‘Predictibilidad’
es una palabra que me gusta. Parece sacada de una compilación de trabalenguas,
encontrándose vinculada con voces afines, como intuición, sentido común,
salvavidas y supervivencia. Se puede intentar anunciar lo que va a ocurrir,
aferrándose a lo más primario de la condición humana. Ser capaz de augurar lo
que viene es propio de los sabuesos y de las narices largas. Lo da la calle y
el trato con las personas más disímiles, pero también forma parte de nuestra
condición animal, en el sentido más depurado.
El
anecdotario de hechos predecibles es infinito, mas si le ponemos la lupa, el
que tiene esa especie de toque mágico, de chispa divina, está más cerca de lo
arrabalero que de lo estructurado. ¿Cómo escoger una buena pareja? ¿En quién
puedo confiar y en quién no? ¿Cómo saber cuál negocio me conviene? ¿A quién le
cuento mis cosas más íntimas sin temor a que las difunda? ¿Quién me traicionará
tarde o temprano? ¿Cómo se interpreta un gesto o una mirada? ¿Quién es mi
verdadero amigo y quién es un Judas a mi lado? Son las interrogantes por las
que cualquier persona se desvela para evitar el sufrimiento y los celajes de la
vida.
En
general, el sentido común se puede cultivar, pero ese poder excepcional de
saber leer a los demás forma parte de la sensibilidad de ciertas personas, o
sea, de su genio. La sensibilidad es el genio del hombre y aprender a canalizar
ese poder para ponerse en lugar de los otros y tratar de entender lo que llevan
por dentro es la esencia del arte de vivir.
La
metáfora de la vida como un caldero hirviente no deja de ser atractiva. Un
caldo espeso en donde los ingredientes pueden llegar a fusionarse por exceso de
calor. Los tubérculos con las proteínas haciendo un grueso “atol” en donde uno
y otro ingrediente pareciera que pierde su atributo al mezclarse con los demás.
Como si no fuera ya suficiente trabajo el tener que lidiar con uno mismo, están
los otros, muchos de los cuales representan una amenaza, real o imaginaria,
potencial o solapada, abierta o encubierta, disimulada o frenéticamente
agresiva. Es el arte de vivir.
La
experiencia de lidiar con los demás también es una confrontación con nosotros
mismos, con nuestros temores, deseos y agrestes pasiones. Tratar de entender es
literalmente colocarse en el lugar del otro. Celos, traiciones, infidelidades,
mentiras y confabulaciones van de la mano con el día a día de cualquier
persona. Mucho más si tiene el temerario atrevimiento de expresar lo que piensa
ante la chusma aviesa y retorcida que trata de mancillar lo talentoso. Con el
advenimiento de lo contemporáneo, la expansión de lo anónimo y el exhibir sin
escrúpulos lo grotesco son parte del carácter de los tiempos. En una pequeña
barra de una pequeña casa, en la más profunda intimidad, con gente de nuestra
confianza, el mundo puede ser un lugar seguro. Deja de serlo cada vez que
emitimos un juicio de valor. Mientras mayor es el talento mayor será el
ensañamiento. Así ha sido siempre desde que el hombre ha existido. Guerras,
luchas de poder, conquistas, desplazamientos, huidas intempestivas y refugios
secretos. Es el sino recurrente de la civilización. Lo luminoso de la mano con
la más absoluta oscuridad. La contraposición de los contrarios hace juego lo
pendular de la existencia.
Antes de
revisar por séptima vez que lo que estaba haciendo era lo correcto, llega el
principio inexorable que define cualquier tiempo de crisis: la incertidumbre
como extraña brújula que en vez de orientar pareciera que nos hunde poco a poco
sin que podamos impedirlo. De anchos lingotes debe ser el alma de quien
sobrevive a lo incierto, porque se requiere de un aplomo inigualable. Como si
lanzarse en paracaídas no requiriese de cierta certeza de que el mismo va a
abrir en el aire, la incertidumbre es un salto al vacío con los ojos vendados.
Lo que se precia de ser estable requiere de certeza y lo incierto, si es
provocado, se transforma en un doble juego de máscaras.
La vida
es un caldero. Pero no de vegetales tratando de llegar a su punto, sino de la
más pura lava. Tratamos de darle sentido, porque tiende a ser una paila
ridícula y desconocida. De ahí que necesitamos llenarnos, ya sea de cosas o de
placeres. Lo material tiene la durabilidad relativa del valor que le
adjudicamos a las cosas y lo efímero, que suele ser lo mejor, nos marca
eternamente. Por eso el amor, que es lo más elevado no es frío ni puede ser
tibio. Lo amatorio lleva consigo el signo del fuego.
En un intento
por confundir, a veces somos muy claros y tratando de aclarar, podemos terminar
de enredarlo todo. Demasiada generosa ha sido la existencia con muchos de
nosotros, mientras con otros la marca de Caín pareciera ser la guía de su
existencia. La vida merece el derecho a un epílogo, por si acaso se nos ocurre
arrepentirnos de algo. En lo personal, lo repito de manera circular: si tuviera
la posibilidad de volver a nacer, volvería a repetirlo todo de nuevo. Sin
modificar nada.
Twitter: @perezlopresti
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