Desde la psiquis, nos defendemos frente a lo que acontece, desarrollando mecanismos adaptativos como la “negación”, que es no ver lo malo o tratar de minimizarlo para que no nos afecte. Es una manera muy básica de lidiar con lo que nos perturba, aunque de todas maneras la guadaña de la vida nos jala tarde o temprano por el pescuezo y caemos de platanazo frente a la realidad. Salarios que no alcanzan ante el espantoso problema inflacionario ponen a más de uno a la defensiva; si a esto le sumamos la pobre capacidad para estructurar un futuro más alentador, muchos actuamos como si se tratase de un espacio de supervivencia.
En términos generales las emociones negativas básicas son la rabia, el miedo y la tristeza y cada una de ellas se dispara frente a puntuales eventos que las desencadenan. La rabia es una respuesta emocional asociada a la sensación de injusticia, el miedo aparece ante la amenaza y la tristeza es una respuesta desencadenada por la pérdida.
Estas tres emociones están a flor de piel en muchos de nuestros connacionales y lo peor de todo es que las tres emociones se pueden presentar de manera simultánea. Pero si decimos que muchos de nosotros están desarrollando miedo, rabia y tristeza a la vez, entonces tenemos a una sociedad con elevados niveles de tensión y cualquiera con un poco de sentido común puede inferir que no es poca cosa una sociedad enferma en el alma y las secuelas las vemos en cada rincón.
Creo que los niveles de frustración ciudadana poseen una energía potencial que debe ser canalizada de manera prudente o tarde o temprano el volcán que hierve en el sustrato del entramado nacional seguirá reventando de las maneras menos apropiadas para todos. No es posible pretender mantener a la nación en una situación de crisis perpetua porque en una sociedad como la nuestra no existe adaptación al dolor emocional.
Los romanos lo solucionaban de manera pragmática con pan y circo. La diferencia es que en la antigua Roma tanto el pan como el circo no le costaban ni un denario al ciudadano. En nuestro caso y en nuestro tiempo tan particular, en donde la micro-tecnología ya es parte de nosotros, ante una población patológicamente politizada, pareciera que son pocos los bálsamos que logran aplacar la dolencia y el malestar, entre otras razones porque las maneras más elementales de distracción tienen un valor al cual no se puede acceder.
¿Cómo se distrae un venezolano común y corriente en el siglo XXI? ¿Cuáles son las ofertas culturales a las cuales puede aspirar una persona? ¿Cómo percibe el presente y el futuro la gran mayoría de los habitantes de nuestro país? ¿En quién se puede creer cuando ha cundido la sensación de suspicacia hacia quienes ostentan el rol de ser líderes? ¿Quién puede pretender llevar una vida normal si malgastamos gran parte de nuestra energía en estar pendientes de los lugares a los cuales llegan de manera espasmódica los productos básicos para vivir? ¿Cómo no sentirse ansioso frente a la posibilidad de enfermarse y la imposibilidad de conseguir la medicación requerida? Son interrogantes que están en el ambiente y a las cuales no se les da un desagüe apropiado, condicionando el caldo de cultivo para los más desalentadores escenarios.
Las mejores naciones son las que consagran los mayores niveles de seguridad a los ciudadanos, siendo esta necesidad concretada por cosas elementales que aquí perdimos hace rato, como el derecho a la integridad personal, a una alimentación de calidad, una educación para el trabajo y la productividad, de un sistema de salud que nos garantice la atención oportuna y la posibilidad de progresar en función de futuro a través de la consecución de metas concretas. Aunado a esto, el tiempo de ocio debe ser tomado en cuenta (y muy en serio) porque el ocio bien canalizado es sinónimo de distracción y goce y mal canalizado lleva a lo adictivo y delincuencial. Hemos devenido en una pobre sociedad de pobres sin necesidad porque en los años de las vacas gordas no hicimos la tarea para prepararnos para los inevitables tiempos que estamos transitando.
Por
mucho que se le quiera dar una fachada ideológica, el problema venezolano ha
pasado a ser una pobre lucha para controlar espacios básicos de poder, sin
medir las consecuencias que padece uno de los más maravillosos pueblos que ha
existido, de generosidad incomparable y amabilidad sin par, donde la
solidaridad era nuestra carta de presentación.
Ahora nos invaden nuestros peores temores, las más inimaginables
pesadillas y los más retorcidos sentimientos, convirtiéndonos cada día en
pregoneros de las más insufribles letanías, que harían reír a cualquiera si no
fuese porque adquirieron los matices de una tragedia.
Ilustración: @Rayilustra
Enlace:
Twitter: @perezlopresti
Ilustración: @Rayilustra
Publicado en el
diario El Universal de Venezuela el 05 de septiembre de 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario