domingo, 1 de julio de 2018

El salto de Kundera

Con este texto finalizamos las entregas sobre Milan Kundera, escritor con quien me siento en deuda permanente. «Los testamentos traicionados» (1993), es un ensayo sobre la novela. Pensamos que el arte de la novela es el protagonista de este libro; el espíritu de humor que lo engendró; su misterioso parentesco con la música; su historia, que evoluciona (como la música) en tres tiempos; la estética de su tercer tiempo (el de la novela moderna) y su sabiduría existencial. El cambio dado por Kundera es tal que ya no escribe en checo. Ha adoptado el francés como el idioma para el desarrollo de éste y de sus futuros trabajos. Un idioma que permite una comercialización más fluida de sus obras.

En «La lentitud» (1995), entremezcla personajes de varias épocas que coinciden en un castillo de Francia convertido en hotel. Se exacerba lo banal, lo cotidiano, lo insulso como potencial producto para el arte de la novela: «A Inmaculada no se le ha ocurrido en vano la idea del mal aliento, es un recuerdo reciente e inmediatamente rechazado el que le ha inspirado semejante maldad: el recuerdo del mal aliento de Berck. Cuando escuchaba, hecha trizas, sus insultos, no estaba en condiciones de ocuparse de su exhalación, y un observador oculto en ella fue el que registró en su lugar ese olor nauseabundo e incluso el que añadió el siguiente comentario lúcidamente concreto: el hombre cuya boca huele mal no tiene amantes. Ninguna se acomodaría».

En «La ignorancia» (2000), temas como la amistad, sus características y su valor, van a estar presentes; así como la ausencia del otro, los problemas relacionados con la memoria, pero vistos desde la dimensión personal en la que se transfiguran los recuerdos. El olvido como elemento del ser y la ignorancia como instancia que nos invade: «La Odisea, la epopeya fundadora de la nostalgia, nació en los orígenes de la antigua cultura griega. Subrayémoslo: Ulises, el mayor aventurero de todos los tiempos, es también el mayor nostálgico. Partió (no muy complacido) a la guerra de Troya, en la que estuvo diez años. Después se apresuró a regresar a su Ítaca natal, pero las intrigas de los dioses prolongaron su periplo, primero durante tres años llenos de los más fantásticos acontecimientos, y, después, durante siete años más que pasó en calidad de rehén y amante junto a la ninfa Calipso, quien estaba tan enamorada de él que no le dejaba abandonar la isla».

«El telón» -ensayo en siete partes- (2005), es una especie de corolario sobre su aventura en torno al arte de la novela, al arte del ensayo, la literatura, el escribir. Aborda las características de la novela contemporánea, diserta sobre el arte contemporáneo y la presencia permanente del pasado en el arte que se realiza en el presente. Cuando se refiere a lo actual evoca al Quijote en repetidas oportunidades: «… si el valor estético no existiera, la historia del arte no sería más que un inmenso depósito de obras cuya sucesión cronológica carecería de sentido. Y a la inversa: sólo se percibe el valor estético en el contexto de la evolución histórica de un arte». El asunto de la modernidad y la contemporaneidad como elementos distintos, con márgenes definidos, es abordado de manera magistral y su visión sobre lo estético merece especial mención: «Los conceptos estéticos sólo empezaron a interesarme cuando percibí sus raíces existenciales; cuando los comprendí como conceptos existenciales; porque tanto la gente sencilla como la refinada, inteligente o tonta, se enfrenta constantemente en su vida con lo bello, lo feo, lo sublime, lo cómico, lo trágico, lo lírico, lo dramático, la acción, las peripecias, la catarsis o, por hablar de conceptos menos filosóficos, con lo vulgar; todos estos conceptos son pistas que conducen a distintos aspectos de la existencia inaccesibles por cualquier otro medio».

En sus intentos por entender la dimensión del arte señala: «Hubo largos períodos en los que el arte no buscaba lo nuevo, sino que se enorgullecía de embellecer la repetición, de reforzar la tradición y de asegurar la estabilidad de una vida colectiva; la música y la danza sólo existían en el marco de los ritos sociales, de las misas y las fiestas. Luego, un día, en el siglo XII, un músico de iglesia tuvo en París la idea de añadir un contrapunto a la melodía de un canto gregoriano… a raíz de allí los compositores perdieron el anonimato, y la música se convirtió en historia de la música…Este fue el gran milagro de Europa: no su arte, sino su arte convertido en historia. ¡Ay! Los milagros son poco duraderos. Quien levanta el vuelo un día aterrizará. Presa de la angustia, imagino el día en que el arte dejará de buscar lo nunca dicho y volverá, dócilmente, a ponerse al servicio de la vida colectiva, que exigirá de él que embellezca la repetición y ayude al individuo a confundirse, alegre y en paz, con la uniformidad del ser. Pues la historia del arte es perecedera. La palabrería del arte es eterna». ¡Así cerramos el telón!



Publicado en el diario El Universal de Venezuela, el 26 de junio de 2018. 

Ilustración @dumontdibujos


Enlace:

https://www.eluniversal.com/el-universal/13285/el-salto-de-kundera

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