En el Tractado primero del Lazarillo de Tormes aparece una escena que ilustra la esencia de lo que constituye la picaresca. Se trata del famoso “episodio de las uvas”, en el cual el ciego, acompañado de Lazarillo, logra entrar en una vid y consigue que le regalen unas uvas. Cuando el ciego come las uvas, por compasión le dice a Lazarillo: “Cada vez que yo tome una, tú puedes tomar otra”. Al rato de estar comiendo, el ciego le da un fuerte golpe al muchacho y le dice: “Me estás engañando, estás cogiendo las uvas de tres en tres”. Lazarillo, sabiendo que su amo a consecuencia de la ceguera no puede verlo, le pregunta: “¿Cómo se ha enterado su merced que así lo hago?”. A lo que el ciego responde: “Porque yo estoy cogiendo de dos en dos y tú no has dicho nada”.
Es relevante atender a esta escena, por cuanto determina la dinámica que se establece en la picaresca: Deben participar dos partes a efectos de que la misma se mantenga. Sin interacción de carácter bidireccional no existirían los pícaros, los vivos, ni los bachaqueros.
Para intentar entender este asunto se hace propicio conocer su origen histórico. El pícaro constituye un personaje “arquetípico” que aparece en la segunda mitad del siglo XVI en la literatura española. Se trata de un antihéroe que contraviene a los personajes que hasta ese momento existían en la tradición literaria hispana. Independientemente de las explicaciones de carácter filológicas del origen del término “pícaro”, este personaje fue exactamente la negación de lo que se entiende por héroe tradicional.
El pícaro es un parásito social cuya existencia es la ratificación de un deseo igualitarista negativo que se halla representado en una gran cantidad de obras que van desde Lazarillo de Tormes, libro anónimo, hasta El Buscón de Quevedo. Como toda propuesta artística, la presencia del concepto del pícaro es consecuencia de la realidad. Surge en la España del siglo XVI porque en ese tiempo que aumentó sustancialmente la pobreza en esa sociedad. A la par de la existencia de las clases altas y dominantes, con castillos y servidumbre, se encontraba la pobreza extrema de las clases populares. Esta miseria propia del siglo XVI fomentó la presencia de grandes grupos que eran improductivos como fuerza laboral.
Simultáneamente a esta dinámica, e imbricada con la misma, se le suman aquellas personas que llamamos “hidalgos” y que básicamente eran sujetos económicamente venidos a menos provenientes de las llamadas “clases nobles”, a quienes precisamente los principios nobiliarios les impedían trabajar. Se establece entonces una conjunción entre gente de la nobleza, llamados hidalgos y pícaros propios de los grandes centros poblados de España, particularmente de Sevilla y su incomparable puerto.
Es necesario precisar que originalmente el pícaro no vive del delito propiamente. De hecho no es un delincuente y mucho menos un criminal, pero vive de engañar y burlar a los demás, bajo la premisa de vivir el día, de que el mañana no existe.
El desdén, rechazo y hostilidad por el trabajo productivo son compartidos tanto por el pícaro proveniente de los lugares más empobrecidos como por el hidalgo, ambos personajes emblemáticos de lo que vendría a ser el espíritu español que es sembrado en la América hispana y por supuesto, lo que conocemos como nuestro país: Venezuela.
A través de la conquista, junto con el soldado y el sacerdote misionero, llegan los hidalgos y aventureros de toda clase, condicionados por la picaresca tanto en su forma de ver el mundo como en sus actos. Eso que inicialmente es llamado picaresca, con el paso de los años hemos denominado “viveza”. La picaresca y la viveza criolla vendrían a ser sinónimos de una manera de ser y hacer. Lo vemos cada día en el sujeto que revende mercancías, que sobrevive de mantenerse al limbo de lo legal, que llamamos bachaquero y constituye un elemento inherente a nuestra estructura como sociedad, a nuestras formas de intervincularnos y a lo que vendría a formar parte de nuestros referentes históricos y morales.
Pero una estructura social en donde la picaresca y la viveza forman parte de su manera de conducirse, no podía escapar a la violencia, en sus formas más escandalosas y trágicas. Es por ello que cuando analizamos estos elementos en la historia patria, desde la Guerra de Independencia, pasando por las montoneras del siglo XIX y XX y las tiranías del siglo pasado, picaresca, viveza y violencia no sólo han ido de la mano, sino que su intervinculación ha aumentado en desmedro de lo que somos como país y lo que aspiramos ser como nación.
Paradójicamente pocos pasan tanto trabajo como los pícaros en su afán de
vivir “libremente” y es obvio comprender que se trata de una condición
lastimosamente propia de aquello que estructura nuestra vida en sociedad,
repercutiendo, por supuesto, en nuestra vida diaria. Es parte determinante de
la propia identidad nacional y aun más: De nuestra identidad personal.
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 20 de abril de
2015.