de supervivencia en el tiempo: 1. Lo cognitivo. 2. Lo afectivo. 3. Lo sexual.

Cognitivo es capacidad de estar a un nivel intelectual medianamente cercano con el otro. Afectivo tiene que ver con admiración en relación a lo que el otro representa, sea porque idealizamos el ideal masculino o el ideal femenino. Lo sexual no solo tiene que ver con la existencia del otro como objeto de deseo, sino con una posibilidad de empatía en la intimidad que no siempre se da. Cuando estas tres condiciones se conjugan, la mezcla es explosiva y estamos frente a uno de esos encuentros que nos marcan y hacen que le atribuyamos significancia a lo que vivimos.

Se llega a trascender cuando cualquier tema es motivo de conversación, cuando queremos pasarla con el otro porque sentimos el acompañamiento necesario para matar la soledad, cuando no se necesita decir mucho para entender demasiado o cuando las horas no alcanzan para hablar de nada, una y otra vez, sintiendo que no estamos perdiendo el tiempo. Se hacen milagros cada vez que aparece una carcajada o una sonrisa es el exceso de ganancia para ir de la mano con el día. Más o menos de esa manera se maneja esa energía que nos lleva simultáneamente a lo infantil y a lo adulto y pone en un mismo lugar la posibilidad de ver la vida a plenitud o creer que la muerte la tiene cogida con nosotros.

La modelo, casi dos palmadas más alta, capaz de detener el tráfico cuando salíamos a caminar agarrados de la mano y hacía que nos cayesen encima decenas de piropos y chiflidos, era muy aburrida, porque con ella, el tedio dejaba de ser trascendente y lo amatorio tiene que ver con la habilidad de hacer que el tedio vaya más allá de cualquier posibilidad que hayamos preconcebido. Por eso el amor es mágico, porque las expectativas de densidad que cada uno apuesta en lo amatorio son absolutamente personales e inéditas, pues llevan consigo el valor de lo inédito del ser.

Cada vez que ella hablaba me daba sueño y a pesar de que decía las mismas cosas repetidas hasta el infinito que cualquier persona puede decir, no me gustaban. La razón por la cual no me agradaban era por la manera como las decía, sin la combustión necesaria para convertir una cerilla en un paquete de dinamita, que es lo que uno espera del amor. Por eso, cuando ese fenómeno se nos atraviesa en la existencia, no lo podemos dejar pasar.

Esa noche en el tiempo le dije que más nunca la iba a poder ver y antepuse una excusa cualquiera. No fue por un asunto de tamaño, pues, a fin de cuentas, la horizontalidad de lo íntimo a todos nos pone al mismo nivel. El asunto de densidad interpersonal, relacionado con la posibilidad de adentrarnos en las profundidades del otro, es cuestión de dar notabilidad a lo que creemos poco importante, para terminar por cambiar nuestras vidas.



Twitter: @perezlopresti



Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 24 de julio de 2018



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