lunes, 19 de diciembre de 2016

El peligro de los intelectuales

El peligro de los intelectuales



La vinculación directa de los filósofos con el mundo de la política es de larga data. El propio Platón (427-347 a.C.) intentó llevar sus ideas a la práctica y convertirse en protagonista político. Hizo tres viajes a Siracusa. En el primero gobernaba el tirano Dionisio I y Platón pretendió, infructuosamente, constituirse en su consejero. En el segundo y tercer viaje, ya fallecido Dionisio I, estaba en el trono su hijo Dionisio II, y Platón pensó que quizá el hijo fuese más maleable que el padre, e intentó aconsejar al novel tirano para dirigirle en lo que él creía era el camino de la justicia. El experimento fue un absoluto fracaso y Platón tuvo que regresar a Atenas ya no derrotado como político, sino para salvar su vida, porque Dionisio se reveló más tirano que pensador en cuanto comenzó a ejercer el poder.

Uno de los más grandes escritores de todos los tiempos, Fiodor Dostoyevski (1821-1881), escribió una novela extraordinaria sobre la política. Su título es Los endemoniados y trata sobre un grupo de personas que, ancladas en unas “ideítas prefabricadas”, termina trastocando el orden de quienes les rodean y el de sus propias vidas. Una joya literaria acerca de la “política real”.

Con la aparición de las ideas de Karl Marx (1818-1883) el mundo cambió. Vladimir Ilich Uliánov, alias “Lenin” (1870-1924), otro intelectual, le da un sentido pragmático al marxismo y se convierte en el principal dirigente de la Revolución de Octubre de 1917, creando el marxismo-leninismo. Una forma radical de plantear en términos operativos la manera como se arriba al poder para poder implantar la utopía marxista. El asunto termina de la peor manera pensable, con Iósif Stalin (1878-1953), un tirano como pocos, quien concreta el ideario marxista, siendo dictador soviético entre 1941 y 1953. Aun con las abominables maneras de proceder de Stalin, y a pesar de la exaltación del pensamiento único, que asesinaba la posibilidad de la reflexión libre, muchos intelectuales siguieron apoyando el ideario marxista a pesar de sus yerros y atrocidades.

A veces, la historia les permite a los pasajeros confundidos el poder bajarse del tren si no es el que los conduce a buen destino. La invasión de los soviéticos a Checoslovaquia en 1968 era la oportunidad de oro para entender que la utopía marxista se había convertido en una farsa de carácter totalitario y expansionista que castraba las libertades individuales y condenaba a las sociedades a las peores formas de encadenamiento. Todo este abuso soviético propició un triste período de represión socialista en Checoslovaquia.  Aun así, muchos siguieron apoyando esa forma de totalitarismo, de manera aviesa y fanática.

Exaltados por la llegada al poder de los jóvenes que cimentaron la Revolución cubana (1958), lo que podríamos llamar la casi totalidad de “la inteligencia latinoamericana” abrigó el ideario marxista como creencia de vida. Un acto de “fe” absolutamente irresponsable, que se terminó convirtiendo en una manera insulsa de pensar. Para muchos latinoamericanos, el declararse marxistas les daba un superficial glamour intelectual, cuando en realidad estaban abonando a formas contrarias de asumir lo civilizatorio.

Luego de Bertrand Russell (1872-1970), el más grande intelectual del siglo XX  fue Jean Paul Sartre (1905-1980): Un comunista radical, el cual se convirtió en un modelo a imitar. El partido comunista más grande del mundo después del de la Unión Soviética germinó en Italia, teniendo como representante a un genio literario al servicio de ideas totalitarias, el escritor  Alberto Moravia (1907-1990).

Pero de tantos reveses y trompicones, tal vez el caso más mustio de aproximación a lo político ocurrió precisamente en América Latina, porque las retardatarias ideas marxistas no solo llegaron tarde, sino distorsionadas, al punto de que importantes centros de estudios de Latinoamérica funcionaban como apéndices de los partidos comunistas que en mala hora cundieron por la región.  Personalidades como Pablo Neruda (1904-1973), Alejo Carpentier (1904-1980), Julio Cortázar (1914-1984), Augusto Monterroso (1921-2003) y Gabriel García Márquez (1927-2014), sólo para citar un puñado, cultivaron esta manera estrafalaria de pensar. El caso más emblemático, por las influencias y nefastas repercusiones, fue el de Eduardo Galeano (1940-2015), que escribió el desaliñado libro Las venas abiertas de América Latina que tanto daño hizo por las marcas que dejó en multitudes de jóvenes que fueron alienados por este malsano texto.

Fueron hombres de pensamiento que justificaron paradójicamente la muerte del pensamiento libre, pero para fortuna del equilibrio que toda sociedad necesita, en nuestro medio venezolano la sensatez la forjaron hombres de una prodigiosa inteligencia, una cimentada cultura y gallardía sin parangón, como nuestro Arturo Uslar Pietri, cuyo valor intelectual fue capaz de hacer contrapeso a tanto desaforado autodenominado marxista.


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 19 de diciembre de 2016


Ilustración de: @odumontdibujos


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