miércoles, 17 de mayo de 2017

La deuda de los marxistas


El marxismo es en su raíz una concepción de la sociedad de carácter internacional y global, siendo una curiosidad que algunas formas de pensamiento de carácter nacionalista lo invoquen abiertamente. El comunismo se basa en sus orígenes, su doctrina y su concepción, en la idea de que el nacionalismo es una reliquia del pasado y que los auténticos intereses en conflicto eran supranacionales y extranacionales.

Cualquier tipo de nacionalismo constituye para el marxismo un regreso al pasado feudal y burgués, siendo esta era la posición original: La revolución mundial no tenía patria y no tenía fronteras, pero desde Lenin en adelante, esta visión se modifica y cambia de manera contraria, afilándose con Stalin, quien es absolutamente antimarxista en su concepción de la revolución. Una especie de herejía, dado que la idea original era que el socialismo iba a ser mundial o no iba a ser.

Stalin proclamó el marxismo como fundamento de su acción política y creó una exaltación nacionalista que terminó atomizándose (Yugoslavia, Checoslovaquia, Polonia, Rumania) lo cual, a pesar de los cambios que sigue dando el mundo, cada vez que la idea aparece, el nacionalismo va de la mano, exaltando el chovinismo y la xenofobia.

Con el derrumbamiento del muro de Berlín y el desmembramiento de la Unión Soviética, era propio pensar que el sentido común iba a hacer su aparición en los llamados “intelectuales de izquierda”. Es cierto que un buen número de ellos quedó curado para siempre, pero la sorpresa estriba en que muchos siguieron apostando por un modelo teórico que en la práctica es un fracaso, una cruel utopía más. De ahí viene mi crítica hacia muchas de las personas que ejercen el rol de ciudadanos con una formación intelectual, los cuales  son fuentes de orientación hacia cuáles deben ser los destinos a los que se embarca la humanidad.

Parte de la tendencia por tratar de resucitar los fracasados postulados marxistas tiene a mí entender varias explicaciones. Por una parte, en muchos de quienes cultivaron el ideario marxista como fin de vida, quedó el resentimiento de no haber podido llegar a materializar la utopía. Eso indujo a que se plegasen a formas de pensamiento que se consideran afines al socialismo, pero en la práctica conducen a la miseria y al atraso.

Otro aspecto es propio del pensamiento marxista en sí. Sin tener fundamentación científica alguna, termina siendo un dogma de fe. Eso conduce a que los seguidores del marxismo consideren que al sentirse vulneradas las premisas que preconizan, el mundo de cada uno se sienta amenazado. Al volverse un sistema de ideas que dificulta la posibilidad de ser refutado, se terminó petrificando en la mentalidad de sus intérpretes, lo cual los conduce a tratar de defenderlo como procedimiento de ejecución de falaces creencias, desvinculándolo con la realidad. La idea suena bonita pero la realidad es monstruosa y esa disociación es muy difícil de asumir para muchos hombres de la denominada “izquierda”.

El otro aspecto relacionado con ese pensamiento cuya raíz es el marxismo, es la idea de “revolución”. A lo largo de la historia, las revoluciones radicales se han hecho con el aquietamiento colectivo de una dictadura implacable y con un paredón de fusilamiento marchando, de modo que un hombre de mentalidad libre y crítica (que es la esencia de cualquier intelectual), comete un error de diagnóstico y de interpretación al pensar que se puede cambiar el Estado, la sociedad y la economía, en términos progresistas, al realizar una “revolución”. Entre otras muchas razones, porque tarde o temprano, cualquier revolución va a terminar cercenando la libertad del hombre de ideas.

Una muy larga lista de hombres de pensamiento está en deuda con una Latinoamérica que ha sufrido de manera muy cruel los experimentos sociales a los cuales ha sido sometida. Esa deuda no la veo materializada en un pensamiento de avanzada. Muy por el contrario, se apela incluso a maneras de cambiar la sociedad con fundamentos arcaicos, incluso presocialistas.

Lejos de estar preconizando ideas estrafalarias en el siglo XXI, que confunden a las personas y les hacen crear una visión trastocada de la existencia, los hombres de pensamiento deberían tener una función social más pedagógica y en vez de perturbar de tantas maneras el imaginario colectivo, recordar las reflexiones de Simón Rodríguez, quien al regresar de Europa dice: “No se puede hacer república sin pueblo”. Las constituciones podrán decir todo lo que quieran y se pueden hacer las leyes más extraordinarias, pero eso no funcionará nunca porque hay que comenzar por hacer un pueblo. ¿A qué llama Simón Rodríguez “hacer un pueblo”? Educar a la gente. Enseñarles a vivir en república, cumplir deberes y ejercer derechos, enseñarles a trabajar de manera digna a través del aprendizaje de oficios calificados y bien remunerados para que no se vendan, tengan independencia como ciudadanos y no sean esclavos de nadie.

Twitter: @perezlopresti


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 11 de abril de 2017

Ilustración: @odumontdibujos   




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