Al pueblo de
El Tocuyo, en el estado Lara, se le entraba por un solo puente. No llegaba a
tener siete años de edad cuando esa tarde de 1973, en la esquina de la casa de
mi abuela, vi decenas de camiones llenos de campesinos y obreros con banderas
rojas, que entre tragos de ron y gritos recios coreaban esa expresión que aun
con el tiempo sigue retumbando en mis oídos: “-Allende, camarada, tu muerte será vengada”.
Ese
día habían dado un golpe de Estado en el país Austral y los noticieros
mostraban las imágenes del bombardeo al Palacio de la Moneda. Como niño me
interesó el asunto, que conforme pasaba el tiempo era tema de conversación
entre los venezolanos que precisamente para esos tiempos, vivíamos en un país
especial por su abundancia.
Venía
de pasar una infancia apacible en Syracuse, New York, donde mi padre hacía
estudios de postgrado y en esos días mi castellano todavía no era bueno. Una
vez en la ciudad de Mérida, donde nos volvimos a residenciar, fui compañero de
estudio de decenas de niños chilenos, quienes llegaban con su familia,
apostando por un mejor porvenir. Cerca del puente del sector La pedregosa, vivía una niña que
particularmente hizo amistad conmigo y compartía las venturas e incertidumbres
de quien, desde el mundo infantil, se halla explorando un universo nuevo.
Conforme
pasaba el tiempo, muchos chilenos hicieron vida en Venezuela, siendo fundamental
los textos dominicales de una casi desconocida escritora llamada Isabel
Allende, que eran una exquisita muestra de aguda inteligencia y sentido del humor
perfectamente equilibrados. De cómo un hecho político o la multiplicidad de
hechos en torno al poder pueden cambiar la vida de la gente más sencilla es un
asunto que roe mis pensamientos porque he vivido de la mano con ello.
La ingenuidad y el poder
En
la Universidad de Los Andes estudié con jóvenes radicales, de pensamiento
fosilizado, quienes abanderaban los preceptos más disonantes en relación a la
forma de alcanzar el poder. Desde el vandalismo hasta el saqueo, muchos de
ellos eran adoctrinados por grupos políticos cuyos dirigentes se habían formado
en los más disímiles confines de la tierra. Establecían como métodos de lucha
todas las formas imaginables, siendo la disciplina del voto ante las más
adversas circunstancias uno de los recursos a los cuales se apelaba. Mientras
el país crecía en oportunidades, simultáneamente los hombres de pensamiento más
conspicuos se convertían en adalides de la crítica al sistema. Había poca
diferencia operativa en la manera de pensar de los intelectuales más destacados
y los “tira piedras” de siempre. Dentro de la criatura se gestaba una
insatisfacción parcialmente real y claramente inducida cuyo fin último era el
desmembramiento del orden. A la par, la música de Silvio Rodríguez y Pablo
Milanés eran parte del romanticismo de moceríos. La trova cubana se introducía
en el alma de los compositores y el movimiento musical venezolano de los años
80 la asume como elemento inspirador.
Cuando
el presidente Carlos Andrés Pérez asume el mandato, en el año 1989, Fidel
Castro lo opacaba ante los medios. La fascinación que el líder cubano ejercía
en la intelectualidad criolla era el sino que marcaba nuestro inexorable
destino como nación. Se firmó el histórico manifiesto de los intelectuales en
apoyo al líder de la Revolución Cubana. Poco tiempo después ocurre un estado de
agitación colectiva en la ciudad de Caracas. Miles de interpretaciones sobre
ese acontecimiento forman parte de la ambigua manera de interpretar la historia
y de capitalizar un hecho particular como estrategia de lucha.
El poder, el individuo y los déjà vu
Cuando
desde el individuo se intenta desafiar o descalificar a una estructura de
poder, se trata de un acto de libertad que forma parte de la dinámica de
cualquier sociedad sana. Cuando desde la estructura de poder se trata de
someter al individuo, precisamente por su vulnerabilidad, es simplemente una
injusticia. Por una actitud hacia la concepción que tengo de la vida, creo que
el individuo debe ser respetado como máxima representación de libertad. La
representatividad permitía que las minorías no fuesen arrolladas. El
colectivismo lleva consigo el riesgo de fulminar los intentos de pensar
libremente. Esa eterna rivalidad entre la libertad y la igualdad, que es el
gran problema del orden de la civilización lo zanja la justicia. Mientras mayor
libertad, menor igualdad y mientras mayor igualdad, menos libertad.
Precisamente el equilibrio está dado por el espíritu de las leyes. Llevar a
cabo este reto es el gran asunto de la civilización. Una y otra vez se entra en
conflicto cuando se rompe con el asunto de ajustar estas fuerzas que parecen
antípodas.
En
un liceo venezolano, una jovencita explica las características asombrosas del
siglo XX. Hace especial mención la segunda guerra mundial con su respectiva
explosión de dos bombas atómicas y el avance de la importancia de los medios de
comunicación de masas. Ella insiste en que la historia de la civilización no es
sino una repetición al infinito del ser humano tratando de complicarse una y
otra vez la existencia. Soy miembro del jurado y se le otorga una buena calificación
por sus límpidos conceptos. Me retiro a tiempo porque debo hacer las maletas.
Un viaje a Chile me esperaba al día siguiente. Lo veo desde una perspectiva en
la cual cada paso me conduce al siguiente, como consecuencia directa de cada
acto.
Twitter: @perezlopresti
Publicado en el diario
El Universal de Venezuela el 15 de julio de 2018
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