En una ocasión una líder espiritual explicaba que su motivación no tenía
nada qué ver con ganar dinero; de hecho lo rechazaba. Ella sólo aspiraba lograr
alcanzar el reino de los cielos por su manera de actuar. A mí me parece que es
la persona más ambiciosa que haya conocido. Querer ganar la eternidad a través
del servicio a los demás es extraordinario, porque muchos han de ser
beneficiados con tamaño interés, pero mientras más nobles sean los propósitos,
potencialmente mayores serán los escalones inherentes a la avidez de quien
actúa de esta forma. Para bien de la humanidad deseamos que así siga siendo.
“Creemos” porque es necesario creer; de lo contrario seríamos proclives a
contagiarnos de desesperanza. De esta premisa se desprende una segunda y es que
ante la necesidad de convencer a otros, se cae en el terreno de verse conminado
a mentir. De allí que las mentiras sean parte de nuestra manera de vincularnos
con los demás para no herir sentimientos o concepciones de carácter
valorativas. Vivimos, pues, en un mundo de embustes desde que el mundo es
mundo. De allí que la mentira es inherente a lo humano, no sólo porque es
propia de la socialización y la culturización, sino porque a través de las
mentiras logramos sobrevivir. Pudiésemos incluso afirmar que el engaño es
consustancial con la supervivencia.
Si a alguien se le ocurriese contar absolutamente todo lo que le pasa por
la cabeza para mostrarse totalmente sincero y ajeno a la falsedad, pasaría poco
menos que por demente. Es propio de todo ser humano que en su seno exista un
mundo público, un mundo privado y un mundo íntimo o secreto. El mundo público tiene que ver con la imagen
que deseamos proyectar o la que inexorablemente proyectamos y es nuestra carta
de presentación atinente a la socialización. El mundo privado está vinculado
con la forma como nos mostramos ante quienes nos circundan en el terreno
cotidiano. El mundo secreto o íntimo, piedra angular y sustrato de la dimensión
psicológica, no sólo contiene nuestras desventuras, sino múltiples fantasías.
Estas tres dimensiones, pública, privada e íntima conforman aparentes mundos
paralelos que causan sorpresa cundo los revelamos o descubrimos.
Con frecuencia escuchamos, tanto en los diálogos de la cotidianidad como en
las discusiones más “académicas” que podamos imaginar, esa frase que de tanto
escuchar termina produciendo hasta risa: “No es personal… pero…” y ahí le
sueltan a uno el guamazo y a duras penas logramos recuperar el aliento. Cuando
emitimos un juicio o tratamos de construir un concepto con relación a cualquier
cosa, constantemente se trata de un asunto estrictamente personal. Solemos
esgrimir argumentos según nuestros intereses o creencias, incluso en el mejor
de los casos, emitimos ideas basadas en prejuicios. O sea, es personal.
Fulano me cae mal, mengana es una tozuda, Pedro es un aguafiestas. Todo
desde nuestra óptica totalmente distorsionada y personalísima de atrapar cada
cosa que nos parece real. Cuando alguno señala ser “neutral”, generalmente es
porque tiene temor a opinar o se trata de un simple acto de hipocresía (o
adaptabilidad) social. Pareciera que lo más honesto es mantenernos alejados del
asunto en cuestión. Algo así como aceptar que desde nuestro personal mundo, eso
no nos interesa porque no forma parte de las cosas que cargamos (con todo su peso)
en nuestra mente. Me parece más honesto que asaltar a los demás con la
consabida frase “no se trata de un asunto personal”.
Cuando un monje se inmola por sus creencias, se trata precisamente de “sus”
creencias, o sea, es un asunto personal. Cuando dejamos de amar o amamos en
demasía, es un asunto que por demás vale la pena mencionar que es personal. En
fin, tanto darle al tema de no personalizar las cosas para que al final
tengamos que parecer actores de una comedia mal elaborada. Probablemente algo no
nos parezca propio si no nos afecta directamente, pero cuando la cosa se nos
acerca, pasa a otra dimensión y lo particular aflora con el mayor de los
descaros. El hombre es un animal cundido por lo pasional, por emociones
diversas (hasta antagónicas) y atormentado o controlado por sentimientos.
¿Cómo pretender que la cosa no es personal?
Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 23 de marzo de 2015
La vida impersonal es utópica, donde quiera que el pensar sea causa involucra al pensador, pensamiento y pensador son indisolubles, solo es impersonal aquello que surge cuando el silencio es causa y no efecto.
ResponderEliminarPor ese motivo, me abstengo de opinar y/o de juzgar cualquier asunto, por extraño que me parezca y por ende espero que sea recíproco, aunque sea utópico pensarlo de ese modo, pues hagas lo que hagas, siempre te van a juzgar desde el punto de vista "personal" o subjetivo.
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