El peligro de los
intelectuales
La
vinculación directa de los filósofos con el mundo de la política es de larga
data. El propio Platón (427-347 a.C.) intentó llevar sus ideas a la práctica y
convertirse en protagonista político. Hizo tres viajes a Siracusa. En el
primero gobernaba el tirano Dionisio I y Platón pretendió, infructuosamente,
constituirse en su consejero. En el segundo y tercer viaje, ya fallecido
Dionisio I, estaba en el trono su hijo Dionisio II, y Platón pensó que quizá el
hijo fuese más maleable que el padre, e intentó aconsejar al novel tirano para dirigirle
en lo que él creía era el camino de la justicia. El experimento fue un absoluto
fracaso y Platón tuvo que regresar a Atenas ya no derrotado como político, sino
para salvar su vida, porque Dionisio se reveló más tirano que pensador en
cuanto comenzó a ejercer el poder.
Uno
de los más grandes escritores de todos los tiempos, Fiodor Dostoyevski (1821-1881),
escribió una novela extraordinaria sobre la política. Su título es Los endemoniados y trata sobre un grupo
de personas que, ancladas en unas “ideítas prefabricadas”, termina trastocando
el orden de quienes les rodean y el de sus propias vidas. Una joya literaria
acerca de la “política real”.
Con la
aparición de las ideas de Karl Marx (1818-1883) el mundo cambió. Vladimir Ilich Uliánov,
alias “Lenin” (1870-1924), otro intelectual, le da un sentido pragmático al
marxismo y se convierte en el principal dirigente de la Revolución de Octubre
de 1917, creando el marxismo-leninismo. Una forma radical de plantear en términos
operativos la manera como se arriba al poder para poder implantar la utopía
marxista. El asunto termina de la peor manera pensable, con Iósif Stalin
(1878-1953), un tirano como pocos, quien concreta el ideario marxista, siendo
dictador soviético entre 1941 y 1953. Aun con las abominables maneras de
proceder de Stalin, y a pesar de la exaltación del pensamiento único, que
asesinaba la posibilidad de la reflexión libre, muchos intelectuales siguieron
apoyando el ideario marxista a pesar de sus yerros y atrocidades.
A
veces, la historia les permite a los pasajeros confundidos el poder bajarse del
tren si no es el que los conduce a buen destino. La invasión de los soviéticos
a Checoslovaquia en 1968 era la oportunidad de oro para entender que la utopía
marxista se había convertido en una farsa de carácter totalitario y
expansionista que castraba las libertades individuales y condenaba a las
sociedades a las peores formas de encadenamiento. Todo este abuso soviético propició
un triste período de represión socialista en Checoslovaquia. Aun así, muchos siguieron apoyando esa forma
de totalitarismo, de manera aviesa y fanática.
Exaltados
por la llegada al poder de los jóvenes que cimentaron la Revolución cubana (1958), lo que podríamos llamar la
casi totalidad de “la inteligencia latinoamericana” abrigó el ideario marxista
como creencia de vida. Un acto de “fe” absolutamente irresponsable, que se
terminó convirtiendo en una manera insulsa de pensar. Para muchos
latinoamericanos, el declararse marxistas les daba un superficial glamour intelectual, cuando en realidad
estaban abonando a formas contrarias de asumir lo civilizatorio.
Luego
de Bertrand Russell (1872-1970), el más grande intelectual del siglo XX fue Jean Paul Sartre (1905-1980): Un comunista
radical, el cual se convirtió en un modelo a imitar. El partido comunista más
grande del mundo después del de la Unión Soviética germinó en Italia, teniendo
como representante a un genio literario al servicio de ideas totalitarias, el
escritor Alberto Moravia (1907-1990).
Pero
de tantos reveses y trompicones, tal vez el caso más mustio de aproximación a
lo político ocurrió precisamente en América Latina, porque las retardatarias
ideas marxistas no solo llegaron tarde, sino distorsionadas, al punto de que
importantes centros de estudios de Latinoamérica funcionaban como apéndices de
los partidos comunistas que en mala hora cundieron por la región. Personalidades como Pablo Neruda (1904-1973),
Alejo Carpentier (1904-1980), Julio Cortázar (1914-1984), Augusto Monterroso
(1921-2003) y Gabriel García Márquez (1927-2014), sólo para citar un puñado, cultivaron
esta manera estrafalaria de pensar. El caso más emblemático, por las
influencias y nefastas repercusiones, fue el de Eduardo Galeano (1940-2015), que
escribió el desaliñado libro Las venas
abiertas de América Latina que tanto daño hizo por las marcas que dejó en
multitudes de jóvenes que fueron alienados por este malsano texto.
Fueron
hombres de pensamiento que justificaron paradójicamente la muerte del
pensamiento libre, pero para fortuna del equilibrio que toda sociedad necesita,
en nuestro medio venezolano la sensatez la forjaron hombres de una prodigiosa
inteligencia, una cimentada cultura y gallardía sin parangón, como nuestro
Arturo Uslar Pietri, cuyo valor intelectual fue capaz de hacer contrapeso a
tanto desaforado autodenominado marxista.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 19 de diciembre de 2016