Hoy
son tres los referentes con los cuales trato de darle un poco de sentido a lo
que llevo de vida. Fuego, que es el elemento valorativo de cómo conceptuamos el
espíritu. Mujeres, como instancias a las cuales debemos ir de manera recurrente
para no desestructurarnos como seres. Libros, como representación de cierto
esfuerzo por enlazar con aquello que se muestra avasallante; el leer y escribir
como acto trascendente mientras viajamos.
Me he
enfrentado a ejércitos de dragones en apocalípticas batallas y sin salir ileso,
todavía siento que me conservo íntegro internamente. Algo chamuscado por fuera,
los combates propios de lo humano no dejan de atemorizar. En un acto infinito
de fe en el porvenir, la condición trashumante se convierte una y otra vez en
el sino que nos acompaña y como si no fuese poco con levantarse a luchar cada
mañana de cada día, el triunfo de la condición errante es la marca de lo que
soy en este instante. Así puedo definirme a mí mismo, en un tiempo en el cual
no debo rendir cuentas sino a quien me apetece y una visión sopesada de la
existencia hace que me invada esa rara sensación de estar consciente de cada
segundo en el que me sigo sintiendo vivo.
Minúsculas
y gigantescas batallas cotidianas permiten configurar un esbozo de relato que
justifique nuestra oscilante marcha que va de la grandeza a la miseria.
Grandeza atribuimos a todas aquellas confrontaciones en las cuales aplastamos y
nos envalentonamos con los nanómetros de territorio conquistado. Miseria de
tener la ceguera que nos impide darnos cuenta de que cada respiración es en
realidad un milagro que se debería celebrar hasta que exista la certeza de que
no es esta la vida que tenemos ni este el mundo conocido.
Convencido
de la siempre apremiante necesidad de regresar al origen que permite explicar
las características de la brújula con la cual nos guiamos, lo femenino es el
espiral al cual volvemos una y otra vez, sin fatiga y con deseo de arribar a
puerto seguro. ¿Acaso existe savia más nutritiva o vahos más fortalecedores que
el embrujo de la mujer? En ese permanente ir y venir de reyertas tan estériles
como imposibles de evitar, pocas instancias pueden conceder a paliar el dolor
de las heridas como el amparo de una dama. Desde su conexión lúdica y retozona
en donde la supremacía de la danza y el canto son un bullicio nutritivo para el
aliento, traspasando la capacidad de cautivarnos al punto de enloquecer. Lo
femenino es la ruta para reencontrarnos con lo maternal, que es la vuelta a lo
más primigenio de nuestro talante. Ellas son compañeras infalibles de
encuentros y desencuentros con nosotros mismos, en un acto sublime de
aferrarnos al único sentido real que nos hace aterrizar y poner los pies en el
suelo ante tanta disputa baldía. Mujer: sinónimo de mar y tierra.
De las
aventuras que valen la pena mencionar, sólo podría hablar de viaje como un gran
viaje, que es el que se hace mientras se está enérgico, tratando de desentrañar
nuestras más indómitas pasiones y proponiéndonos dominar lo que sentimos. Ese
es el reto de quien quiere vivir al máximo sin experimentar el camino de lo
autodestructivo, lo cual no es tan inusual en estos escenarios movedizos. La
vida como gran marcha que se hace acompañado de esos seres que nos rodean, a
los cuales amamos o lastimamos dependiendo de infinidad de circunstancias.
¿Acaso
existe una manera de pensar distinta a darle una y otra vez vueltas a las
mismas ideas preconcebidas? Si la vida lleva implícito el fuego como contexto y
a la mujer como gran referente de afectuosidades, entonces cabe la pregunta
¿para qué los libros? Respondemos con otra pregunta ¿no es el arte el refugio
que protege de la locura? ¿O, precisamente como arte, los libros son esos
rectángulos que esconden toda la locura que existe y se amontona de manera que
haga el menor daño posible? ¿No es a fin de cuentas lo creativo y su
vinculación histórica con lo anómalo una expresión del desvarío? ¿O es el
talismán que protege del extravío a tanto espíritu que intenta vivir con cierto
margen de plenitudes?
Los
libros son el reducto de ese arte que rebuscamos como se busca cualquier
carencia, para rellenar esos espacios de curiosidad que si están vacíos
estorban y si se comienzan a llenar se jactan de su ausencia de final. Una cosa
lleva a la otra y en el viaje de la vida, el fuego que nos impulsa necesita de
gran apoyo, sea porque lo femenino acompañe o la necesidad del conocimiento y
la satisfacción de lo contemplado así nos lo induzcan a sentir.
En un
esfuerzo por derrotar el aburrimiento como forma de proceder, no sería mala
idea un poco de orden en el esfuerzo por acercarse al caos. Tal vez ese
esfuerzo permita sobreponerse a la estulticia y termine por triunfar la fuerza
de la existencia, en su mejor presentación. El deseo de repetir los lugares
comunes puede ser acompañado de distintos fondos musicales. ¿Acaso no es ese el
arte de vivir?
Si lo
vemos con lentes prestados, es posible que el fuego sea esterilizador, lo
femenino castrante y los libros enajenadores. De ahí que es fundamental pulir
cada cristal con el cual hacemos entomología de la existencia al punto de que
la confusión no tenga cabida. En un ejercicio perseverante por discernir los
elementos propios de un buen proceder, no me quedo corto con bosquejar tres
ángulos con los cuales se debe tener una relación que no traspase la tirantez
ni se transforme en ceniza lo viviente.
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