martes, 21 de noviembre de 2017

Profesionales de la estrellada



Cada disciplina, oficio o arte requiere de una pericia particular que logra ser perfeccionada al punto de que quien la practica puede llegar a dominar como pocos aquello que hace. Ese nivel excepcional de limpidez en lo que respecta al desarrollo de un conocimiento ha hecho que a lo largo de la civilización aparezcan hombres cuyo talento produce admiración y respeto.

Tanto en las ciencias como en la política, surgen personalidades que se convierten en auténticos guías que inspiran a grandes grupos e incluso generaciones enteras.  Son  líderes que han inventado rutas que han marcado el destino de muchos. He conocido personas con habilidades excepcionales que cautivan y son incólumes ante las adversidades, que han indicado el que a su parecer es el mejor de los caminos y los he emulado hasta donde he creído prudente hacerlo.

Creo que hay un rasgo que ha marcado a cada una de estas personas que he conocido y han despertado mi admiración y es la de elevar todo acto al terreno de lo educativo. Me explico: En cada persona con condiciones de liderazgo por quien he sentido afinidad, por encima de cualquier atributo que pueda tener, se encuentra el valor pedagógico de la palabra asociada al acto. Cada cosa que se hace con su respectiva explicación, sea de viva voz o por escrito, para que se minimice la duda y se logre espantar la desconfianza. 

En términos más llanos, creo que hay una pedagogía de masas que acompaña a cada uno de ellos que les permite ganar credibilidad y generar confianza en quienes les rodean y están pendientes de cada una de sus acciones. Incluso cuando se comete un error, en los más genuinos liderazgos, el mismo es explicado para asumir las consecuencias que acarrea el yerro. Esa pedagogía del acto, en la cual las cosas no son “porque sí”, sino que cada paso va de la mano con el verbo, es lo que ha hecho precisamente que ese liderazgo exista.

En nuestro insólito mundo de nimiedades, pareciera que se estuviese asumiendo lo pedagógico como una especie de suicidio y lo que al final se impone es una caja negra a la cual no podemos tener acceso, cuando a fin de cuentas el poder más contundente de cualquier líder es su posibilidad de mostrarse transparente a través de la prédica de la mayor cantidad de verdades, acompañadas del valor para enfrentar los hechos.

En la vida hay dimensiones públicas, privadas y secretas y sería ridículo pretender que la vida de las naciones, las personas y los pueblos fuesen ajenos al mundo de lo oculto. Simplemente existen cosas que no se dicen y permanecen escondidos para bien de todos. Debe existir un prudencial mundo de cosas subterráneas a las cuales pocos tendrán acceso porque así ha sido y será la historia de la civilización. Lo que me parece un tanto ridículo es que se quiera convencer a un conglomerado bajo la sombra de la argucia y no de la claridad de propósitos.

En esa maraña de líderes, los hay de los más disimiles tipos. Desde aquellos que se muestran acartonados en sus más iracundos fanatismos hasta quienes hacen de la ambigüedad su esencia. Lo que se hace cuesta arriba es que aparezcan líderes que satisfagan las expectativas de unificar al país en torno a una ruta medianamente aceptada por la mayoría.

Una dirigencia en torno a lo escondido era una conducta común en la Edad Media e incluso en plena modernidad, pero asomar la idea de “lo oculto” en el siglo XXI es una travesura que puede costar caro. No se ha terminado de germinar una matriz de opinión cuando los nuevos medios de comunicación de masas invaden los espacios, particularmente los de las clases medias, tan vulnerables por su genuino deseo de conducirse de manera medianamente racional. Una cosa en hacer política en el siglo XX y otra en el XXI, donde múltiples individuos, unos más retorcidos que otros, mantienen en chantaje permanente a los países bajo la contundente amenaza: Que van a revelar la “cyberverdad”.

A cada rato vemos a uno y otro líder que se estrella de manera aparatosa, haciendo que su capital político termine maltrecho y vencido por el descreimiento, siendo el caso ya recurrente el de usar un cargo público para lograr otro de mayor escalafón sin mostrar resultados positivos en el cargo desempeñado. Si alguien es candidato a Alcalde, por ejemplo, lo encomiable es que si llega a ser electo, haga su labor como Alcalde lo mejor posible y satisfaga las expectativas de la comunidad que lo eligió. Pero si quiere ser Alcalde con el fin de cambiar el mundo, se corre el riesgo de no ser un buen Alcalde y mucho menos cambiar el mundo.

En una sociedad escéptica, desconfiada y desesperanzada, un poquito de verdad no le hace mal a nadie. Es imprescindible retomar  en serio el trabajo pedagógico y tratar de seducir a multitudes que claman por un liderazgo transparente que diga las cosas por su nombre. Que lo que se pretenda hacer o lo que se haga vaya de la mano con una explicación medianamente sensata que le dé claridad al ciudadano.





Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 21 de noviembre de 2017. 


Ilustración: @odumontdibujos 



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