Cuando
Caín mata a Abel, la historia de la humanidad queda marcada para siempre.
Herederos del signo de Caín, tenemos en nuestra esencia la propensión a reñir
entre nosotros. La conflictividad está a flor de piel en la naturaleza humana,
siendo por eso tan fácil que a través de un discurso y una serie de recetas de
carácter divisionista se induzca la animadversión entre pares.
En
términos generales, las personas que se expresan desde lo unitario tienden a
crear un clima de fraternidad y quienes se expresan desde lo dispar, fomentan
el divisionismo y el odio.
En
estas dos décadas transcurridas en Venezuela, se ha generado un fenómeno de
movilización social que se traduce en términos concretos en el surgimiento de
una nueva clase media. La clase media que emergió se ha beneficiado de una
serie de programas que no está dispuesta a renunciar, ni va a permitir que la
incertidumbre sea su norte. Una nueva clase social emergió en nuestro país y se
generó para quedarse, razón por la cual se va a defender por todos los medios para
que los logros alcanzados no se disuelvan. Cuando se habla de un país para
todos, lo discursivo debe tomar en cuenta a ese gran conglomerado que apuesta
porque sus intereses no se vean menospreciados o desaparezcan, porque en el
entramado social que se ha generado, todos podemos tener cabida si se apuesta
por un proyecto de país de carácter incluyente.
Cuando
en 2016, desde la instancia parlamentaria se planteó una suerte de fin de época
de seis meses de duración, los resultados no pudieron ser peores porque se
siguió apostando por el divisionismo y la confrontación y muchos sectores de la
sociedad vieron que lo que estaba en la mesa era más conflictividad social. El
tiempo así lo ha dejado claro. 2017 arranca enrarecido, porque se insiste en
declarar vacante la silla presidencial, generando por segunda vez consecutiva
una forma maniquea de leer al país. El discurso excluyente, por doble
demostración palmaria, mantiene la pugna y el enfrentamiento entre quienes
debemos padecer día a día la extravagante dinámica que ha hecho del caso
venezolano una suerte de fetiche para el estudio de sociólogos y politólogos de
otras naciones. Basta con leer a cualquier analista de otros confines para percatarnos
que dejamos de causar interés para terminar siendo objeto de lástima e incluso de
burla.
Somos
venezolanos que seguiremos viviendo juntos, independientemente de nuestra
posición política, que vemos cada día un liderazgo que se distancia de nuestras
más elementales expectativas. Desde el aparato de gobierno las soluciones
económicas y sociales no aparecen y desde quienes se hacen llamar opositores,
se mantiene el culto por el divisionismo, aumentado de esta forma las tensiones
sociales. La construcción de un país se hace paso a paso y no de manera forzosa
inventando extravagantes trochas que hasta el día de hoy han convertido las
potenciales soluciones en francos problemas.
“La
gata apurada hace a los gaticos ciegos”, razón por la cual los remedios
espasmódicas y los dislates maniqueos suelen precipitar los más estrepitosos chascos.
Existe un entramado social, que sin una efectiva conducción por parte del
liderazgo político, va creando nuevas maneras de asociación e inéditas formas
de supervivencia. Se ha fomentado la politización de los ciudadanos a la par de
que los líderes se siguen despolitizando. La ausencia de política es sinónimo
de barbarie. Cuando el político se despolitiza, se convierte en un bárbaro a la
par de que el ciudadano común abre los ojos y se politiza cada día que pasa,
desarrollando un espíritu crítico y suspicaz ante quienes se presentan como
guías. Curiosa paradoja, la que ocurre en Venezuela, cuando un liderazgo no
logra conectar con las asombrosas masas de ciudadanos que sufren conforme pasa
el tiempo, a la par que la disconformidad sigue aumentando a pasos agigantados.
El
tiempo de las confrontaciones se acabó y apostar por el mismo es seguir en la
faena de desestructurar la sociedad. Clases sociales que padecen los mismos
problemas siguen enfrentadas de manera trágica, entre otras razones porque ese
divisionismo se sigue fomentando. La visión “ellos y nosotros” no solo es
falsa, sino que está disociada de la realidad.
Queramos
o no, simpatizantes y opositores del actual sistema de gobierno tendremos que
apelar a la solidaridad entre nosotros o nos hundiremos todos. Mientras tanto,
los gritos espasmódicos y las frases altisonantes tienen cada vez menos cabida
en la vida del ciudadano, mucho más al ser contrastados con la realidad
nacional. En lo particular me cuesta seguir el sentido del mensaje a la mayoría
de quienes se presentan como nuestros líderes.
Alejados del espíritu de las leyes, se seguirá en una suerte de infinita pugna entre gemelos siameses, condenados hasta el fin de los días a compartir juntos la vida de manera rabiosa y sin que aparezcan las soluciones más elementales a los problemas que vivimos.
Publicado el el diario El Universal de Venezuela el 23 de enero de 2017.