sábado, 9 de marzo de 2019

Recurrentes peligros inminentes. Con ilustración de María Inés Acevedo



Un tanto despeinada, o con el cabello agitado, es lo mismo, algunos hilos de plata resaltaban en el abultado mar de hebras color azabache. Ojos de mirada profunda, o forzando la mirada por no cargar lentes, es lo mismo, cada parte de ella era una invitación a sumergirse en el aspecto de profundidad abismal que la caracterizaba. Como quien mira y no está mirando, traté de calcular cuál podía ser su edad y me encontré en una dicotomía perfecta. Era tan joven que su expresión de seriedad no tenía cabida en su rostro o era tan vieja que actuaba de manera excesivamente sonriente para ser tan temprano.

En las mañanas el metro colapsa en la línea 4 de Santiago, así que la tenía muy cerca, tanto que no me percaté que llevábamos ya rato conversando. Del mismo origen que cada generación de la cual provengo, todas las razas se cruzaban en ella. Era de todos los mundos posibles. Regia, altiva, aplomada y elegante, por decir lo menos, estaba frente a una de esas rarezas de la creación que de vez en cuanto aparece en nuestras vidas bajo el manto de la casualidad. Sabía que era imposible ese encuentro e improbable un reencuentro, así que éramos solo dos desconocidos íntimos conversando sobre las banalidades de la existencia y sus infinitos alcances.

Las frutas, las verduras, el tiempo, la lluvia, los colores, los gustos personales, las buenas comidas y las mejores bebidas eran los temas de conversación de esa mañana tan lejana en mi vida y tan cercana en mi memoria. ¿Qué pasaría si de golpe y porrazo mi existencia se hiciera cuadriculada al punto de que la muerte de la libertad personal fuese lo que se impusiera? ¿Qué pasaría si la tragedia me arropase al punto de asfixiarme, como esas escenas de culebras gigantes que estrangulan a sus presas, tantas veces repetidas en cuentos y consejas?

Cada día que vivo, doy gracias porque me he salvado del peor de los venenos: No abrigo odios, porque por una extraña razón no lo siento, pero lo más importante, porque quien odia literalmente se envenena en vida. Ajeno a los rencores, soy un cazador de sorpresas, de momentos infinitos y de instantes inmortales, que hacen de la vida una especie de cinta de cine, en la cual cada minúsculo cuadrito del film cuenta y vale su peso en una suerte de eterna apuesta a la felicidad.

El más grande de todos los peligros inminentes por los cuales puede atravesar alguien es por el peligro de perder la capacidad de deleitarse de los días, de los antiguos y nuevos amigos, de las sonrisas generosas y de los cálidos apretones de mano. El peligro inminente de ser serio acecha en cada esquina a quienes intentamos vivir la vida para disfrutarla, pero por encima de todo, de disfrutarla precisamente porque es la única demostración de que se está realmente vivo.

Si dejase de reír, o de soñar, o de jugar o de hacer las muchas cosas inútiles con las cuales lleno los espacios cotidianos, no merecería la vida que afortunadamente he tenido, llena de gente hermosa rodeándome y siempre con el espíritu concentrado en el preciso instante, porque se está vivo cuando somos como el minero que quiere sacarle hasta la última veta a la mina de la existencia.

Peligros inminentes se corren cuando el trabajo deja de ser vocación para volverse esclavitud o cuando ya no buscamos nada porque sentimos que lo tenemos todo. Por eso cada vez que siento que me pasa algo infinitesimalmente trascendente, que es a cada rato, no puedo dejar de obcecarme en tratar de comprenderlo, pero sobretodo de disfrutarlo.

Tenía la miraba inmersa en cada palabra, cada gesto y cada movimiento que hacía, porque entendí que era una mujer bella, inteligente y delicada, que había vivido todas mis vidas posibles junto a todas las de ella, lo cual era potencialmente imposible.

De eso más o menos iba la conversación cuando me dijo que llegaba hasta esa estación. Entonces me di cuenta éramos los únicos pasajeros del vagón y con una tierna mirada nos despedimos, solo para regalarme una sonrisa de complicidad cuando se distanciaba de mí por el andén. Incrédulo cuando la vi marcharse, sin saber siquiera su nombre, sentí que me regalaba uno de esos momentos de la más granada gloria y pensativo seguí mi camino para encontrarme con una gente seria que me esperaba para presentarme un megaproyecto de algún disparate propio de gente que se cree importante. Entonces se habló de economía, de política y de lo trascendente que era el fulano proyecto, tan malo, que ni recuerdo el nombre del mismo.

Desconcertado por no haberle pedido el número de teléfono, creí que nunca la volvería a ver en una ciudad tan grande. Pensativo erré por una calle cualquiera de la urbe que me acobijaba en sus témpanos de enormes moles de concreto y fue apenas cuando me quité el abrigo, para descansar de un día particularmente acontecido, cuando descubrí que en el bolsillo de mi camisa había una tarjetica en donde estaba escrito su nombre, teléfono y dirección. Desde ese día sonrío. 



Ilustración de María Inés Acevedo


Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 10 de julio de 2018.



El Trastorno Bipolar en Venezuela



Escribo este texto desde Santiago de Chile, en un febrero acontecido. El verano sureño ha estado acompañado de sobresaltos para cualquier venezolano que observa el curso de su nación desde el extranjero.

Una de las cosas que desde el alma más me ha afectado, es lo que ha pasado con mis pacientes en una Venezuela que no ofrece posibilidades de tratamiento adecuado. Muy en particular en aquellos que padecen condiciones mentales o emocionales que afectan su vida y cuya evolución de carácter crónica, requiere de tratamientos de manera continua, permanente e ininterrumpida que mi país no garantiza. 

Entre 1998 y 2004, durante mi desempeño laboral como psiquiatra en el Hospital San Juan de Dios de la ciudad de Mérida, Venezuela, realicé el seguimiento de una población de pacientes con diagnóstico de Trastorno Bipolar. Los resultados de dicha investigación fueron publicados en el Volumen 58/ No. 119. Julio/Diciembre 2012 de la legendaria revista Archivos Venezolanos de Psiquiatría y Neurología; órgano de divulgación del conocimiento científico de la Sociedad Venezolana de Psiquiatría, antes de que desapareciera en su regular versión impresa, condicionada por los cambios políticos ocurridos en mi país.

Esta investigación, a su vez, tiene un antecedente que se corresponde a otro estudio de mi autoría, realizada durante los años 1995, 1996 y 1997, la cual  permitió mi acreditación como Psiquiatra por la Universidad Central de Venezuela en el año 1998. Con el título de Trastorno Bipolar en fase Maníaca, Tratamiento con Ácido Valproico vs Haloperidol, este trabajo fue publicado en Neuropsicofarmacología, revista del Colegio Venezolano de Psicofarmacología Volumen 2/ No. 2. Año 2000. Este instrumento de divulgación científica caribeño también desapareció en su versión impresa.

En el año 2004 ingreso por concurso de oposición como profesor de la Universidad de Los Andes en el Departamento de Psicología y Orientación de la Facultad de Humanidades y Educación, pudiendo mantener la línea de investigación que comenzó en 1995 en el Hospital Vargas de Caracas.

Durante este tiempo, he mantenido un trabajo de carácter permanente en el cual hemos venido realizando otras investigaciones y publicaciones sobre el Trastorno Afectivo Bipolar, sumando en totalidad casi un cuarto de siglo de dedicación en relación a los trastornos afectivos y en particular la enfermedad maníaco depresiva, hoy conocida como Trastorno Bipolar.

En estos 25 años ha habido una gran cantidad de avances para tratar de ser lo más acertado posible en relación al diagnóstico, tratamiento, mantenimiento de las estrategias para minimizar las descompensaciones propias de esta condición, así como intentos por mejorar la calidad de vida de nuestros pacientes y sus familias.

El elemento educativo es pilar fundamental para hacer frente a las crisis propias del Trastorno Bipolar, razón por la cual me he mantenido de manera perseverante generando material de investigación que pudiese servir de ayuda para quienes tienen que lidiar con este trastorno.

Mis deseos son haber sido útil para todo aquel que padezca o tenga interés en conocer sobre la condición Bipolar, sea porque la vive en carne propia o porque necesita herramientas para aclarar inquietudes.

Mi mayor agradecimiento será siempre con mis compañeros del Departamento de Psicología y Orientación por haberme dado el espacio para desarrollar esta línea de investigación, que se corresponde a casi la mitad de mi vida y por supuesto a la Universidad de Los Andes, la escuela en donde me formé como médico, filósofo  y educador, habiendo desarrollado una carrera profesoral hasta el presente en mi condición de Profesor Asociado.

Estas reflexiones van de la mano con la extravagante realidad que vive Venezuela y la enorme contrariedad que siento cada vez que me entero del destino de tantos pacientes a los cuales les dediqué el mayor esfuerzo posible para mejorar sus condiciones de vida. Las baratas sales de litio, de antología por ser el tratamiento natural más antiguo y efectivo dentro de los procedimientos propios de mi profesión, se han convertido en un bien inalcanzable, por no decir inexistente en la que una vez fue considerada la nación potencia del continente, la gran esperanza Latinoamericana.

Nada justifica que Venezuela no sea una nación del primer mundo. Solo una ceguera incomparable y un afán perverso de conducirse, pueden explicar la actual situación de ruina obscena que vive mi país y afecta a mis pacientes hasta lo indecible por estos medios.

Veinticinco años de dedicación académica, voluntariosa y útil, terminaron por ser puestas al servicio de otras realidades que nos han dado oportunidades con un afecto inconmensurable. Igual me duele mi país, en particular mis pacientes, a quienes les he dedicado literalmente la mayor parte de mi vida, en sus días y largas noches, para ser testigo de cómo sufren sin que pueda hacer mayor esfuerzo por ayudarlos.





Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 26 de febrero de 2019.

Muchos hombres en un solo nombre




En un bar de Valparaíso me consigo con un viejo amigo. Le recuerdo que en un tiempo era tan peleón que hasta solía pelear consigo mismo. Lo veo sereno, disfrutando de una cerveza artesanal y contemplando el diario trajinar del muelle. Me obsequia, con dedicatoria, el último libro que publicó. Está experimentando desde el punto de vista literario con cuentos muy breves en donde la ironía es el eje de los relatos. Por mi parte le entrego las fotocopias de unos manuscritos sobre crónicas cotidianas que estoy compilando para armar un nuevo libro. Nos preguntamos cuál es la fórmula para terminar haciendo aquello que hemos querido. Coincidimos en que ambos siempre hemos tenido claro a dónde queremos llegar y con una sonrisa compartida brindamos por eso.

Jorge Luis Borges, en un acto público, presentó a Arturo Uslar Pietri con una frase que después se habría de convertir en el título de la entrevista que le hizo Margarita Eskenazi al reconocido hombre de pensamiento venezolano, la cual fue publicada como libro. Muchos hombres en un solo nombre” es la síntesis de una manera de definir al hombre que se mueve desde varias facetas y llega a ser talentoso en cada una de las mismas. Es una condición inusual, en donde más de una habilidad hace su aparición en un solo ser.


Como si fuese un reflejo, la mente humana tiende a clasificar a los otros. Esa necesidad de clasificación, que es una manera de simplificar la percepción en torno a lo desconocido, suele ser un artificio que funciona como un protector. Al clasificar a las demás personas, nos sentimos reconfortados de haber limitado el campo sensible en relación a las demás personas. Es un infalible mecanismo de defensa que tiende a generar sosiego y sensación de certeza.

Cuando señalamos que fulano es tonto, mengano es malo y perencejo es loco, los estamos ubicando en un lugar negativo en el cual los confinamos para nuestra tranquilidad. Descalificar es un artificio metal que funciona como un sistema defensivo. Esta forma de tipificar también sirve en sentido positivo y señalamos que este o aquél: “Es buena gente”, lo cual constituye una simplificación de la idea de bondad.

Si alguien no entra en este sistema de confinamiento, se nos hace dificultoso lidiar con él, porque pocas cosas son tan insoportables como la incertidumbre y de manera simultánea y paradójicamente, lo misterioso tiende a ser atractivo. De ahí que para poder vincularse con un par, se requiere por una parte pasar por una especie de filtro para poder ser aceptado y categorizado, pero por otro lado es imprescindible que la máscara con la cual nos presentamos, tenga un halo de impenetrabilidad que genere respeto.

Con los grandes talentos se da un vínculo afectivo y extraordinario en donde necesariamente la envidia hace su aparición en algunos, siendo ineludible minimizar la grandeza de la persona admirable. El hombre público será criticado públicamente y esa crítica se hace desde la minusvalía del apocado. Adler, discípulo de Freud, sostiene que el complejo de inferioridad es el motor de la historia. Con la minusvalía tenemos que lidiar, ya sea en aras de superarnos o para descalificar a lo que se halla por encima de nosotros.

En el infinito juego de máscaras con el cual los seres humanos construimos la convivencia, pocos hombres llegan a tener esta capacidad de ser talentosos en más de una dimensión, lo cual genera mucha dificultad cuando desde la medianía se trata de minimizar a la persona. Ser bueno en algo específico genera contrariedad en algunas almas. Ser bueno para varias cosas tiende a ser una descalificación potencial para quien lleva la mediocridad a cuestas. 

Recuerdo a un antiguo conocido, hoy en día caído en desgracia, que sufría cada vez que se enteraba del enorme potencial que tenía alguien de su entorno. Colapsaba con la grandeza ajena y se ponía verde con cierta facilidad.

En una trampa retórica que asumo como elemento para poner en su sitio a los otros, creo que hay dos tipos de personas: Las que les rinde la vida y las que no les rinde. Le rinde la vida a quien desde sus limitaciones logra tener resultados positivos en las cosas que se propone como metas y no le rinde la vida a quien el balance de su existencia hay más elementos de carácter negativo que logros como tal. 

Haciendo un regreso necesario a las bases de la civilización, siempre nos reencontramos con Platón. Platón fue soldado y crea la academia, lo cual habla de una condición humana infinitesimalmente improbable. Hace de lo filosófico el alma de occidente y trata de conquistar los aspectos posibles de lo humano. En su afán de ser político falla, no una sino dos veces y por poco pierde la vida. Tratar de llegar a un entendimiento con el Tirano de Siracusa de su tiempo fue un acto acrobático de audacia que nos recuerda que la isla de Sicilia es más importante en nuestras vidas de lo que pensamos, lo cual, viniendo de un siciliano es rematadamente redundante.





Publicado en el diario El Universal de Venezuela el 19 de febrero de 2019.